Juan Bonilla en su biografía de Terenci Moix (“El tiempo es un sueño pop”) cuenta que a éste le molestaba que sus memorias se hubiesen convertido en lo más leído y popular de su obra. Esto era un poco como decir que interesaba más el personaje Terenci que los libros que Terenci había escrito, lo que no deja de resultar decepcionante para un escritor.
Algo así le sucede a Rafael Cansinos Assens. Cansinos Assens fue un polígrafo y un autor muy prolífico de la primera mitad del siglo XX. Entre sus obras, están “El candelabro de los siete brazos (salmos)”, “En la tierra florida”, “La huelga de los poetas”, “La señorita Perséfone”, etc. También escribió ensayos tales como “Estética y erotismo de la pena de muerte”, “España y los judíos españoles”, “Los temas literarios y su interpretación”, “Los valores eróticos en las religiones: el amor en el Cantar de los Cantares”,etc, donde se ven sus dos grandes intereses: la literatura y la religión, especialmente el judaísmo.
A pesar de toda esta producción, Rafael Cansinos Assens ha sido conocido sobre todo como traductor. Tradujo “Las mil y una noches”, “El Corán”, a Goethe, a Dostoyevski, a Balzac, a Max Nordau… Recuerdo haber ido una vez por la Feria del Libro de Madrid y haber visto en volumen tras volumen la nota “traducción de Cansinos Assens” y haber exclamado sorprendido: “¡Pero este señor lo ha traducido todo!”
Y así hubiera seguido, reconocido como un traductor preclaro y punto, si en los ochenta del siglo pasado no se hubiera recuperado “La novela de un literato”, un texto inédito que sirvió para redescubrirlo también como escritor. “La novela de un literato” es el relato de la bohemia madrileña entre finales del siglo XIX y 1936 y desde su edición se ha convertido en una obra muy leída, que seguramente se comerá al resto de la producción literaria de Cansinos Assens, que seguirá en el olvido.
La imagen que tenemos de Madrid como ciudad gris y burocrática le debe mucho al período franquista. El Madrid del primer tercio del siglo, el que retrata Cansinos Assens, era una ciudad abierta al mundo y con un mundo cultural, donde lo más elevado se mezclaba con lo más canallesco, que no tenía nada que envidiar al Madrid actual.
Madrid fue entonces una ciudad cosmopolita, interesada por lo que ocurría en el resto del mundo. La música de Wagner tenía muchos seguidores y la intelectualidad estaba al tanto del pensamiento de Nietzche. Einstein vino a dar una conferencia sobre la teoría de la relatividad. D’Annunzio causaba impresión tanto por su literatura como por sus ideas. Por Madrid pasaron en aquellos años Einstein, el publicista sionista Max Nordau, la famosa bailarina Cléo de Mérode, el filósofo Henri Bergson, que dio una conferencia sobre el alma humana… Madrid fue la meca de muchísimos poetas vanguardistas latinoamericanos, que la visitaron para entablar contacto con sus correligionarios españoles y participar en las tertulias: Rubén Darío, la figura más egregia del modernismo, un jovencísimo Jorge Luís Borges, el chileno Vicente Huidobro, el diplomático y escritor venezolano Rufino Blanco-Fombona, el también diplomático y poeta, pero esta vez peruano, José Santos Chocano, el poeta argentino Arturo Capdevila, el escritor y cronista chileno Joaquín Edwards Bello…
Era un Madrid aquel golfo y noctámbulo. “La Puerta del Sol era en aquel tiempo una especie de ágora donde pululaban literatos bohemios y filósofos cínicos”, escribe Cansinos Assens. Los teatros cerraban tarde y a su término, el público iba a cenar a los locales de la zona y los bohemios comenzaban sus tertulias después de la medianoche. Era un Madrid, donde abundaban los hampones, los pedigüeños profesionales y las prostitutas:
“En un vuelo, nos lleva el coche a la vieja y sucia taberna de la calle Arlabán, donde a esa hora de la madrugada pulula un público denso y promiscuo de pecadoras, toreros, pelotaris y periodistas. Las paredes están decoradas con litografías chillonas, ya desteñidas por el humo, de carteles de toros; el suelo, de madera, aparece salpicado de vino y gargajos, y en los rincones la aprensión, quizá, me hace ver cucarachas, que se remueven torpemente (…) Y, sin embargo, la taberna rebosa de gente, y es como un rito de libertinaje elegante el acudir a ella, a la salida de los teatros. Joaquín Dicenta, el autor de “Juan José”; Mariano de Cavia, con su escudero Rodríguez, y otros escritores alcohólicos y achulados, son clientes asiduos del establecimiento.”
Las tertulias jugaban un papel muy importante en aquel Madrid bohemio y literario. Andrés Trapiello en su introducción a la reedición por la Editorial Trieste de “La Sagrada Cripta de Pombo” de Ramón Gómez de la Serna hace unos comentarios muy jugosos sobre lo que representaban las tertulias en cuanto elementos de autopromoción literaria. Ser asiduo de una tertulia de renombre, daba prestigio, permitía hacer contactos y meter un pie en el mundillo literario. Pero las tertulias eran más importantes todavía para sus promotores, por cuanto cimentaban su prestigio y su influencia en las letras madrileñas. Trapiello comenta cómo el promotor tenía que dar a entender que a su tertulia asistían personajes muy interesantes, pero tampoco podía pasarse con el elogio, porque el verdaderamente remarcable siempre tenía que ser él mismo. No podía permitirse que ninguno de los contertulios le opacase.
