Decía Corrochano a que a Goya le faltó en su Tauromaquia la cara de las multitudes viendo torear a Juan Belmonte. El hombre que desafío a su destino y se adueñó de él. El Pasmo que pintó muletazos que inquietaban por imposibles. Belmonte, el torero al que dolía ver en la plaza.
Leo en mundotoro que una productora belga estrenará el día 20 un documental en Barcelona sobre José Tomás. Ni falta hace contemplar a la figura protagonista, porque su toreo se ve reflejado en las miles de pupilas que presenciaron su inolvidable reaparición en Valencia. Más de una vez he escrito que las emociones de su Tauromaquia se deletrean a través de la mirada de la afición, que nada mejor ilustraría una tarde que una foto del público. Unas veces sin pestañear y otras arrugando los párpados temerosos. José Tomás tiene ese don. Como lo posee Morante, el artista verdadero, del que hace un año escribí en la Feria de Jaén: “Si a Goya le faltó en su Tauromaquia la cara de las multitudes viendo a Belmonte, pintores y fotógrafos deberían captar ahora el gesto de los espectadores contemplando al de La Puebla. Porque sus verónicas se agigantaron en el predispuesto tendido, con padres que aupaban a sus niños a hombros, viejos aficionados que ondeaban sus sombreros y un joven de Triana que se partía la camisa. Éxtasis colectivo“.
Junto a José Tomás, he sido testigo de una emoción acongojante de los espectadores con El Juli en una auténtica faena a “Tripulante”, sin importarle la lesión en el hombro, aquella tarde pacense en que ambos torearon “en carne viva”, como titulé mi crónica abecedaria, en una fecha en la que un ángel llamado Érika, la niña de sonrisa inmortal y rosa, ascendía a la primavera celestial tras dar una lección de coraje a familia y médicos.
Inmortal y rosa ha sido la pureza de Iván Fandiño en faenas de norte y sur, en faenas de capital, tan cristalina y desgarradora en su forma y fondo que traspasaba el espejo doliente de los tendidos. Los rostros del gentío son abrumadores en su palabra, como los de aquel Perera que conmocionó herido en su gloriosa encerrona en Las Ventas, la tremenda obra de un Castella bajo una lluvia madrileña que se fundía con lágrimas, el llanto sin consuelo de un Talavante que pinchó una faena soñada o ese paseíllo de Paula hasta los medios de Las Ventas, donde las gotas de agua acariciaban las mejillas de la afición de ayer y de la de hoy.
He observado una frialdad de escarcha y a gente tragarse sus sensaciones hasta reventar, pero también he visto llorar en todas esas tardes recordadas, emocionarse con la bravura de un toro y la torería de un torero, y sí, lo confieso, yo también he llorado en algunas de ellas. ¿En cuáles? No importa. Pero solo los genios y la verdad sin envoltorio, aquello que despierta sincera fe, hacen sentir sin miedo. En el toreo y en la vida.
Otros temas Rosario Pérezel