“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com
En julio de 2012, el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Peña Nieto, ganó las elecciones presidenciales de México.
El candidato Peña Nieto era joven -no cumplió los 46 años hasta poco después de obtener su victoria-, telegénico y carismático y se había construido una reputación de buen gestor mientras fue gobernador del estado de México.
En los primeros meses de su presidencia, Peña Nieto concitó el apoyo internacional por su programa de reformas y su prestigio alcanzó niveles altísimos en todo el mundo.
Sin embargo, a finales de 2014, las expectativas tornaron en fuertes vientos cara por el efecto combinado de tres sucesos que vinieron a torcer su labor de gestión como presidente y a hipotecar su legado político.
El primer golpe a la reputación del presidente Peña tuvo su origen en el escándalo sobre el conflicto de interés en el que éste incurrió al comprar su esposa actual, Angélica Rivera, la casa en la que habitaba la pareja presidencial -la popularmente llamada “casa blanca”-, dados quién era el vendedor de ésta, cuál era su precio y a nombre de quién estaba registrada.
La mansión, ubicada en las Lomas de Chapultepec, una de las zonas más caras de la Ciudad de México, y que la señora Rivera había mostrado a todo México, sin pudor alguno, a través de un reportaje fotográfico en la revista Hola, había sido comprada a una compañía del Grupo Higa, empresa ganadora de numerosos contratos de obra pública durante la etapa en la que Peña había sido gobernador del Estado de México, entre 2005 y 2011, tenía un valor estimado de $7 millones y estaba registrada a nombre de Ingeniería Inmobiliaria del Centro, empresa perteneciente al Grupo Higa.
Dos años después, el presidente Peña terminó por disculparse públicamente -“Pido perdón por la ‘casa blanca’, cometí un error. Este error afectó a mi familia, lastimó la investidura Presidencial. (…) En carne propia sentí la indignación de los mexicanos”- y también hubo de revocarse la licitación del tren México-Querétaro, que había ganado una de las empresas de ese mismo Grupo Higa.
El presidente Peña nunca se recuperó de aquel error.
En México está asumido el que sus presidentes se hagan ricos al abandonar sus responsabilidades. Sin embargo, el país no estaba acostumbrado a tener la impresión de que su presidente se enriqueciera no al abandonar su cargo, sino, en el ejercicio de sus funciones.
El segundo golpe fue la matanza de un grupo de estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa, ocurrida en Iguala, Guerrero, en septiembre de 2014, y que se desencadenó mientras estos estudiantes se apropiaban de autobuses y medios de transporte en aquella zona para poder asistir a las manifestaciones conmemorativas de la masacre del movimiento estudiantil de 1968 que tuvo lugar en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco de la capital mexicana.
El suceso de Iguala se saldó con nueve muertes y cuarenta y tres desaparecidos en lo que parece que fue una operación siniestra en la que colaboraron políticos priístas y policías locales junto a sicarios –Guerreros Unidos– del narco de la zona.
La respuesta de las autoridades ante aquel hecho dejó al presidente Peña noqueado y sin capacidad de respuesta.
Mientras tanto, el debate público crecía imparablemente sobre los derechos humanos, sobre la penetración del narco y del crimen organizado en la sociedad y sobre la colusión de políticos y de miembros de las fuerzas de seguridad.
Por último, el tercer golpe a la reputación del presidente de México se lo propinaron los efectos de la visita, en septiembre de 2016, del, entonces, candidato presidencial estadounidense, y, hoy, presidente electo, Donald Trump.
Peña no sólo recibió al candidato en la residencia oficial de Los Pinos, sino que organizó, junto a éste, un encuentro con los medios de comunicación, que fue aprovechado por Trump para reiterar algunos de los mensajes condescendientes y racistas que utilizó contra México y contra los mexicanos durante su campaña electoral.
El impacto fue tan grande que el presidente Peña tuvo que hacer responsable de lo acontecido a Luis Videgaray -Secretario de Hacienda del gobierno y hombre de su absoluta confianza-, quien ofició como muñidor de la visita y a quien le acepto su dimisión una semana después de aquel encuentro.
La vuelta de Videgaray al gobierno de Peña, hace diez días, como responsable de la política exterior mexicana, en la confianza de que pueda ayudar a tender puentes con la administración Trump, no es más que un nuevo gesto errático e iluso por parte de Peña frente a alguien que ha demostrado su voluntad de construir muros, físicos o virtuales, entre los dos países, como ya está haciendo con el socavamiento de facto del Tratado de Libre Comercio de América del Norte –NAFTA, por su siglas en inglés-.
Desde el verano de 2014, y con cuatro años de antelación a la finalización de su sexenio, Peña Nieto está siendo, probablemente, el presidente lame-duck con más antelación a las siguientes elecciones presidenciales de la historia mexicana contemporánea.
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