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Blogs La viga en el ojo por Fredy Massad

Entrevista a Oriol Bohigas (2010)

Oriol Bohigas, en una foto de archivo - ABC
Fredy Massadel

Oriol Bohigas falleció en Barcelona el pasado 30 de noviembre, a los 95 años de edad. Recupero esta conversación que mantuve con él en 2010, en su estudio situado en la Plaça Reial de la ciudad condal.

Muchas cosas han cambiado en esta última década. El auge nacionalista y del populismo tras la crisis de 2008 han ido empobreciendo, tanto social como culturalmente, aquella ciudad que Bohigas había transformado hondamente, haciendo de ella un referente global.

Todo aquel éxito hoy se marchita, transformado en una paulatina decadencia, en manos de gestores improvisados. Lo más penoso de esta realidad es que los propios protagonistas de aquella transformación (Bohigas incluido) fueran cuanto menos condescendientes con las causas que están llevando a la ciudad a ese declive.

Releer esta entrevista hoy permite escuchar a un Bohigas lúcido, además de comprobar la larga distancia que parece separarnos de la realidad que habitábamos y analizábamos en aquel 2010 y la que habitamos y reflexionamos en el año 2021.

 

La figura de Oriol Bohigas ha constituido una presencia indiscutible en el campo de la arquitectura y el urbanismo durante varias décadas, no sólo desde su actividad como teórico, sino también desde su posición activa en la definición de Barcelona que ejerció como delegado de urbanismo y concejal de cultura del ayuntamiento de esta ciudad.

El prestigio de su experiencia dota de peso trascendente a sus reflexiones acerca del estado presente de lo urbano, aun cuando él mismo confiese su temor a que su opinión respecto a ese estado del presente, a un momento en que considera que la arquitectura parce estar perdiendo sus «atributos más significativos», pueda ser calificada de reaccionaria. Esta misma inquietud resulta elocuente acerca del estado de este tiempo, o momento, que Bohigas tacha de «involutivo» y acerca del cual conversamos.

 En un momento en que el cinismo y el todo vale protagonizan los discursos considerados más ‘revolucionarios’ se hace clave revisar la figura del arquitecto como actor político, firmemente comprometido y responsabilizado con la construcción de la sociedad. Sin estar necesariamente de acuerdo con todos los puntos de su discurso, la conversación con Oriol Bohigas, un hombre de inteligencia sensata y que se ha mantenido fiel a una concepción ética de su trabajo,  permite abordar de manera profunda temas que han quedado sepultados bajo la vorágine de los últimos tiempos.

¿Cómo sintetizar la evolución del fenómeno urbano a lo largo de las últimas tres décadas? ¿Cómo percibe la emergencia de nuevos paradigmas y procesos de desarrollo urbano?

Ésta es una pregunta de grandísima amplitud. Responderla pregunta implica analizar dos aspectos: por un lado, cuál es el tipo de ciudad que se debe mantener y,  por el otro, cuáles son los desarrollos y mutaciones que se han producido en la ciudad actual. Durante el último siglo las ciudades han sufrido la desaparición de gran parte de su significación histórica. Las ciudades, particularmente en los continentes ‘nuevos’, han dejado de tener la cohesión e identidad que poseían las ciudades históricas. Se ha producido un proceso que ha supuesto el paso de la urbanización a la suburbialización y, con ello, las ciudades han pasado a una situación de suburbio, abandonando la condición de burgo.  Esta situación  ha llevado, en consecuencia o paralelamente, a retomar una conciencia de la necesidad de recuperar ese concepto de la ciudad del que  es constancia la polémica entre poder político y poder ciudadano acerca de la dirección que debe tomar la ciudad, lo cual no quiere decir que este hecho sea de una evidencia inmediata: la lucha viene siendo muy larga y en parte está casi perdida, puesto que las grandes acumulaciones urbanas ya no permiten ni siquiera un retroceso que posibilite la recuperación del concepto tradicional de ciudad.

