Qué demonios traería la vicepresidenta de Maduro para que Ábalos tuviera que acudir al Aeropuerto de Madrid Adolfo Suárez para atenderla a horas tan intempestivas; es un misterio.
El hecho de que el ministro de confianza de Sánchez haya mentido tanto sobre el encuentro induce a pensar que se encubre algo que los ciudadanos españoles quizá no estemos preparados para conocer.
En una de las ocho diferentes versiones que sobre el affaire ha dado, el ministro español de Fomento decía que Delcy Rodríguez pidió que acudiera alguien del PSOE al avión privado en que llegó a Madrid. ¿Alguien del PSOE, y por qué no un podemita, siempre deudores de tantos favores de la dictadura bolivariana?
Tal vez traía al presidente español algún presente con el que tener domeñados a sus socios de gobierno, atendiendo una petición a Maduro que el siempre fiel Zapatero pudo haberle hecho en uno de sus últimos treinta y ocho viajes por aquella satrapía.
Tal vez quisiera susurrar al oído del socialista que ojo con el escándalo Morodo, no vaya a salpicar la figura del último mediador que le queda al régimen chavista, el presidente que le nombró embajador en Caracas, siempre Zapatero. ¿Mediador sin partes entre las que mediar?, realismo caribeño…
En contra de las cinco primeras versiones ofrecidas por Ávalos, no parece que la amistad con su colega venezolano de Turismo fuera tan estrecha cuando ahora se informa que el tal Plasencia llegó en un taxi al hotel Palace.
Extraña amistad entre colegas de ministerios diversos, cuando el anfitrión deja plantada a la visita.
Los Iglesias, Echenique, Monedero y hasta Errejón deben de estar moscas tras la surrealista visita de la vicepresidenta bolivariana que pasa por España sin poder hacerlo para ir a no se sabe dónde, ¿Estambul, Doha?, y trayendo de paquete a un subordinado suyo que deposita en la feria mundial del Turismo que se celebra en Madrid. Turismo en la Venezuela chavista, ¡planazo.!
En fin, pero sobre lo que todo ello tiene de astracanada hay algo realmente sustancial: la mentira.
Se pasa por encima de la mentira como si mentir fuera un vicio burgués del que la progresía gobernante está liberada, cuando realmente atenta contra las relaciones de confianza en que se basa toda sociedad democrática.
De ahí el rigor con que es sancionada en los sistemas más libres del mundo, y también de ahí que forme marte de la esencia misma de las dictaduras. La laxitud ante esta lacra social, el mirar para otro lado cuando la realidad es violada sistemáticamente por la mentira, conduce al abismo de la irracionalidad.
Ya está bien de mentiras, de engañar, de desnaturalizar la realidad, de erradicar la verdad.
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