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Blogs La viga en el ojo por Fredy Massad

Entrevista a Miguel Ángel Alonso del Val. 1ª parte.

Entrevista a Miguel Ángel Alonso del Val. 1ª parte.
Fredy Massad el

Reflexionar qué está pasando; entrar a fondo en los temas y tratar de encontrar camino para mejores propuestas. Ésta es la intención de esta conversación con Miguel Ángel Alonso del Val, responsable junto a Rufino Hernández Minguillón de ah asociados y director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra.

Hablas en tu texto Arquitectura relacional sobre el hecho de que los arquitectos han priorizado información sobre conocimiento. Un punto fundamental con el que estoy plenamente de acuerdo y que creo que no es exclusivamente aplicable a la arquitectura. Vivimos en una sociedad sobreinformada y en la que el conocimiento está quedando relegado a posiciones casi marginales. Existe una discusión acerca del presente pero no se ahonda en exceso en las ideas. 

Salvo en honradas excepciones, el crítico se ha convertido en un informador. O más bien, en un comentarista de la información. El conocimiento, en cambio, nos llega de vuelta, no de ida. Precisamos, por supuesto, de información de ida, información cruzada, canales abiertos… pero el conocimiento aparece de una manera reactiva: es decir, surge a partir de cómo yo me posiciono ante esa información. No simplemente asumo esa información y lleno mis estanterías (físicas o digitales) de información. No. La pregunta debería ser: ¿cómo se produce el conocimiento?

Creo que la desaparición de la crítica (aunque no sé si fue primero el huevo o la gallina) tiene que ver con ese estado presente de rechazo al conocimiento. Yo acostumbraba a decir que un aspecto muy interesante de la década de los 20 y 30 era que la sociedad demandaba militantes: se militaba políticamente, arquitectónicamente…y en ese contexto el trabajo del intelectual era apreciado porque el entorno propiciaba que el intelectual contara con seguidores.

En la era de la información, el intelectual (que en el fondo es una figura que piensa más allá de la información, de manera cruzada, de manera transversal) ha ido desapareciendo. Desaparece como consecuencia la figura del crítico y entonces va desapareciendo también el conocimiento.

Desgraciadamente, y éste es un tema que a mí me preocupa muchísimo en relación a las escuelas de arquitectura, todo esto está llevando a una pérdida total del conocimiento de la arquitectura. Los alumnos poseen información sobre la arquitectura, reciben unas ciertas técnicas que les permiten resolver problemas…pero se ha perdido el conocimiento arquitectónico, algo que les hace tremendamente débiles ante cualquier cambio de posición técnica. Sea cual sea la disciplina, no poseer un conocimiento sólido de ésta te deja inerme porque careces de capacidad de reacción.

 

Misterio. Santuario de Arantzazu (Gipuzkoa). Fotografía: Josema Cutillas

 

Coincido contigo, e insisto siempre que no se trata de un problema causado por las escuelas sino un problema cuya base está en la misma sociedad. Es un estado que denomino hooliganización: se sigue fervorosamente a ciertos personajes casi desconociendo cuál es su ideología (porque, en realidad, no presentan una ideología), admirándolos casi estrictamente por su carisma. Un carisma construido cada vez más también a golpe de ardides mediáticos.  ¿Cómo sería posible, en tu opinión, recuperar una posibilidad de debate, de re-culturización, podría decirse, dejando de lado el efecto y peso de este tipo de aproximaciones a determinadas figuras, concebidas desde las premisas de lo mediático pero que ya funcionan e intervienen más allá del territorio de lo mediático? ¿Cómo recuperar la idea del valor del debate profundo, no ese modelo de debate de televisión que ahora tenemos?

Es una apostilla interesante la del modelo del debate de televisión. Porque eso es además información troceada y sesgada: el peor tipo de información.  Los debates tanto políticos como arquitectónicos presentan una visión totalmente segmentada de la realidad. No aprecian el discurso construido, sino que todo se convierte en una cuestión de si éste o ése me caen bien o mal, si se da buena o mala imagen. Éste es, creo, uno de los grandes problemas.

Uno de los aspectos que me interesaron de tus artículos es que te fijabas en cuestiones que yo llamaría ‘reales’. Hay que volver a la realidad. En el frontispicio de mi texto yo citaba una frase de Philip Drew del prólogo del libro dedicado a “The third generation”. Es una frase de 1970 pero el problema es hoy exactamente el mismo. Debemos regresar a la realidad de los problemas que están alrededor de la arquitectura. Tanto en las escuelas como fuera de ellas debemos negarnos a hablar de problemas que no tengan que ver con la realidad sobre la que podemos influir como arquitectos.

