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Blogs Fahrenheit 451 por Pablo Delgado

El escritor fantasma

Pablo Delgadoel

Se dice, entre las diferentes definiciones que podemos encontrar del término fantasma que puede ser una visión quimérica como la que se da en los sueños o en las figuraciones de la imaginación; una imagen de una persona muerta que, según algunos, se aparece a los vivos; o si la adjetivamos se califica como una persona envanecida y presuntuosa. También el fantasma puede calificarse como una amenaza de un riesgo inminente o temor de que sobrevenga.

En el caso que aquí expongo y titulo, no funciona como adjetivo hacia el escritor, sino como aquello que es inexistente y sobre todo pasa desapercibido para la inmensa mayoría que se acerca a las letras, y es la traducción literaria. Para el lector común la traducción, y por lo tanto, el traductor, además de ser escritor, pasa desapercibido. Los lectores suelen centrar su atención en el autor y en su obra, y no en quién nos la acerca a nuestro idioma y por lo tanto la hace accesible a través de esa traducción de la obra que nos interesa leer. Pero hay otros lectores que van más allá, y en este caso sí que perciben y valoran la traducción, sobre todo, si han leído primero la obra en la lengua materna escrita por el autor.

En un mundo lleno de traducciones, sigue siendo el traductor una profesión invisible, la gran desconocida que, paradójicamente, está en todas partes: en el trabajo, en el cine, en internet, en la publicidad, en los medios, en la calle. La figura del traductor se debería dar más a conocer al gran público, ya que a este se le debe explicar qué hace que una traducción literaria, por ejemplo, llegue ante nosotros y además con una calidad. En la traducción literaria juega un papel importante el editor, que hace de nexo de unión entre escritor y traductor y es el que puede ensalzar la figura de la traducción dándole la importancia que se merece, no solo en la cubierta del libro, sino haciendo partícipe al traductor de la estructura cultural y editorial de la obra. Las buenas obras editadas y traducidas, en su mayoría, son una interpretación del texto original que el traductor dota de un sentido y una construcción narrativa acorde al idioma al que está siendo traducido.

En España tenemos grandes traductores y una gran tradición de la traducción. Los traductores suelen ser en su mayoría escritores, pero también hay algunos que se dedican exclusivamente a la traducción. Dentro de aquellos que son escritores está Javier Calvo (Barcelona, 1973), curtido y respetado traductor (lo ha sido de Ted Hughes, Ezra Pound, David Foster Wallace, Chuck Palahniuk, J.M. Coetzee, Donald Ray Pollock y un largo e impresionante etcétera) acaba de publicar un nuevo texto, esta vez es un ensayo brillante y reivindicativo sobre la traducción “El fantasma en el libro” (Seix Barral).

Calvo comenta en este ensayo lúcido y que sienta las bases sobre lo que debe ser y ha sido la traducción, que “la Historia de la traducción puede leerse como un cuento. Su argumento sería bastante tradicional: la historia de una caída. De lo sagrado a lo profano. De lo heroico a lo cotidiano”. La traducción empezó siendo un oficio de príncipes y de sabios, que la usaron a menudo para cambiar la Historia. Aquí la importancia que tiene a nivel histórico la traducción, por ser fuente de interpretaciones religiosas y del poder, que han llevado a marcar civilizaciones enteras llegando hasta la actualidad. Después estuvo en manos de los poetas y fue una modalidad de creación literaria que dio forma al canon de Occidente. A medida que se democratizaba, la traducción se fue volviendo una especie de profesión liberal de segunda fila, desligada de la creación literaria. El traductor dejó de ser un actor con voz propia en la escena cultural.

Calvo realiza una escueta pero muy enriquecedora evolución de la traducción a lo largo de la historia de la humanidad, desde una edad de oro a una edad heroica, destacando la figura estrella de la traducción llamada Marco Tulio Cicerón (106 a. C.), posiblemente el primer “traductor estrella”. Se le considera el prosista más importante de la lengua latina, con una gran influencia retórica y estilística que perduraría en todos los idiomas posteriores hasta el siglo XIX.

“Hoy en día a la traducción se la ve como una actividad puramente técnica y comercial, desligada de cualquier instancia de poder”. Pero no siempre fue así, ya que como comentaba anteriormente, la traducción y los traductores han influido de forma más que considerable en la historia de la humanidad, en conjunción con el poder político o religioso, los traductores como Cicerón (que a menudo formaban parte de estos poderes) podían llegar a democratizar los conocimientos e incluso llegar a diseminarlos, pudiendo llegar incluso a realizar traducciones partidistas e interesadas. No quiero decir que todos lo hayan hecho, pero la palabra escrita es una herramienta o incluso un arma muy poderosa para aquellos que la dominen en detrimento de aquellos otros que no estén familiarizados con ella. El alejamiento de la traducción literaria “respetuosa” o “fiel”, tal como hoy concebimos estos términos, no es un invento de la era moderna. De hecho se remonta a los primeros tiempos del Renacimiento.

La figura de Borges, ha sido notable e influenciable en la traducción. Las traducciones que realizó a lo largo de su vida, el hecho de que se hayan calificado de “vanguardistas” o “experimentales”, nos dice mucho acerca de cómo nuestra perspectiva ha olvidado siglos enteros de tradición. Borges no hizo más que los escritores habían hecho siempre al traducir una obra literaria: pensar como escritores. Algo parecido se ha dicho de las traducciones que hicieron en España los poetas de la Generación del 27, sobre todo destaca Calvo a Luis Cernuda y Jorge Guillén, que desafian la noción “convencional”, igual que Borges de la traducción. Se ha dicho que escribieron traducciones que en realidad eran poemas propios llevando los textos a su terreno y siendo el resultado más bien como una versión. Esta última afirmación realizada por el autor refleja un doble cambio histórico de perspectiva sobre la traducción: la consideración de que un traductor no debe aportar soluciones creativas sino a limitarse a parafrasear el texto y la idea de que la traducción no es una tarea digna para un escritor. Las diferencias entre las traducciones de un texto se deben básicamente a la competencia del traductor o bien a sus distintos criterios léxicos o gramaticales. A los traductores les está vedada la interpretación, afirma Calvo.

La pérdida de influencia literaria del traductor dentro del sistema actual, obedece a intereses económicos como en tantas otras profesiones que tiene que ver sobre todo con el mundo de las letras. Se han impuesto una serie de criterios capitalistas que se hacen pasar por la normalidad y por consiguiente se ve como una estructura ya hecha y que siempre ha sido así, denostando esta magnífica profesión al hecho mercantilista de oferta y demanda. El traductor se ha convertido en una figura de prestación de servicios igual que si fuera el vendedor del papel y no un actor con voz en el sistema cultural actual, pasando su posición a regirse por el sistema de capitalista del coste.

Por todo ello “El fantasma del libro” es un ensayo necesario en el panorama actual literario; un ensayo que reivindica, con toda la razón, la figura necesaria en la creación literaria, y en la vida cotidiana de una sociedad abierta  a otras culturas, que una vez leído el texto ayudará al lector a valorar y reconocer de forma objetiva el trabajo, la dedicación laboriosa, prolija, en donde se requiere mucha experiencia y preparación, de estos hombres y mujeres que al fin y al cabo son necesarios en el enriquecimiento cultural de la sociedad.

“El fantasma en el libro // Javier Calvo // Seix Barral // 2016 // 17,50 euros

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