Hoy se ha ido Tapies, el marqués de Tapies. Uno de los grandes creadores universales de la segunda mitad del siglo pasado que desarrolló un lenguaje y estilo radicalmente propios a partir de sus iniciales referentes surrealistas como Miró, Klee o Ernst.
Nació al arte con la segunda guerra mundial, quizá la tierra calcinada por las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki esculpieron su afán de mirar más allá de la realidad formal. Nunca pretendió contar una historia con sus peculiares materiales y colores. Para mí un cuadro es un objeto, decía, como queriendo evadirse del mundo de las imágenes. No le interesaban las formas de un paisaje, buscaba lo que pudiera haber tras ellas; la materia primera. Estamos hechos de tierra y a la tierra volvemos.
Esa búsqueda del más allá de las formas le acercó al mundo oriental, China y la India, y también a místicos como San Juan de la Cruz. Su afán creador le llevó hasta componer prácticamente ciego sus obras últimas, como Beethoven, sordo, había hecho su música dos siglos antes. Es uno de los milagros que procura la abstracción, tan poco frecuentada en la vida ordinaria y la política.
Junto a todo ello, Antonio Tapies se comprometió políticamente con la libertad, la democracia y el socialismo comunista catalán. Y quizá sobre todo ello, o por todo ello, con la Cataluña en que nació, vivió y ha muerto.
Hay mucha vida al margen de la política, tan necesaria en momentos críticos como pocas veces importante o interesante. De Tapies queda su obra, para mucho tiempo. Será un referente sobre el que otros levantarán mundos nuevos y creaciones distintas. En la política levamos años sin que nadie haya generado algo similar, una idea nueva. No aquí; el problema es universal.
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