La cuestión grave que está afectando al mundo de la planificación, del proyecto arquitectónico y urbano, es esa pérdida del sentido tradicional de la ciudad europea.  Creo que en algunas ciudades de tamaño reducido es todavía posible lograr algunos avances todavía. Hay capitales europeas muy consolidadas cuyos tejidos pueden consolidarse aún más evitando la dispersión y anulando el concepto urbano de ciudades asiáticas, africanas o americanas.

El desarrollo urbanístico de Pekín, Abu Dhabi, Dubai, Shangai… nos sitúa ante el surgimiento de ciudades desde conceptos radicalmente nuevos, donde se aniquila la ciudad histórica previa o se plantea totalmente ex novo la construcción de un tejido urbano.

Para reflexionar esta pregunta posiblemente es necesario que definamos de qué hablamos cuando hablamos de ciudad. Siempre insisto en que hay una serie de características que son fundamentales para comprender qué es la ciudad: la cohesión y la compacidad, la multiplicidad superpuesta y la legibilidad de la forma resultante.

La ciudad depende de una serie de convenciones. Si llamamos ciudad a todo asentamiento urbano relativamente compacto entonces todo es susceptible de ser ciudad, pero son precisas toda una serie de características políticas, formales y sociales sin las cuales no es posible hablar de ciudad. En este momento, desde fines del siglo XX, nos encontramos con la emergencia de lugares que no es posible definir como ‘ciudades’ y que es preciso estudiar sin asumirlas como tales.  Roma, Madrid, Barcelona, Londres…son lugares que es posible definir como «ciudad», pero Dubai no representa un concepto que esté relacionado con la historia de ciudad.

Dubai no es ciudad: es un conglomerado de residencias y lugares de ocio y trabajo, pero en donde ha desaparecido el concepto tradicional de ciudad. Un tamaño que corresponda a las características de la tradición urbana  de los siglos XVII, XVIII, XIX e incluso de primera mitad del siglo XX.

Ante estas megaestructuras, ¿cómo podría intervenir el urbanista?

Hay en estos lugares sectores en los que sí sería factible recuperar en lo posible de un espíritu urbano, pero, evidentemente, depende de cada caso. No obstante, creo que en estos lugares el espíritu urbano se recuperará cuando se produzca la constitución de un sistema político.

Creo que esta anulación del concepto urbano depende de numerosos factores, siendo uno de ellos la actitud política y una ideología política eminentemente liberal. Que la diferencia entre la distribución de riqueza sea tan marcada y se carezca de una planificación económica y social abocan a una situación muy difícil de mantener en estos lugares.

Puede decirse que, en gran medida, su actividad como urbanista y arquitecto ha estado muy marcada por su compromiso político con la democracia y la idea de la arquitectura como servicio para la sociedad.  

 ¿Cómo analiza el hecho que ciertos star-architects no estén realizando ningún tipo de análisis acerca de la ética de aceptar encargos para trabajar en este tipo de lugares, ignorando deliberadamente la realidad de esos regímenes políticos no democráticos o falseando el discurso sobre la trascendencia que esos edificios tendrán como expresión colectiva? ¿Se ha transformado la ausencia de moral en una herramienta de trabajo?

La arquitectura está atravesando en este momento una grave crisis de moral.  Todos aquellos valores de libertad e igualdad, la definición de un planteamiento moral y ético en la forma de vivir en la ciudad, su concepción como elemento activo para lograr una libertad y un bienestar social y una igualdad entre clases,  que la arquitectura comenzó a promulgar desde el período de las vanguardias, ha desaparecido totalmente. La arquitectura hoy se ha puesto al servicio del poder exclusivo y explotador. Estamos en una época en que se han acabado aquellos discursos morales de Gropius, Le Corbusier o de los arquitectos de la socialdemocracia alemana. Hoy se han revertido para convertirse en la sumisión de los arquitectos más reconocidos, famosos, incluso profesionalmente buenos,  al servicio de un poder absolutamente negativo.