Un ejemplo de cómo podían utilizarse estratégicamente las tertulias para prosperar literariamente nos lo ofrece el caso de Benjamín Jarnés, según lo cuenta Cansinos Assens. Jarnés consiguió que le presentaran a Cansinos Assens en una barraca de la Cuesta de Moyano, que solía frecuentar. Jarnés llevó a Cansinos Assens a una tertulia en el Café de Oriente, al final de la calle Atocha, lejos de las tertulias prestigiosas del centro. Jarnés, a base de convites, había logrado reunir una tertulia modesta, de aspirantes a artistas desarrapados. “Así se pasaban las noches en aquel café de barrio, rutinario, ramplón, pero adormecedor y grato.”
Para Jarnés debió de representar una gran victoria haber atraído a un literario de renombre en la bohemia madrileña a su pobre tertulia de arrabal. Mejor todavía fue que, en cuanto se enteraron de que Cansinos Assens paraba por Café de Oriente, varios poetas ultraístas de alguna talla empezaron a frecuentar la tertulia y a prestigiarla. Según decía uno de los contertulios: “La tertulia de Oriente va teniendo importancia… Se habla de ella por el centro… Ramón [Gómez de la Serna] está escamado… Debíamos hacer algo para que se enterasen de quiénes somos los de Atocha…” Ese “algo” fue una revista, que se llamó “Los Cascabeles” y que dirigía el propio Jarnés. Dirigir una revista daba incluso más prestigio que presidir una tertulia; para todos los letraheridos representaba una oportunidad para publicar sus escritos.
Cansinos Assens a toro pasado se acabaría dando cuenta de que el objetivo último de Jarnés era vincularse a la tertulia del Café del Pombo y a Ramón Gómez de la Serna quien tenía contactos con la Revista de Occidente y ofrecía traducciones pagadas para la editorial Prometeo a sus amigos. “Los Cascabeles” no pasó del primer número, pero ese único número le sirvió a Jarnés de carta de presentación para Gómez de la Serna a cuya tertulia se pasó con armas y bagajes.
La moraleja amarga del episodio fue, según la cuenta Cansinos Assens: “Poco a poco dejé de ir por Oriente. La glorieta iba perdiendo su encanto para mí. Encontraba entre aquellos poetas de arrabal las mismas rivalidades y envidias que los que había dejado en los cafés del centro, y un ansia por trepar por la cucaña de la notoriedad, tanto mayor cuanto más lejos se sentían de la cúspide. Su aire de independencia era tan sólo una máscara obligada…, lo mismo que su modestia. Todos querían ser pontífices…”
Cansinos Assens es un gran escritor de ambientes, pero lo es aún mejor de personas. Por la Novela pasan todos los personajes de la bohemia madrileña, desde los que consiguieron entrar en los manuales de Historia de la Literatura, hasta los pobres diablos, que nunca escribieron una línea, pero que tuvieron muchos sueños de grandeza. Cansinos Assens es excelente en su descripción, en recoger los pequeños manierismos que los definen. A casi todos los describe con una gran objetividad, no exenta de ternura y una punta de ironía amable. Benjamín Jarnés es una de las pocas excepciones en lo de la ternura.
“Esposite, un joven andaluz, bajito, con lentes, el autor de “La Rosa de Madera”, recién incorporado a nuestra tertulia expresa noblemente su desorientación:- ¿Qué es eso del arte de masas? ¿Dónde está el arte de masas? ¿Dónde están los nuevos poetas de la URSS? (…) Esposite es un exponente de la desorientación de la juventud actual. Ni en literatura ni en política sabe a qué carta quedarse. En poesía es un admirador de García Lorca, pero lo encuentra algo frívolo; Alberti, en cambio, le parece poco poeta…”
“… Luís Esteso, el caricato, el ex rey del Hambre y de la Risa, que ya no pasa hambre, está dispéptico y tiene la cara más triste del mundo (…) pese a sus éxitos, es un amargado (…) porque tiene aspiraciones literarias y se siente humillado en su calidad de simple bufón. Alardea de erudición clásica, y se tiene por un Quevedo, y publica libros como “Rebuznos” de Luis Esteso- Para que rían los curas-, y también un nuevo “Viaje al Parnaso, que, según él, entronca con el de Cervantes y en el que me ha hecho el honor de incluirme. Y, sin embargo, la crítica no lo toma en serio…”
Todo el libro lo recorre una corriente submarina de tristeza. Es un desfile de letraheridos que tuvieron vidas anónimas y a menudo miserables, muy alejadas de sus aspiraciones. Si Cansinos Assens los retrata tan bien, acaso sea porque él sentía también que había fracasado en alcanzar sus objetivos. Al inicio de la novela, es un joven sevillano de quince años que se traslada con su familia a Madrid decidido a hacerse un nombre en la literatura. Van pasando los años, adquiere cierto renombre, y hasta el título de maestro, en la bohemia y en el mundo periodístico, y publica varias novelas. Sin embargo, a medida que avanza la obra, empieza a instalarse una cierta amargura. Cansinos Assens sabe que no ha alcanzado la gloria que buscaba.
La Novela termina con los primeros compases de la guerra civil, que se llevó por delante todo ese mundo bohemio.
“- Están armando al pueblo…, es decir, al proletariado…- comenta con cierta alarma Esposite-. Esto es ya la revolución comunista… Los republicanos estamos ya de más… Querido Maestro, ¡la República ha muerto!…
– Sí- digo yo con tristeza.- ¡Y la literatura también!
Y ambos nos estrechamos las manos en un gesto de pésame.”
Literatura