Asistimos a debates en los que nos parece estar viendo una representación de El enfermo imaginario. Como si los médicos estuvieran hablando de enfermedades que no existieran. Que a usted le “duela” la textura convexa de la piel del edificio que está usted construyendo en algún lugar, es una enfermedad imaginaria. No es algo que afecte a la vida real de las personas. Hay que descender ahí. Y que nadie nos acuse de demagogia por ello, como me sucede y también te ha sucedido.

Esto no es un simple discurso 15-M, aunque creo que el 15-M tenía que ver con una reivindicación de esta necesidad de hablar de cuestiones reales. Y las cuestiones reales en cuestiones de vivienda, por ejemplo, es cómo saber resolver los problemas de habitabilidad de las personas. Que un arquitecto se haya gastado el presupuesto en instalar unas correderas de bambú no tiene nada que ver con los problemas reales de la arquitectura. Esas correderas de bambú es dinero invertido en unos elementos que se degradan y no tienen mantenimiento posible. Sí, ciertamente ofrecen una imagen muy fotogénica del edificio pero no son lo que habla de los problemas concernientes a la vivienda social hoy en este país y que, seguramente, hoy pasan por tratar de dotar a ese tipo de viviendas de una calidad espacial y de una tecnología suficiente para unas personas que hacen el gran esfuerzo económico de su vida. A partir de ahí, tratar de mejorar normativas y afrontar muchas otras peleas necesarias, la mayor de las cuales son seguramente reformular los criterios de habitabilidad, que fueron planteados en los años 50 y no tienen nada que ver con la sociedad actual.

Bajar a la realidad significa ser consciente de los límites económicos disponibles hoy para trabajar y pelear desde esa realidad, porque como no descendamos a ella nuestra capacidad de influencia y mejora del entorno es mínima; y además se convierte en coartada para aquellos arquitectos que realmente no quieren transformar la realidad.

Creo, por ello, que la arquitectura no es una cuestión objetual sino relacional. La arquitectura es el arte más mediatizado, lo cual constituye tanto su grandeza como su debilidad. En ninguna otra obra de su tiempo puede verse más indeleblemente retratada la sociedad de una época como en una gran obra de arquitectura. Así, esta idea de lo relacional también es una obligación consistente en establecer formas de relación nuevas con la realidad que nos rodea. Insisto a mis alumnos en la idea de que la arquitectura es una cuestión de relación; que lo importante es la relación que uno establece, por ejemplo, con el programa, y también con la técnica, con el lugar o con la cultura.

Está claro que la relación con el programa en los años 60 era una concreta y distinta a la que tenemos ahora, y que es mucho más abierta, menos dogmática. Creo por eso que es muy negativo el modo en que, tan dramáticamente, se han abandonado en las escuelas de arquitectura las cuestiones programáticas porque es fundamental entender que una vivienda se habita de una manera privada y es algo esencialmente diferente de, por ejemplo, un museo. Esta ‘musealización’ de la arquitectura ha llevado a dar muchas veces carta de naturaleza como espacio habitable de gran calidad a edificios de residencia cuyo valor único es el de favorecer buenas fotografías.

Por otro lado, ¿qué relación hemos tenido con la técnica? Tampoco es posible plantear relaciones equiparables a las que había entre arquitectura y técnica hace cincuenta años y aún no existía lo digital.  Eso supone asumir creativamente la importancia actual de las instalaciones, de las infraestructuras de los edificios, y de las que tanto dependen calidad y cualidad de los edificios que hacemos. Reformular todas esas relaciones es esencial como camino para recorrer, para ir hacia otra nueva arquitectura. Y es en esos ámbitos en los que deberíamos estar trabajando, más que en ese debate estéril sobre lo formal.