 Con la lógica excepción de muchos arquitectos que operan fuera de esas dinámicas, puede decirse que, en el ámbito general, muchos arquitectos sirven a los intereses de ese poder. De igual manera, aquí conviene repetir la reflexión sobre de qué hablamos cuando hablamos de arquitectura.

Plantea usted que un 80 ó 90% de lo que se está construyendo actualmente en el mundo no es arquitectura, que la arquitectura corriente está en manos de la incultura de los promotores, de la negligencia de la mayoría de los arquitectos y de la pereza de los funcionarios.

 Creo que toda esa arquitectura especulativa, residencial, inmobiliaria no puede incorporarse al discurso arquitectónico. No es una arquitectura que deba tenerse en cuenta dentro de la historia cultural de la arquitectura. Defino arquitectura como aquellos edificios que poseen una carga desde el punto de vista cultural, mientras que en esa actividad constructiva subyacería una exposición de inmoralidad, en el sentido de que en lugar de estar impulsada por el esfuerzo de programar una nueva estructura de  igualdad social y económica dentro del presente actual  está, sin embargo, apoyando las diferencias que surgen como producto de una especulación de un capitalismo que se puede calificar de salvaje. Esto hace de estos elementos construidos únicamente productos de mercado, pero no elementos capaces de aportar mejoras sociales.

 Con respecto a la arquitectura del star-system no debe calificarse como intrínsecamente negativa: ha producido algunos edificios interesantes, buenos edificios desde un punto de vista constructivo y formal, valiosos desde el punto de vista cultural. Sin embargo,  se trata de una arquitectura que siempre se encuentra al servicio de una serie de prerrogativas publicitarias que no están yendo a favor de la consolidación de los principios sociales que defendieron los ideales del Movimiento Moderno. El proyecto moderno se basaba en la fórmula urbana de la ciudad, mientras que este tipo de arquitectura tiende hacia el hecho de destruir la ciudad asimilando el hecho histórico como insolidaridad hacia la continuidad urbana, por tanto se plantea como una lucha en contra de la permanencia de las características de la ciudad tradicional.  La singularidad de esta arquitectura, que en algunos casos se puede clasificar como arquitectura social, es, antes que una acción urbana, una acción comercial.

Una acción comercial que sirve no sólo a entidades privadas sino también a instituciones públicas.  Y se trata de edificios que se instalan protésicamente sobre la ciudad, no actúan como verdaderos elementos urbanos.

 Durante el proceso de reestructuración urbana que se desarrolló en Barcelona con motivo de las Olimpiadas de 1992, usted convocó a numerosos arquitectos nacionales e internacionales de prestigio para la realización de los edificios de la Anilla Olímpica. Su estrategia, en ese momento,  planteaba una aplicación productiva y positiva a nivel urbano de las cualidades diferenciales de cada uno de esos arquitectos reconocidos. No obstante, el recurrir a arquitectos mediáticos ha producido un fenómeno que ha degenerado en una superficialidad de efectos a veces nefastos a nivel urbano.

Ciertamente. Cuanto más insólito y autónomo es el edificio, mejor para su posición en el mercado: una torre que es la más alta de la ciudad o edificios que son tan distintos a los otros de su entorno que atraen a la gente a una ciudad para admirarlos y fotografiarlos como objetos insólitos. Pero la singularidad del edificio resulta negativa, tanto para el mantenimiento de un punto de vista formal como desde un punto de vista social.

Se produce una singularidad, pero que es no obstante también una repetición: modelos arquitectónicos que se trasplantan de una ciudad a otra y que, por otra parte, esclavizan a los arquitectos en su propio modelo.

