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Blogs La viga en el ojo por Fredy Massad

Entrevista a Bjarne Mastenbroek

Autor de Dig It! Building Bound to the Ground

Fredy Massadel

Dig It! Building Bound to the Ground es una mezcla de atlas y enciclopedia sobre arquitecturas que se hunden, se excavan, se construyen en la tierra. Su autor, el arquitecto Bjarne Mastenbroek, realiza una selección heterogénea de construcciones que recorren la cronología de la historia de la arquitectura y que abarca desde templos arcaicos a edificios contemporáneos, cuyo rasgo en común es el hondo vínculo con la tierra, con el suelo.

Con una aproximación, tal vez idealizada, sobre lo tectónico y permanente en tiempos de lo volátil, este grueso volumen aspira a plantear una reformulación de las formas de construir, observando al pasado y lo vernáculo y reaprendiendo de ello. 

¿Cuál es la motivación que te lleva a elaborar este libro?

Cuando era niño disfrutaba excavando y, de adulto, como arquitecto, hice algunos proyectos que de algún modo surgieron inspirados por esas construcciones que hacía de pequeño.

El encargo de la Villa Vals (finalizado en 2009) me situó ante la tarea de diseñar una casa enteramente construida excavando en el terreno y, a partir de ahí, continué trabajando en ello, como en el proyecto para la sede de la embajada de Holanda en Etiopía (finalizado en 2005), que también está semienterrado, planteando una fusión entre el edificio y el paisaje. Estos proyectos me animaron a seguir indagando a la búsqueda proyectos similares alrededor del mundo y así fue como pude comprobar que apenas existe bibliografía disponible específica al respecto: no daba con ningún libro que hablara de aquello que el edificio hace al lugar y lo que el lugar hace al edificio, de cómo funciona esa interrelación entre ambos.

Por ese motivo, me embarqué en un proyecto de investigación al que he dedicado varios años y del que este libro es resultado.

Es un libro de cuerpo robusto y voluminoso, cuidadosamente producido, y cuyos contenidos tienen claramente la ambición de apelar a la reflexión y la acción. ¿Sería esta expresión de solidez una especie de declaración de intenciones por tu parte? El libro de arquitectura no se ha escapado a las dinámicas de este tiempo en que vivimos: la superficialidad en las ideas, el énfasis en imágenes atractivas e impactantes para consumo rápido

No tengo demasiado respeto por todos esos libros de architecture-porn que hoy abundan. Pido disculpas por decir esto, pero creo que los grandes estudios no tienen el menor interés en las cualidades de la arquitectura; su objetivo fundamental es la promoción que les permita obtener más encargos y ese es el propósito de los libros que publican. A mi parecer, esa es una postura totalmente equivocada.

Podría haber terminado este libro a la mitad del proceso, sin haber escrito todos los textos ni haber terminado todos los dibujos. Las fotografías que había tomado Iwan Baan eran ya tan extraordinarias que hubieran bastado algunos textos breves e intercalar algunos pocos dibujos para dar el libro por hecho, pero siempre tuve muy claro que debía ser un libro cuyo eje fuera un ensayo escrito, no un libro de fotografías.

Mi propósito fue entender en todo momento qué estábamos haciendo mediante ese libro. He trabajado durante más de tres años en ese texto sobre la historia de la arquitectura que le da inicio a la vez que analizaba todos esos proyectos que se presentan en él, proyectos que he ido descubriendo a lo largo de mi vida y que, por algún motivo me han impactado. Un tercio del libro son dibujos de análisis que demandaron una inmensa cantidad de tiempo y numerosas repeticiones en muchos casos, ya que representar la complejidad de un proyecto en un solo dibujo es tremendamente difícil.

No me gustan los libros de arquitectura donde únicamente hay imágenes. El público disfruta los libros de fotografías de arquitectura, pero se trata meramente de un acto de consumo de imágenes sin entenderlas.

 

¿Cómo se planteó y desarrolló ese trabajo de investigación?

Fue una confluencia de circunstancias.

Por un lado, el hecho de que mi amigo, el fotógrafo Iwan Baan, esté viajando durante casi todos los días del año y, a la vez, sea alguien profundamente interesado en la arquitectura vernácula, en cómo las personas crean sus hábitats cuando disponen de escasos recursos y medios. A lo largo de mi investigación, fue localizando todo tipo de estructuras y dándole indicaciones para que, cuando por razón de algunos de sus viajes de trabajo se encontrara próximo a ellas, fuera a fotografiarlas.