Soy un apasionado de la historia y una de las cuestiones que me resulta más fascinante es comprobar cómo los ciclos se repiten. Que hay, por ejemplo, retornos de determinadas figuras tras el olvido de una generación, aproximadamente: cómo la arquitectura del cambio de siglo tiene que ver con la de los años 60. No es casualidad que Archigram, que yo vi morir cuando entré en la escuela de arquitectura,  esté siendo recuperado casi cuarenta años después, al igual que los situacionistas, los metabolistas, los brutalistas, etc. Conviene recordar que el discurso de Rossi y Venturi puso en crisis a todas estas figuras que hoy están de moda. Pero si miramos con mayor distancia, como les planteo a mis alumnos, vemos que en 1914, en el comienzo de la I Guerra Mundial, vivía aún la emperatriz Sissi y todo el mundo que asociamos a ella de la Viena de fin de siglo y el Art Nouveau: un mundo nuevo donde había arquitectos que, diríamos, pertenecían al star-system e iban de una ciudad a otra, todos esforzados en cambiar la arquitectura desde lo superficial, desde la decoración. Esto sería algo comparable a los arquitectos estrellas de hoy, porque -salvando la calidad de algunos de ellos- eran arquitectos que estaban alejados de la realidad. Manejaban el discurso propio del XIX pero con otro recubrimiento formal, y que es exactamente lo que les pasa a muchos de nuestros iconos actuales. A partir de 1919 ya no quedó ni rastro de ellos. La disciplina se había reformulado completamente.

Por supuesto, no estoy preconizando la catarsis de una Gran Guerra pero…

…me temo que quizá ahora estamos inmersos en otra forma de guerra. Quizá tenga consecuencias parecidas.

Sí. Carecemos de distancia para poderlo saber pero, en cualquier caso, eso también me proporciona la posibilidad de poder decir que quizá ha llegado el momento en que la sociedad se haya saciado ya de toda esa pasarela de estrellas y quiera saber cómo es posible reformular la realidad porque esas arquitecturas, en el fondo, no son capaces de hacerlo. Necesitamos un nuevo programa.

Cuando tuvimos aquí una reunión de los premios Priktzer con ocasión del cincuenta aniversario de la Escuela, se percibía por ahí soterrado un discurso muy negativo y yo me atreví a hacer una referencia a Otto Wagner, una figura de transición entre siglos, que veía que no había trabajo para tantos arquitectos en Viena y afirmó que el futuro de los arquitectos dependía de que fueran capaces de inventar nuevos programas que en ese momento no tenían consideración en la arquitectura pero que sí reflejaban necesidades reales de la sociedad.  E hicieron eso comenzando por la vivienda. La vivienda para las clases desfavorecidas no era un tema de la arquitectura pero ellos fueron capaces de entrar en ello, logrando introducir también a la industria que hasta entonces se había mantenido al margen del discurso arquitectónico de los grandes arquitectos.

Mirando hacia el siglo XXI creo que sería esencial centrarse en programas que responden a necesidades: por ejemplo, el urbanismo relacionado con la re-paisajización o reelaboración de entornos ya construidos para volverlos a dotar de sentido e identidad; o la rehabilitación de infraestructuras, dotándolas de un sentido estrictamente contemporáneo…Creo que hay muchísimos programas que aún permanecen inexplorados. Por ejemplo también las áreas de trabajo informacional, colaborativo… mezclados con la residencia, que se topan a veces con problemas de normativa pero son fronteras en las que trabajar.

 

Centro Cultural Gandiaga. Santuario de Arantzazu (Gipuzkoa). Fotografía: Josema Cutillas

 

Es así, pero estoy convencido de que estas necesidades reales han acabado cayendo también en las redes del espectáculo.  El tema de la vivienda social también se ha convertido en pasto de frivolidades mediáticas para beneficio de determinadas figuras del star-system y, consecuentemente, desvirtuando ese sentido de reflexión sobre lo real que podría concretarse en ellas. Vemos cómo no se trata sólo de plantear esos gestos caprichosos e inconsecuentes en la materialización del edificio, sino también la de artificializar-distorsionar llevando a supuestos territorios de creación y reflexión artística las cuestiones sobre cómo se habita en la actualidad. 

Sin embargo, quizá por la inercia acrítica que se impuso en los tiempos de bonanza, hay una fuerte reticencia a denunciar la esterilidad de esas propuestas. Se está tratando de recuperar la confianza en el regreso de un pasado que, sin embargo, no va a volver y que es mucho más deseable que no lo haga. Creo que faltan figuras que se atrevan a proponer para la realidad y desde la realidad y supongan una ruptura clara y genuina con esa supuesta ‘renovación’ o ‘posición alternativa’ que, sin embargo, hacía persistir los modelos nocivos anteriores. 

La sociedad del espectáculo es un antagonista radical de esa posición que tú describes y que habla de recuperar un sentido puro de lo pragmático.

La condición pragmática es básica aunque no suficiente. Si se pierde ésta, desaparece cualquier discurso. Pero es preciso que esa actitud de ver la realidad, las circunstancias tal y como son, también sea capaz de saltar más arriba, de darle otro sentido a la actividad que estás haciendo. Ser verdaderamente capaz de ver que la sociedad en la que estamos es mestiza en sus inputs culturales y cómo eso va a hacer que la definición de una arquitectura de estilo o de marca está de alguna manera en contra de la realidad social que nos rodea.