 Los modelos que se realizan en este tipo de arquitectura son específicos para culminar en edificios insólitos. Un edificio de Frank Gehry jamás podrá utilizarse como modelo para edificios populares, ya que se trata edificios destinados a acoger eventos muy concretos, a colisionar de algún modo con la red urbana y, por lo tanto, únicamente sirven para producir otros edificios insólitos, pero no sirven para intervenir y mejorar  la malla urbana, como había sucedido siempre, desde Palladio. Los grandes modelos arquitectónicos del siglo XVIII y del XIX servían también para hacer ciudad. Un buen ejemplo es del París de Hausmann que hace una arquitectura burguesa, relativamente modesta, a partir de modelos clásicos de palacios aristocráticos. Sin embargo, no es posible plantear una analogía entre esto y los movimientos ‘estelares’ actuales, cuyos edificios  no producen modelos que puedan influir en la mejora de otras tipologías arquitectónicas contemporáneas, sino que sirven más bien para crear áreas residenciales privilegiadas en la ciudad.

¿Constituye el Museo Guggenheim Bilbao la más evidente excepción al propio fenómeno del efecto Guggenheim surgido tras la construcción de este edificio y la intensa sinergia transformadora para Bilbao que comportó? 

 Gehry es posiblemente el mejor arquitecto de toda esta élite de estrellas. Y el Guggenheim, a diferencia de otros muchos otros edificios de esta categoría, sí supuso una contribución urbanística muy importante.  Su emplazamiento supone un acierto urbanístico importantísimo, situado dentro de ese lugar definido por una parte rural, montañosa, y también por una parte de ciudad, un emplazamiento que  Gehry resuelve magistralmente mediante el edificio.

Es difícil señalar casos en que la aplicación del ‘método Guggenheim’ en otras capitales del mundo haya dado equivalentes resultados positivos. Tras el acierto de Gehry, cada ciudad deseó tener su edificio insignia, acompañando en ocasiones una transformación urbana de gran escala del pretexto de un evento cultural de trascendencia global. Barcelona es un ejemplo de ambas situaciones: ha sucumbido al coleccionismo de edificios estrella y planteó  un evento como el Forum 2004, que supuso la transformación radical de un área urbana que hoy por hoy carece aún de una integración clara dentro del tejido de la ciudad.

 Mi opinión sobre el Forum 2004 es algo distinta. Si bien su emblema era un edificio formalmente caprichoso y poco interesante como el Edificio Forum de Herzog & de Meuron, el emprendimiento urbano del Forum fue tan mal explicado que algún día será preciso llevar a cabo su reivindicación. Lo más importante de este proyecto fue concretar el planteamiento de una nueva actitud urbana que podía representar un modelo en positivo para las ciudades actuales. La tradición de la ciudad del XIX tendía a expulsar del tejido urbano la industria, depuradoras, los elementos productores de energía…todo aquello considerado sucio, de manera que surgía toda esta área destrozada con los elementos que la ciudad no quería.  El interés del Forum radicaba en el hecho de que es la primera vez que se intenta crear un centro urbano representativo en un lugar que había sido un emplazamiento ocupado por esos elementos rechazados por la ciudad y que, a través de esta intervención, se integraban al tejido metropolitano.

 Un sociólogo planteaba una especie de analogía entre esta situación y la casa. Antaño, habitualmente, el propietario de una casa siempre evitaba mostrar el cuarto de baño y la cocina por considerarlos espacios sucios, indignos, mientras que actualmente la dignidad en una vivienda burguesa, de clase media, se refleja precisamente en esas dos estancias,  que han pasado ser muestras del nivel de riqueza y educación del propietario.  En Barcelona se ha producido en cierto modo este tipo de situación de inversión en la percepción de esos elementos, que han sido utilizados para convertirse en recursos de mejora.  Esos elementos que han supuesto una mejora de la estructura sanitaria repercutirán en una calidad integral para la ciudad, que va mucho más allá de la construcción de un edificio como el de Herzog & de Meuron.

¿Por qué entonces, dada esta coherencia del proyecto de remodelación urbana, haber situado el foco de la intervención en el supuesto valor arquitectónico de ese edificio?

Se creía que el proyecto se explicaba mejor al público y generaría más interés si se presentaba como la creación de un lugar donde poder celebrar congresos, cuando lo fundamental era poder entender esta nueva funcionalidad urbana.

