Los agujeros negros supermasivos, esos que hoy podemos observar en los centros de la mayoría de las galaxias, son algo muy difícil de explicar. Y es que hasta ahora los investigadores que lo han intentado, y que lo siguen intentando, se han encontrado con una serie de dificultades prácticamente insalvables a la hora de escribir sus historias.
¿De dónde vienen estos gigantescos y oscuros objetos, que pueden llegar a tener hasta miles de millones de veces la masa del Sol? ¿Cómo llegaron a formarse? ¿Y cómo, a pesar de su extrañeza, pueden haber llegado a ser tan numerosos? Ahora, un equipo de astrofísicos de la Western University, en Canadá, parece haber encontrado una respuesta a este misterio cósmico. Los resultados de su trabajo se acaban de publicar en la revista The Astrophysical Journal Letters.
Por lo que sabemos, un agujero negro se forma tras el colapso gravitatorio de una estrella de por lo menos cinco masas solares que, al quedarse sin combustible, es aplastada por su propia gravedad. Cuando la estrella ha consumido todo su combustible nuclear (por ejemplo hidrógeno o helio), su horno se apaga. Y una estrella no es más que el delicado equilibrio entre dos fuerzas: la que se ejerce «de dentro hacia fuera» gracias a la combustión nuclear; y la que ejerce «de fuera hacia dentro» la implacable gravedad.
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