Confieso que pertenezco a ese grupo de personas que este año ha reflexionado mucho sobre si renovar o no los abonos de San Isidro. Que si la crisis, que si la hipoteca, que si el recibo de la luz… No son tiempos de lírica para los bolsillos. Son tiempos de épica para llegar a fin de mes y, si la cartera y el banco no lo impiden, permitirse algún capricho entre la voladura de billetes. A cuentagotas había ahorrado y guardaba como oro en paño uno de quinientos para una obra de arte de tonos albero, una verónica de esas que viajan directamente del alma al ruedo, del ruedo al corazón. Pero un sueño de noche torera me llevó al tendido de Las Ventas y a contemplar tal arte que las lágrimas regaron mi almohada.
No cuento lo que soñé porque dicen que lo que se anticipa no se cumple. Pero tengo la certeza de que si esa verónica soñada, tan mecida y tan doliente, se plasma en el mayo madrileño, no necesitaré ya de ese cuadro veroniqueador que decore mi casa, porque incluso en la nada de una pared en blanco mi retina reflejará ese lance. En mi duermevela llegaron luego unos naturales que aún duran… Y la pesadilla de que ya no disponía de mi abono, a sabiendas de que esta temporada sobrarán cientos.
Me he esperado al último día, y en el último minuto he convencido a mi vecino de localidad, Ángel González Abad. No lo veía claro mi compañero. “Charo, que es muy mal año”, me insistía, aunque en el fondo su afición no quería desprenderse de los asientos. Ángel, te anuncio oficialmente que ya he renovado religiosamente los abonos.
Al filo del mediodía me acerqué a la plaza. Había más cola de la esperada. “Lo hemos dejado para el final, los españoles somos así”, me comentó un señor. Y con amplia sonrisa envolvió y guardó las entradas en una especie de petaca. Como una joya, porque quien tiene un abono posee un tesoro.
¿Alguien/algo da más que una plaza de toros? Más caras son las entradas a algunos museos que los boletos para ciertas localidades de la Monumental. En Las Ventas, por una módica cantidad de dinero, te brindan arte en vivo, en estado puro. Vale que muchas tardes se adentran en la monotonía, que sobre el papel algunos carteles no resultan llamativos para el público general, ese que solo busca entrada para los llamados de clavel. Pero, como recordó Ángel en su post, no olvidemos que la sorpresa va cosida al toreo, que donde menos se lo espera uno brota el milagro de la emoción (ejemplo reciente tenemos con los miuras y Escribano).
La realidad económica dejará una herida en la taquilla taurina, como en todas las taquillas de la sociedad, y saldrán a la venta abonos sobrantes. Permitidme, como aconseja el “canon” bloguero, que os tutee: si puedes, no lo dejes escapar. Un abono en la catedral del toreo no tiene precio, que ya vendrán épocas monetarias mejores y algún día ese torero al que esperas, esa ganadería de tu gusto y ese cartel que imaginaste se hará realidad a las siete en punto de la tarde. La emoción y la Puerta Grande no tienen fecha ni cartel fijados. Sobran los motivos para abonarse y no perderse San Isidro 2013. No dejemos de soñar.
Otros temas Rosario Pérezel