Otro ejemplo en este sentido sería el reciente proyecto de remodelación urbana de Zaragoza, un proyecto que implicaba la integración al tejido urbano de una amplia área de paisaje natural y de las riberas del río Ebro. La realización de este proyecto se vinculaba a la creación de un recinto para la celebración de la Exposición Internacional de 2008, cuyo tema era el agua y los recursos naturales. De nuevo, otra estrategia de remodelación urbana que se justificó en la construcción de unos grandes edificios que, pese a lo inicialmente planeado, no han demostrado servir para ninguna utilidad, más allá del argumento del evento para el que fueron construidos, y han acabado convertiéndose en deshechos de arquitectura contemporánea.

Estos errores representan un cambio de dirección.  Los edificios que se construyeron con motivo de los Juegos Olímpicos en Barcelona, salvo algunas excepciones concretas, están ahora mismo más en uso que en aquel entonces. Y del mismo modo, hoy por hoy, la Ciudad Olímpica funciona mucho más integrada a la ciudad que cualquiera de las obras que se pudieron realizar en Sevilla con motivo de Expo’92, un evento que sucedió paralelamente a las Olimpiadas de Barcelona.

¿Cuál sería entonces, a su entender, la diferencia fundamental entre Barcelona’92, la Exposición Universal de Sevilla de ese mismo año y la Exposición Internacional de Zaragoza 2008? ¿Cuál fue el acierto del planteamiento urbano elaborado por Barcelona con motivo de la realización de unos Juegos Olímpicos y que hoy constituye una parte fundamental del tejido urbano de esta ciudad?

La Exposición de Sevilla propuso un planteamiento que difícilmente podía integrarse a la ciudad. Las ventajas que el evento podía haber reportado a la ciudad no fueron tan radicales como las que sucedieron en Barcelona. La urbanización de La Cartuja, pese a ser un proyecto interesante, fracasó por cuanto ninguno de los edificios que se construyeron en ella sirvió para definir la estructuración futura de Sevilla, o apenas han servido para ello, y comportaron un enorme gasto. En cambio, Barcelona’92 fue un emprendimiento mucho más planificado, con el objetivo de poder garantizar una estructuración inteligente.

Cuando Zaha Hadid construye el Pabellón-Puente para Expo Zaragoza’08 expresa su total desinterés acerca de cuál será el uso que su edificio ofrecerá tras el evento. Su reacción evidencia un cambio clave de comportamiento en la arquitectura actual: se ignora la necesidad de crear un edificio que pueda ser útil más allá de la duración del evento para optar por concentrarse en la creación de un objeto. Un objeto que, por otra parte, supone un gran gasto económico y cuya construcción contradice radicalmente los presuntos principios ideológicos del evento para el que se construye.

La propensión a hacer arte más allá de lo que debe ser estrictamente arquitectura lleva a despreciar la cuestión del uso y del servicio a la sociedad, y esta actitud de Zaha Hadid es el paradigma desde el que definir la condición moral de estos arquitectos. Su falta de preocupación evidencia que el Pabellón-Puente ha sido construido sólo como un objeto de diseño, abocado a ser una estructura inservible. Si debe realizarse una estructura monumental, posiblemente sea más adecuado encargar ese trabajo a un escultor, un artista especializado en realizar obras que no están condicionadas por la previsible obligación de la utilidad que tiene la arquitectura.  La actitud de Hadid es evidencia asimismo de un desprecio total hacia la propia arquitectura. ¿De qué sirve la arquitectura sino para aportar unas formas de vida, unas condiciones de mejora para un grupo social determinado?

 No obstante, esos arquitectos que sirven al poder, que han pervertido el sentido ético de la arquitectura, no colisionan con una sector crítico lo suficientemente fuerte. Raramente, mientras esos edificios se han estado construyendo, se han formulado críticas abiertas, claras y contundentes, que los cuestionaran.