Por otro, estudiamos edificios excavados bajo tierra, pero también en laderas, construidos en lo alto de cubiertas…y dimos también con muchas estructuras en espiral. Esto nos llevó a plantearnos cómo abordar la construcción en el sitio.

La tercera línea paralela fue el estudio de la historia de la arquitectura. Comenzamos observando los últimos 2.000 años; retrocedimos luego a los 5.000 y finalmente acabamos remontándonos a hace 13.000 años, el momento en que los seres humanos comenzaron a construir.

Nos dimos cuenta de que las formas de habitar de los humanos surgieron plenamente vinculadas a la tierra y que nos hemos apartado totalmente de esto. El suelo hoy únicamente nos sirve como cimiento para lo que construimos y, además, la mayor parte de las veces tendemos a destruir el entorno que va a rodearlo.

La yuxtaposición de la fotografía de una primitiva edificación subterránea en una página con una vista panorámica del Burj Khalifa en la página contigua resulta absolutamente elocuente para entender esta última afirmación que planteas.

Nuestra investigación fue reflejando una secuencia de desarrollo basada en estos puntos: construcción bajo-tierra; construcción en la tierra; construcción sobre la tierra; construcción a cierta distancia del suelo y construcción copiando a la naturaleza. Comprendimos que ese era el orden de la secuencia cronológica. Por supuesto, se producen intersecciones y fenómenos simultáneos, pero creo que el movimiento que va desarrollándose a lo largo de la historia es el que lleva de la construcción dentro de la tierra a la construcción vertical sobre la tierra.

Algo que hemos comprendido a través de esta investigación es que se ha tendido a dar por hecho que la razón fundamental por la que los seres humanos comenzaron a construir fue la necesidad de crearse refugios donde habitar y, posteriormente, cuando hace 11.000 años la agricultura permitió que se establecieran de manera sedentaria en un lugar, para disponer de estructuras que les permitieran almacenar sus cosechas.

 

La presencia en cuevas de pinturas y vestigios de rituales religiosos de época paleolítica y el apabullante grado de sofisticación tecnológica y simbólica de las construcciones megalíticas son evidencia de que esa asunción es errónea.

Así es. Hemos comprobado que las primeras estructuras, que surgieron mucho antes de que se fundaran los primeros establecimientos sedentarios, tenían ante todo la función de servir como puntos de congregación para las personas y su motivación era religiosa. Los humanos fueron dejando de pertenecer paulatinamente al reino animal para ir convirtiéndose en seres sociales. Esto es algo que nos obliga a reconocer que la necesidad no es un componente tan clave en la arquitectura como creemos. Las emociones, los sentimientos primarios, los anhelos…están implicados en lo que construimos y en cómo lo construimos, y eso es algo que de hecho en la actualidad no entendemos.

Lo imperfecto, dotado de muchas de esas emociones primarias, aún posee mucho conocimiento, una calidad que hemos perdido en la arquitectura. Hoy en día sólo construimos bloques y todos vivimos en una caja de zapatos en el quinto, sexto u octavo piso, con el agregado de un balcón cutre. Tenemos esas ciudades antiguas que crecen y crecen, y después acumulamos un montón de basura en torno a ella en forma de anillos: los polígonos industriales, las autovías, las vías ferroviarias… Así aniquilamos la relación entre la ciudad y el paisaje natural. Tenemos que surcar kilómetros y kilómetros a través de toda esta basura antes de poder volver a encontrarnos con la naturaleza.

En la ciudad moderna lo hemos solventado todo: la calefacción, la ventilación, el transporte…Todo funciona. No obstante, en un momento dado, la gente comenzó a odiar la ciudad moderna y lo sigue gustándole es aquello que permanece de la ciudad medieval. ¿Por qué la gente aprecia algo que no funciona y detestan lo que sí lo hace? Es muy contradictorio.

¿Cuál crees que sería el motivo de eso?

Diría que es algo que tiene que ver más con el hecho de sentirse seguro de uno mismo que con el de ser alguien seguro de uno mismo.

Las personas sienten mayor seguridad en sí mismas cuando actúan como seres sociales, en contacto con otros, en un entorno agradable. No se sienten cómodos en un edificio que colma todas sus necesidades pero está aislado, sin la compañía de otras personas ni ninguna acción sucediendo a su alrededor. Me interesa mucho por eso el concepto de cédula planteado por Ricardo Bofill en el Walden 7: cómo cada una de estas cédulas, en conjunto, va creando esta especie de gruta, de vacíos, de un espacio tridimensional o una nueva conexión entre la sociedad y la persona.

