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¿A qué esperamos?

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Por Agustí Segarra Blasco – Universitat Rovira i Virgili

 

La obsesión de algunos de los principales centros académicos por observar el mundo desde, y solo desde, el cristal abstracto de las matemáticas se saldó con una creciente especialización —fragmentación— de nuestra disciplina. La desconexión con las disciplinas sociales vecinas (geografía, historia, antropología, psicología, sociología, etc.) conlleva un coste que aún no estamos en condiciones de valorar. Con la excepción de algunas iniciativas remarcables, no deja de ser inquietante el desinterés por aprender y colaborar con el vecino hasta llegar a casos extremos, como cuando se ignoran los avances de aquellos que abordan cuestiones colaterales a la nuestra o incluso el trabajo que realizan aquellos con los que compartimos despacho. En la actualidad, nuestra disciplina sufre el síndrome de la «trampa del silo», donde predomina la fragmentación frente a la transversalidad y el enfoque general. La economía en estos momentos es una disciplina fragmentada, en exceso, que se ha quedado sin fuerza para formular un nuevo marco de análisis general que supere los anteriores.

Llegados a este punto, los economistas debemos recuperar nuestra ambición analítica, ser más modestos a la hora de exhibir en público nuestros conocimientos que no son pocos, potenciar nuestra confianza como colectivo profesional y, porque no, recurrir con mayor frecuencia al sentido común.

No hay que perder el optimismo. A lo largo del periodo comprendido desde el ecuador del siglo XX hasta nuestros días, las aportaciones de los economistas, en volumen y calidad, han sido más intensas, ingeniosas y rigurosas que nunca. No hay campo de estudio, por lejano que esté de los territorios tradicionales de la economía, que no haya sido objeto de un riguroso estudio por su parte. A pesar de ello, da la sensación de que la ambición intelectual de los economistas ha decaído desde la expansión del credo neoliberal. Desde los años ochenta del siglo XX, el triunfo de la revolución conservadora y de los think-thanks neoliberales se ha traducido en un discurso oficial de corte economicista donde todo, o casi todo, gira en torno a los logros económicos a través de unos mercados que hacen satisfactoriamente su trabajo de la mano de inversores y consumidores racionales. Qué lejos que estamos del pensamiento y de la práctica de economistas como Alfred Marshall, que interpretaron los aspectos materiales como un medio para alcanzar el bienestar del conjunto de la sociedad. La primera mitad del siglo XX fue un periodo rico en grandes ideas, muchas de las cuales continúan vigentes a pesar del desgaste de los años.

Desde otro punto de vista, la brecha entre la docencia que se imparte en nuestras universidades y la economía no deja de crecer. Sin dejar de potenciar los discursos teóricos y los análisis abstractos practicados en las aulas, hay que tender más puentes entre la teoría y el mundo en el que vivimos. Por ello, debemos preocuparnos porque muchos de nuestros compañeros no tienen interés alguno por el mundo real. ¿Qué ha pasado desde el año 2008? ¿Cuáles serán los efectos sobre la distribución y la acumulación de la riqueza? ¿Cómo deben actuar los gobiernos? Son cuestiones que carecen de interés para muchos  economistas académicos. Hay que abrir nuestras facultades de economía al mundo real y al contraste de ideas. Difícilmente estaremos en condiciones de reducir la brecha entre el relato académico y la economía si los departamentos no se abren a un debate abierto, sano y sin prejuicios entre los distintos enfoques y escuelas de pensamiento. Un contraste de ideas y métodos donde participen los enfoques teóricos, las aportaciones de la historia económica y los nuevos métodos de análisis cuantitativo. Un debate transversal que incluya todas las parcelas próximas al campo de la economía y en el que participen, también, los policy makers y los responsables de las agencias públicas.

Dada nuestra condición de ciencia social, debemos recuperar el espacio perdido y superar viejos debates caducos. Aprendamos de la Gran Recesión que nos atrapa; no volvamos a caer en el error de confundir los mercados libres con los desregulados; releguemos para siempre el falso dilema de gobierno contra mercados y pensemos sobre qué queremos del mercado en su calidad de mecanismo social generador de incentivos y distribuidor de rentas y bienestar. Por último, aceptemos que el papel del sector público no consiste en recomponer los mercados cuando estos van mal, esto es cuando incurren en fallos, sino crear nuevos mercados y abrir nuevos escenarios tecnológicos capaces de enfrentarse a los crecientes retos que deberá abordar la humanidad en nuestro siglo XXI.

La economía tiene mucho que decir sobre cómo salir de esta Gran Recesión que tanto se nos resiste. Tenemos que recuperar, con modestia, el saber hacer de nuestros maestros. Autores como Alfred Marshall, Joseph Schumpeter o John M. Keynes practicaron a lo largo de su obra un estilo de «hacer economía» basado en el rigor metodológico y la práctica de la economía política.

El rigor en el análisis es incompatible con mirar hacia otro lado. Especialmente cuando el esquema económico que tenemos en mente está desapareciendo para transformarse en un nuevo orden del cual poco sabemos. Ante los numerosos interrogantes que acompañan a este nuevo escenario es imprescindible abrir las ventanas al debate metodológico y a la colaboración con las ciencias colaterales. Como colectivo profesional, los economistas tenemos que recuperar el terreno perdido y la dimensión social de nuestra disciplina. No queda más remedio que mojarse. ¿A qué esperamos?

Referencias:

Keynes, John Maynard (1936): General Theory of Employment, Interest and Money, Macmillan and Co., London (versión en español Teoría general del empleo, el interés y el dinero Teoría general, Fondo de Cultura Económica, 2001)

Marshall, Alfred (1890): Principles of Economics, Macmillan, London (versión en español Principios de Economía, Síntesis, 2 volúmenes, 2006)

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