 Recientemente han comenzado a aparecer textos muy críticos con estas posiciones. Hay algunas personas con influencia en la estructura social del momento, entre las que modestamente me considero, que sí hemos criticado duramente esta actitud moral, sobre todo desde el punto de vista político. Pero, por el otro lado, se encuentra la realidad social y económica, a quien no le preocupa en absoluto esta crítica. Ante ello, las posiciones críticas existentes lamentablemente no tienen ninguna trascendencia, más que en el campo de la reflexión teórica. El mundo del capitalismo se rige claramente por un ritmo de producción muy aislado de las críticas intelectuales.

¿La crisis económica, que hizo saltar las alarmas y hacer que se comenzaran a escuchar algunas de esas voces más críticas, tendrá algún efecto sobre esta dinámica?

Me animó saber que se estaba produciendo ese estado de crisis, esperando que eso supusiera el inicio de un cambio radical en el mundo de la arquitectura, de las dinámicas económicas y políticas… Sin embargo, a medida que la situación ha ido avanzando, he ido convenciéndome de que no va a producirse el menor cambio. Dudo que, pese a la crisis, haya una intención firme de transformar la orientación socioeconómica.

Creo que todo el mundo está aguardando un retorno al estado en que nos encontrábamos hace tres años, volver a experimentar un pico de crecimiento y que vuelva a producirse al cabo de poco otra caída. Lo deseable sería que estas crisis se produjeran cada vez con menos distancia temporal entre sí y supusieran un cambio real de actitud. Creo que va a producirse un colapso mayor que el que en este momento estamos viviendo. Necesitamos un cambio político profundo.

El problema es que la izquierda socialista, y no me estoy refiriendo a ningún partido en concreto sino a una mentalidad acerca de cómo organizar la cultura mundial, ha perdido mucha fuerza, ya que se ha debilitado su integridad, voluntad revolucionaria. La experiencia del comunismo ha sido negativa y ha generado un rechazo hacia las actitudes socializantes.

Paralelamente, en ese periodo de auge económico, han surgido en España figuras como la de ‘Paco El Pocero’, un promotor que crear una urbanización. Éste es el ejemplo más extremo de lo que usted ha definido como ‘incultura de los promotores’ y de otros factores problemáticos ligados al mercado de la construcción. ¿Hasta qué punto debe reprocharse a los arquitectos haber sido incapaces de asumir el boom inmobiliario y haber cedido a dejarla en manos de la especulación, en lugar de trabajar para haber proporcionado soluciones que operasen a favor de un mejor desarrollo de la arquitectura y lo urbano?

 Dada la situación actual en España, cualquier obra de arquitectura debería tener a un arquitecto que se responsabilizara sobre ella. Se debe tener en cuenta que la realidad social es muy fuerte y si la problemática de la vivienda debe quedar en manos de personajes como ‘El Pocero’ se anula la posibilidad de que se pueda producir un cambio cultural en la sociedad. No debe permitirse que un proceso de mercado plantee cambios radicales y difíciles en la medida en que la situación no es justa.

El mercado está en manos de individuos como El Pocero y es imposible que desde los criterios de estos personajes se puedan plantear soluciones arquitectónicas y urbanísticas que puedan inducir a una revolución o a un cambio de mejora a nivel político y social. Al contrario, lo empeoran. No es además tampoco su función: ellos son únicamente alguien que se dedica a ofrecer lo que el cliente pide.  La innovación es un proceso que debe estar guiado por criterios morales más elevados o por instituciones políticas concretas.

En una ocasión usted afirmó que los arquitectos actuales están más preocupados por cuestiones de significación que por atender a cuestiones que esencialmente son tan cruciales como dotar de una vivienda digna y las mejores condiciones de bienestar al individuo.

En la década de los 20 y 30, la investigación crucial de la arquitectura era la vivienda popular. Conceptos como la Frankfurter Küche, las investigaciones de la Bauhaus de Weimar…Tras la Segunda Guerra Mundial, esta inquietud ha desaparecido. En los congresos de arquitectos se abordan temas artísticos o filosóficos pero un asunto tan importante como la vivienda es obviado. Los malos arquitectos están al servicio de El Pocero y los buenos arquitectos no se preocupan de los problemas sociales porque lo que aporta prestigio, fama y dinero y poder es un edificio como la Torre Agbar, el Guggenheim Bilbao o el Pabellón-Puente.