 

¿La ciudad moderna es un lugar completamente insano?

A partir de la década de 1920, pero sobre todo tras los años inmediatamente posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, una enorme cantidad de personas migraron de las áreas rurales a la ciudad.

Imaginemos ese escenario: personas que durante generaciones habían vivido en el campo, donde, al salir de casa, uno pone los pies en contacto directo con la tierra, con el suelo cultivado, con los animales…de repente se encontraron viviendo en un piso en la quinta planta de un edificio, necesitando obligatoriamente del transporte público para desplazarse hasta su lugar de trabajo, donde desempeñaban durante horas la misma serie de tareas repetitivas.

Por un lado, sí se sentían seguras en la ciudad; pero por otro, no. Eran personas que fueron extraídas de su hábitat y trasladadas a otro nuevo, distinto. Muchas tenían problemas psiquiátricos como consecuencia.

Abres la introducción del libro señalando el año 1964 como un momento central en la historia.

Es una pequeña broma, porque 1964 es el año en que nací. De cualquier manera, el periodo que va de 1962 a 1964 fue en efecto clave, ya que fue el único momento en la historia de la humanidad en que la población mundial creció por encima del 2%.

Es un periodo donde tuvieron lugar otros acontecimientos significativos. Por ejemplo, John Kennedy habló en el Congreso de los Estados Unidos sobre Silent Spring, el libro donde Rachel Carson denunciaba los efectos negativos del DDT sobre el planeta logró que se prohibiera su uso.

1961 puede también considerarse el año en que las máquinas sustituyeron drásticamente al trabajo manual. En 1950, un granjero todavía usaba una horca para hacer una pila de heno. En 1980, una enorme máquina se ocupaba de hacer esta tarea. En 1950, ese granjero alimentaba a las vacas con ese mismo heno que antes había apilado; hoy, una máquina pone el heno delante de la vaca. La cantidad de máquinas que actualmente tenemos a nuestra disposición nos permitiría devastar toda la corteza de la tierra en dos años, y eso es lo que estamos haciendo: entre 1984 y 2021 hemos arrasado la mayor parte de la Amazonia, hemos quemado muchísimo, y todo ese proceso se inició entonces.

Estamos destrozando el mundo a un ritmo brutal, y mi planteamiento es: ¿por qué no usar de mejor manera la corteza de la Tierra? ¿Por qué no reflexionamos de una manera más centrada sobre qué estamos haciendo? Incluyendo en esta reflexión qué estamos haciendo cuando construimos.

Lo extraordinario es que, mediante la arquitectura, podemos contribuir a sanar el planeta. Así que, ya que no tenemos más alternativa que construir, tratemos de hacerlo para invitar a los animales a usar nuestras estructuras (algo que antaño era habitual) y también a la naturaleza. Podemos reconstruir la Naturaleza mientras, a la vez, damos cobijo a ocho mil millones de seres humanos. Debemos hacerlo, de hecho. No tenemos otra opción.

 

Hablabas antes del profundo impacto psíquico ese desplazamiento del campo a la ciudad, y el consecuente cambio de forma y conceptos de vida que ello llevó implícito, ejerció sobre las personas en menos de una generación; y hablabas también del afecto, de la dimensión emocional y sensible que es inherente a la vivencia y armonía de las personas con la arquitectura y la ciudad, y también con el suelo, la tierra. En esa revisión sobre la reflexión de cómo construir que planteas, ¿hay que tener presente también la manera de reparar o reestablecer ese tipo de vínculos con la naturaleza, las materias que empleamos, los objetos que creamos, y que parecen más patentes en arquitecturas pretéritas y vernáculas? ¿Sanar la relación con el entorno, con la realidad?

Los últimos setenta años han estado definidos por un hedonismo que ha llevado a que una parte de la humanidad sean hoy individuos que creen que tienen el derecho de viajar a escala global, comer lo que les apetezca, satisfacer cualquier capricho que les venga en gana. No obstante, si ampliamos la imagen, comprobaremos que, hasta no hace tanto tiempo, la gente era feliz con mucho menos. Fijémonos en las películas de Jacques Tati, donde lo antiguo y lo moderno se confrontan.