Obviamente que hay un mundo vendido por los medios que nos plantea que es muy cool habitar en una vivienda firmada por tal arquitecto, algo que equivale a decir ‘cómprese usted un Ferrari’, pero eso no detiene el avance del utilitario que va a ser el coche real del siglo XXI. Podemos admirar un Ferrari, pero el mundo de la automoción no se la está jugando en los Ferraris sino en ese gran cambio que ha llevado a vehículos con menor consumo, de manejabilidad mejorada…. Finalmente, ése es el mundo.

Es cierto que los avances que se aplican a los utilitarios proceden, en muchos casos, de los que se han aplicado antes a los coches de Fórmula 1, pero no puede usarse siempre ese argumento como coartada. Si centramos el discurso entonces en la Fórmula 1, hay obras de arquitectura de enormes arquitectos ante los que uno se queda simplemente extasiado. Y sí: esos edificios son un Ferrari, que te ofrecen unas extraordinarias enseñanzas. Pero no es lo que se percibe cuando, por ejemplo, se visita el Pabellón Puente de Zaha Hadid en Zaragoza y el alma se cae a los pies. Ante ese tipo de casos es cuando rehúso aceptar esa coartada. Patrik Schumacher, su socio, vende esos proyectos como obras que se encuentran en las fronteras del conocimiento, de la arquitectura, como profundas investigaciones…pero luego uno se encuentra con ese edificio.

No es Fórmula 1. Sería un mero trabajo de tuneado de un vehículo común.

Un tuneado hecho en un mal garaje de barrio, pero envuelto de glamour y vendido internacionalmente. No tiene más valor que el de ese tuneado de firma.

Por supuesto que hay arquitectos que me interesan, que considero con vigencia y que, más allá de que sean mayores o menores estrellas, llevan adelante una carrera de trabajo y experimentación y que siguen dando referencias. Pero sin embargo he visto muchos edificios de mucha gente que, pasadas las fotografías y las portadas de revista, es imposible desear volverlos a ver.

 

Viviendas VPO en Camargo (Cantabria). Fotografía: Josema Cutillas

 

Ha habido tantísima arquitectura planteada con un recorrido cuya exclusiva meta era la fotografía.

Sí, que sólo ha sido proyectada para la fotografía. Hay arquitectos que proyectan persiguiendo determinados efectos para una específica clase de fotografía.

A veces pienso que es una pena que contemos con tan buenos fotógrafos, capaces de hacer imágenes maravillosas a partir de obras que a veces pueden ser muy deleznables en su contexto.

Soy también crítico con la Casa da Música en Oporto de Rem Koolhaas, que impacta como un meteorito sobre su entorno y lo mantiene igual de degradado que estaba con anterioridad a su construcción. Las grandes obras públicas dan más de lo que reciben: se apropian de un espacio que nos pertenece a todos pero nos devuelven otro de mayor calidad, con otra dimensión y otra cualidad. Pero cuando constatas que lo que el arquitecto ha hecho ha sido apropiarse del espacio de manera privada, instalar en él su monolito o monumento, nos devuelve mucho menos de lo que teníamos.

Del mismo modo que se puede hablar de cómo gestores privados se han aprovechado de lo público para hacerse multimillonarios podemos hablar de arquitectos que han aprovechado las oportunidades públicas que se les han brindado para hacerse una imagen, robándonos. El de Koolhaas me parece un ejemplo claro, pero sin duda hay muchos otros.

Son los estragos del narcisismo. La arquitectura que sólo desea verse a sí misma. 

Y sin dar nada, insisto.

Hay intervenciones fortísimas y pienso en la Casa de Cultura de Estocolmo, una gran intervención de Peter Celsing de los años 70 con retórica brutalista, quizá algo lógico entonces pero que, para una visión contextualista, sería claramente discutible. Sin embargo, el espacio público que genera, cómo se relaciona con éste y dota a la ciudad de un edificio cívico resulta en una intervención fantástica, un edificio que da mucho a la ciudad. Se emplazó en un entorno conflictivo y seguramente que aquella inserción colisionaba con la trama existente, pero hacía el esfuerzo de dotar a la ciudad de algo de lo que carecía: un espacio colectivo, de dimensión moderna, que alberga constantemente todo tipo de actividades culturales.

Pero hay muchos otros que a su alrededor sólo generan tierra quemada, tierra muerta.

Entrevista a Miguel Ángel Alonso del Val. 2ª parte.

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