Y esto sigue alimentando ese círculo vicioso y persuadiendo a muchos arquitectos jóvenes a emular este tipo de arquitectura antes que en plantear su trabajo como una tarea de servicio al individuo y a la ciudad.

Cierto, pero es preciso comprender que, dado el estado del mundo en que vivimos, es muy difícil labrarse una carrera de prestigio como arquitecto dedicándose a la vivienda popular. Así como los grandes arquitectos de los años 20 se prestigiaron preocupándose por la vivienda económica, por la vivienda socializada, por la modernización industrial, porque había un ambiente general que demandaba esto, los arquitectos jóvenes de hoy en día carecen de una preocupación por este tema. Sus preocupaciones son temas más dispersos, más centrados en cuestiones estéticas,  y que en absoluto tienen que ver con las que fueron los de aquella generación de arquitectos funcionalistas y racionalistas.  Es muy escaso el número de grandes arquitectos que haya demostrado un compromiso con la vivienda social.

Se produce también el caso de la manipulación de la idea de lo social, valerse de un discurso de argumentos supuestamente morales y éticos, para trepar dentro de ese universo de estrellas.

Sí, existe ese tipo de arquitecto que trabaja en lo social pero desde una postura de vedetismo cultural.  Que hacen chabolas con papel maché, viviendas con contenedores industriales…y que con ello lo que hacen es tomar el problema real de la vivienda y transformarlo únicamente en un problema filosófico y estético. Su actitud no es más que una huída.

Vivimos en una sociedad que prima la teatralización de los problemas sobre la búsqueda de soluciones realmente necesarias.

 ¿Qué opinión le merece la actitud de un personaje como Rem Koolhaas cuando señala al desierto del Golfo Pérsico afirmando que, en una época de finalizaciones, ése es un lugar donde poder comenzar todo de nuevo, donde dar inicio a un proyecto que supere a la modernidad, refiriéndose a Dubai y Abu Dhabi­?  ¿Y la gran influencia de su pensamiento sobre la formación de una ideología contemporánea a través de afirmaciones de este tipo?

 El caso de Koolhaas me resulta muy difícil de juzgar. Me parece un personaje muy interesante, que realmente es quien ha teorizado con mayor claridad y desparpajo sobre la manera de hacer de la arquitectura un instrumento de colonización capitalista. Como decía Vittorio Gregotti en una conferencia sobre el sentido histórico del realismo: «Hoy en día, la arquitectura realista es la que está reflejando esa realidad, de adecuación a este estado de ánimo no crítico». Koolhaas es un personaje dotado de una mentalidad plástica y en cuyo trabajo se está leyendo el estado de la realidad.

¿Qué sentido, o qué utilidad, puede tener ‘importar’ arquitectos foráneos ( a menudo desconocedores profundos de las condiciones y circunstancias urbanas de un lugar) para que analicen e intervengan sobre realidades que les son absolutamente ajenas, como pudo ser el proyecto HiperCatalunya o hasta cierto punto también el proyecto de Le Grand Paris promovido por Nicolas Sarkozy? Ante este tipo de proyectos, el análisis sobre la realidad no deja de ser una mera especulación (en el caso de París, con la intención también de dotar de un prestigio a la imagen del presidente) que no aporta ninguna solución real para el territorio sujeto de su supuesta reflexión y, posiblemente, tampoco esté sirviendo para producir nuevas herramientas adecuadas para definir cómo reflexionar hoy lo urbano.

 Estoy de acuerdo. Está por un lado la voluntad de muchos arquitectos inteligentes, con ganas de intervenir y comprometerse, que se resisten a la incomprensibilidad y al escepticismo, pero en  un momento comienza a emerger una arquitectura que es difícil de leer, de entender  y que cuando se sitúa dentro de su situación histórica todavía resulta más incomprensible.