Quizá, dentro de cincuenta años, no nos parezca un atraso ir a pie de un pueblo a otro en lugar de montados sobre algún vehículo rápido, porque de hecho, así es como se hizo toda la vida. Y, además, caminar es algo inherente a nuestra condición de seres humanos: necesitamos caminar para mantener nuestro cuerpo sano. Actualmente hay 1,7 mil millones de personas con sobrepeso en el mundo, el doble que de personas desnutridas, y eso se debe a que vivimos sentados. Vamos al gimnasio y nos sentamos sobre una bicicleta que no se desplaza. Si viésemos eso con los ojos de un observador externo, nos daríamos cuenta de lo extraño y absurdo que es. Del mismo modo, no creo que ese derecho a viajar adondequiera que nos plazca del globo vaya a durar y, si lo hace, funcionará de otra manera.

No entiendo muy bien por qué no nos centramos en una visión a largo plazo del auténtico sentido de la vida. David Attenborough explicaba en una entrevista con Greta Thunberg que ha visto extinguirse a lo largo de sus siete décadas como documentalista un porcentaje enorme de animales salvajes. Imaginemos cuántos habrán desaparecido cuando Greta tenga 93 años. Debemos reconstruir a gran escala el ecosistema o, cuando menos, repararlo, o la población se verá seriamente afectado a lo largo de los próximos cien años. Por ese motivo, la arquitectura y el urbanismo juegan un papel importante: crean nuestros hábitats y debemos reconstruir nuestro hábitat lo antes posible.

 

¿Esta afirmación era ya un punto de partida clave en tu libro o ha sido una convicción que ha ido afirmándose a lo largo de tu investigación?

Inicialmente era ante todo un sentimiento de inquietud, de preocupación. No sólo respecto a lo que estamos colectivamente, sino también por mi propia acción individual. Hace quince años yo estaba desarrollando proyectos de gran envergadura en Europa, pero lo cierto es que no me sentía bien al respecto e iba comprendiendo que esa no era la manera correcta de afrontar la arquitectura.

Comenzamos entonces a construir en madera y, aunque al principio disfrutamos de trabajar con este material, comprendimos que, para poder seguir construyendo, sería necesario replantar un enorme número de árboles. Exactamente el mismo que nosotros habíamos talado.

Hace diez millones de años había cientos de miles de millones de árboles sobre la superficie de la Tierra. Ese era el hábitat que permitía nuestra supervivencia, porque ese entorno verde significa oxígeno. Deberíamos restaurar ese perpetuum circular de cultivar los bosques y usar sus frutos para producir todo aquello que necesitamos, como se hizo hasta la llegada del gas y el petróleo, que comenzó a usarse para todo: el transporte, la producción de plástico, la construcción… Y hemos podido ver cómo, en cuestión de escasas décadas, hemos consumido más CO2  que en cualquier otro momento de la historia. Por eso debemos volver a ese ciclo de plantar árboles y dejarlos crecer, de manera que esa máquina de CO2 funcione de la manera óptima en que siempre lo ha hecho. Regresaríamos de nuevo a cómo construimos: sin hormigón, sin acero (el que ya existe, debería reciclarse, no deberíamos producir nuevo).

En la actualidad, más del 50% de la población habita en ciudades, por eso creo que hay muchas tendencias destacando cómo esas construcciones primitivas y vernáculas eran mucho más inteligentes. La cuestión es que debemos adaptar esas estrategias y esa es una de las razones por las que hice este libro. Examinando esas estrategias constructivas, y deteniéndome en datos, como que cuarenta millones de personas en China habitan en cuevas subterráneas, se descubren soluciones y no procedimientos constructivos anticuados. Frente a esas cuevas chinas, que proporcionan a sus habitantes una temperatura confortable tanto en verano como en invierno, o los pozos en India, que permiten resistir durante los meses que dura la estación seca, tenemos el Burj Khalifa, un edificio que necesita una inmensa cantidad de tierra en torno a él para poder sobrevivir, porque, a diferencia de esas construcciones, es incapaz de hacerlo por sí mismo.

Pero, dada esa cantidad de población que ahora mismo hay sobre el mundo, ¿es posible, viable, que se vayan adoptando esas diferentes formas de habitar más basadas en un vínculo directo con el suelo?

Nadie sabe la respuesta a eso.

Creo que, sin temor a equivocarnos, podríamos asegurar que trasladar de la ciudad al campo a toda la población no funcionaría.

Observamos el campo con mirada nostálgica, pero en realidad esa cuestión bucólica ya ha desaparecido de él. El campo está totalmente desierto y transformándose en centros de logística industrializada. Sin embargo, debería ser algo completamente diferente, que permitiera una forma de vivir simbiótica entre seres humanos y naturaleza y las ciudades deberían seguir siendo capaces de albergar al 60, 70 u 80% de la población mundial, pero de una manera mucho más eficiente, menos dañina.