 Se producen pocas reflexiones y la mayor parte de ellas resultan incomprensibles. Desde un punto de vista muy personal, pienso que me encuentro en la generación que se educó bajo la influencia de los maestros de las vanguardias y estamos, por tanto, muy marcados por el tono moral con que estos afrontaron las cuestiones históricas, políticas y económicas de la arquitectura. Hemos percibido la arquitectura como un instrumento político y muy decisivo para la articulación de los sistemas de vida; por eso, hemos asumido que la arquitectura debe plantearse en términos de comunicabilidad y de integración dentro del sistema colectivo. Consecuentemente, nuestro pensamiento se ha planteado desde esa fórmula antigua, entendiendo por antigua ese tipo de formación que nosotros tuvimos dentro del contexto del racionalismo y las vanguardias.

¿Sería necesaria tal vez una autocrítica dentro de su generación por no haber sabido acondicionar esa formación para ponerla al día con respecto a las exigencias que el estado del presente demandaba para poder ofrecer una reflexión intelectual que hubiera evitado que esta actitud acrítica de la era del hipercapitalismo usurpara la hegemonía?

Creo que lo único que ha podido hacer mi generación es resistir. Ese auge del capitalismo va a agotarse en algún momento y va a imponerse de nuevo. Creo que mantener ese espíritu de las vanguardias resulta importante ante ese cambio.

¿Cuál de sus facetas fue la fundamental para aplicar sus ideas como urbanista en Barcelona: la de arquitecto, la de intelectual o su peso político?

El peso político no tuvo excesiva importancia. Creo que el logro fundamental fue la capacidad de definir la ciudad en términos proyectuales y no de planificación.

Es muy frecuente, y todavía perdura en numerosas ciudades europeas, que el urbanismo se defina en base a un plan general, que es un documento cuantitativo, organizador, y nosotros preferimos abordar la ciudad desde una forma real y esto implicaba una intervención sobre cada uno de los núcleos que formaban el conjunto de ciudad.

El problema de la planificación general es que la suma de proyectos habla primero de una plaza, de una zona de costas, de una calle, de un pavimento, de unos jardines…pero no habla en términos de proceso planificador, dibujando y haciendo la ciudad. Una de las razones del desorden de la ciudad contemporánea se debe a que ésta no se dibuja. El dibujo  en urbanismo define la forma del espacio urbano.

Creo que planteamos una solución objetiva que en aquel momento resultaba necesaria: Barcelona estaba muy  deteriorada por el franquismo y existían urgencias tales como rehabilitar calles que no desaguaban, arreglar la vegetación de numerosas zonas… En estas acciones urgentes y de necesidad inmediata era fundamental una acción proyectual y el horizonte de la fecha de la realización de los Juegos contribuyó a acelerarla.

¿Cómo ve a Barcelona en 2010?

Algo menos socialista, más abandonada a los poderes del capitalismo inmobiliario, pero, pese a ello, en mejores condiciones que muchos otras ciudades europeas. Mantiene intacta la voluntad de voluntad de autoconstruirse. Aquel entusiasmo y participación cívica de los años 80 ha desaparecido, los ciudadanos están algo desanimados porque la ciudad carece de un proyecto colectivo comparable a aquel que se desarrolló en aquella década, donde no sólo había una motivación para mejorar el centro de la ciudad, sino que también se trabajaba barrio a barrio.

 No percibo el turismo como un problema, sino como un dinamizador positivo para la ciudad que incide no sólo desde un punto de vista cultural, sino también psicológico. Creo que un factor muy decisivo para la transformación democrática de España fue la influencia de los turistas que visitaron el país durante las décadas del franquismo. Se critican los problemas que el turismo está provocando a la ciudad. Yo, francamente, no sé aportar soluciones, pero en modo alguno lo considero como un elemento negativo.

 

(Esta entrevista fue originalmente publicada en el número 50 de la revista Exit Express.)

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