Si construimos ciudades saludables y reestructuramos el campo desde esa perspectiva más simbiótica, será posible generar un equilibrio. Ahora mismo, uno mata al otro.

 

¿Qué opinión tienes de lo planteado por Rem Koolhaas en su exposición y libro Countryside. The Future?

Creo que es muy importante regresar al campo. En el campo podremos reestructurar nuestros paisajes. Necesitamos hacerlo. Debemos volver el campo, poder duplicar o triplicar su población. Hacerlo a ese nivel sería lo adecuado para evitar dañarlo.

Como has señalado, hemos generado una idealización romántica sobre el campo y la vida rural que no coincide necesariamente con la realidad objetiva de este. Es el escenario de una fantasía en la que parecemos creer albergadas las respuestas y soluciones inmediatas a todo lo que es urgentemente necesario cambiar. No obstante, quizá más que aferrarnos a esa nostalgia por un pasado utópico, sería necesario que revisáramos críticamente los sentidos otorgados a los conceptos “evolución” y “progreso” y la fe radical depositada en ellos en todos los ámbitos.

Sí, incluyendo la arquitectura y el planeamiento urbano.

En los últimos doscientos años hemos pasado de viajar en carretas a desplazarnos con un Tesla; de iluminarnos con velas a hacerlo con bombillas; de realizar pequeñas intervenciones quirúrgicas que ponían al paciente entre la vida y la muerte a resolver con éxito complejísimas operaciones de neurocirugía; de usar esas pequeñas letras de imprenta a imprimir digitalmente; de hacer que, en menos de un segundo, una canción alcance todos los rincones del mundo a través de Spotify. Sin embargo, cuando nos fijamos en la arquitectura comprobaremos que una casa de 1620, como en la que yo vivo, es muchísimo mejor que una actual.

¿Qué ha sucedido? Ha habido un progreso en todo, pero no en la arquitectura. Como digo, sigue gustándonos más la ciudad del siglo XV o XVI que la moderna. ¿Qué está pasando? ¿Por qué no hemos encontrado una solución para construir ciudades en las que nos sintamos a gusto? ¿Qué estamos haciendo mal? No hemos sido capaces de construir ciudades mejores en los últimos trescientos años. El Panteón, un edificio construido hace dos mil años sigue deslumbrándonos. La arquitectura es muy extraña, no entendemos nada sobre ella. No ha habido progreso, ni invención.

 

El concepto de “progreso” se ha ido definiendo como una idea de autosuficiencia y hegemonía del hombre frente a la naturaleza y los demás seres vivos.

La arquitectura se ha convertido en un bien económico. Cuando se mira a un edificio, la mayor parte de las personas no ven un espacio de habitar o destinado a otro tipo de función, sino dinero. Los gobiernos municipales ven dinero; el constructor ve dinero; un fondo de pensiones ve dinero. Todo el mundo ve dinero a ganar cuando mira un edificio.

Ahora mismo Holanda está atravesando la mayor crisis de vivienda de su historia: la gente no encuentra viviendas a las que acceder. ¿Qué sucede? Tenemos dinero, materiales,  pero no construimos simplemente porque hay demasiadas partes implicadas a las que, de algún modo, les viene bien que exista esta crisis, porque se lucran con ella. Sólo construyen cuando ven algún tipo de beneficio económico. Se ha fijado un techo contra el que todo el mundo empuja, pero todas estas partes lo contienen porque si se construye más, sus propiedades se devaluarán. Hay demasiados agentes decidiendo cuándo debe construirse y cuándo hay que esperar, lo cual es completamente demencial, porque la gente necesita casas donde habitar.

¿Qué constituiría “progreso” en la arquitectura hoy?

Los edificios nos permiten almacenar CO2, lo cual es algo muy positivo. Y todo edificio puede ser capaz de crear energía en lugar de consumirla. Todo edificio debería ser capaz de reconstruir la naturaleza y contribuir no sólo al bienestar de las personas, sino también de los animales, los árboles, los hongos, las bacterias… Porque vivimos a partir de todo eso.

Si no reestructuramos eso, seguiremos empujando a los lados a la naturaleza incesantemente; mientras que si lo incorporamos, regresaremos a ella. Y quizá eso dé lugar a algo que no siempre será cómodo y agradable: tal vez tendremos más avispas y mosquitos pululando a nuestro alrededor; una confrontación entre animales, plantas y humanos, pero es lo que nos toca. Seguramente no hay nada de malo en que una araña viva en tu casa.

En su mayor parte, la historia de la arquitectura no está protagonizada por la arquitectura doméstica, sino esencialmente por las grandes construcciones simbólicas de cada siglo. ¿Debemos centrarnos hoy en la vivienda común, en la casa, como elemento eje para la arquitectura? ¿Considerarlo el núcleo fundamental para toda acción de progreso?

La motivación espiritual, trascendental, es más importante que la necesidad.

El Museo Guggenheim Bilbao, por ejemplo, costó millones. A lo largo de la historia, se ha conseguido dinero para construir las que ha sido las catedrales de cada época, sean templos, museos o centros culturales. Se han hecho ingentes esfuerzos para levantar esos edificios; sin embargo, irónicamente, apenas se han dedicado esfuerzos en construir mejores viviendas.

En el libro conversas con Alfredo Brillembourg y Hubert Klumpner en torno a la Torre David en Caracas. ¿Por qué consideras este caso un ejemplo positivo?

Primeramente, ese fue un edificio que no fue concebido con un propósito residencial. Posteriormente fue abandonado y tomado ilegalmente por personas sin hogar. Es una especie de pueblo ocupado, con tabiques desnudos, sin ventanas… De haber sido la sede de un banco habría contado con acabados de lujo. La pregunta es la misma otra vez: ¿qué está sucediendo para que no sea posible proporcionar a todas las personas una buena vivienda pero sí podamos construir un centro comercial con materiales de primera calidad? Esa es pregunta constante: “¿Por qué?”

Cada día de mi vida laboral implica pelear por mejores condiciones para los edificios que funcionan como escuela. Nuestros edificios escolares son lamentables. No hay dinero para ellos y me enfurece que los niños pasan tiempo en estructuras paupérrimas, como contenedores. No puedo estar más absolutamente en contra de eso. No metas nunca a un niño en un contenedor, porque eso se convertirá si no en su medida de referencia. Aquí podemos aprender de nuevo del campo, porque la mayor parte de las casas rurales son excelentes, ofrecen excelentes condiciones de habitabilidad a la gente, cuando aún existía un cierto equilibrio entre campo y ciudad, esas estructuras remotas eran hermosas y se construían procurando que ofrecieran buenas condiciones para habitar, mientras que los lugares de almacenaje, por ejemplo, eran de inferior calidad. En la ciudad sucedía lo contrario. La idea de una vivienda de calidad ha desaparecido y la gente invierte en el banco, en la catedral, en el museo.

¿Y cómo replantear la presencia de los elementos naturales en la ciudad?

Regresando a la pareja campo-ciudad, sobre la que antes hablamos, el aspecto fundamental no es para mí la densidad entre el campo o la ciudad, sino las cualidades del paisaje, sea urbano o rural. Esa es la cuestión sobre la que deberíamos trabajar, especialmente en la ciudad.

Con la densificación como justificación, se dice que podemos tener jardines en las cubiertas de los edificios. Yo insisto en que es necesario que la ciudad conserve al menos un 30% de su población de árboles. De lo contrario, todo irá a mal. Los tejados verdes no son la solución para remplazar a los parques y los árboles que son eliminados. Es necesaria esa conexión humano-edificio-flora-fauna. Se pueden añadir cubiertas verdes y mucha vegetación al edificio, pero eso tampoco está en la mentalidad de quienes toman decisiones respecto a la ciudad. Sacrifican cualquier cosa por mor del beneficio económico. Y esa actitud simplemente nunca va a funcionar. Jamás.

Lo mismo sucede con el sistema de aguas, que eso es lo único que funciona aquí en Holanda. La mayor parte de la naturaleza presente en Ámsterdam es agua. Lo bueno es que nadie está usando esa agua, nadie puede reclamarla como propiedad privada. Tampoco nadie puede reclamar la propiedad de un parque, pero en el momento en que se crea un tejado verde en un edificio, alguien puede reclamarlo como de su propiedad. Lo valla, lo pone en riesgo, y cincuenta años después esos árboles en el tejado han desaparecido para construir otra cosa ahí.

Estoy convencido que ese conocimiento fundamental acerca de lo que hemos hecho a lo largo de los últimos 3.500 años debería reutilizarse para, de algún modo, reconstruir la ciudad moderna.

 

Bjarne Mastenbroek, SeARCH, Iwan Baan, Dig It! Building Bound to the Ground, Taschen, 2021. 

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