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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Feria

Emilio de Miguel Calabiael

En “Feria” la manchega Ana Iris Simón nos habla de su familia. He remachado lo de “la manchega”, porque de alguna manera el libro es un canto de amor a La Mancha, de donde son la autora, José Mota y Pedro Almodóvar. La Mancha es el telón de fondo de la novela y uno se dice mientras la lee y piensa en los manchegos famosos, que algo debe de haber en el agua de la región, que produce desvaríos como los de Don Quijote y un humor peculiar e inclasificable.

Ana Iris comienza con sus padres, la Ana Mari (le cuesta llamarle “mamá”) y su padre, que a la edad que ella tiene al recordarlo “tenían una cría de siete años y un adosado en Ontígola, provincia de Toledo”. Ana Mari procedía de una familia de feriantes y el padre de un clan, los Simones, que es casi como pertenecer a una Familia Real.

Ana Iris habla de su familia de manera desordenada, un poco a la manera que se recuerdan las cosas cuando estamos para dormirnos. Los mismos hechos a veces se repiten, ahora con añadidos, ahora entremezclados con otros. A veces el lector siente que hay muchos nombres y poca acción, pero lo perdona porque Ana Iris tiene una voz muy bonita. La sientes como una vieja amiga que te hablase de su cotidaniedad y a todo le añadiese una pizca de magia. Puede que te hable del feto de un hermano que nació muerto y está en un frasco en el armario, o del tío Hilario, que murió por tonto, porque anda que a quién se le ocurre mezclar lejía y amoniaco para desatascar un baño, o de la abuela María Solo, que prometió volver a saludarlos después de muerta, pero sin asustar; y mira por donde, volvió.

Un ejemplo de lo que quiero decir sobre la voz tan peculiar de Ana Iris:

“El 13 de julio de 1997 yo acababa de cumplir seis años y era la boda de la Rebeca, una de las primas de mi madre, hija de la tía Toñi. Se casaba con el Ratón, un hombre muy menudo, con los ojos muy achinados y que tenía muchos callos en las manos o eso me parecía a mí. Se dedicaba al campo y en algún sitio escuché que el último día de vendimia siempre iba a la viña en traje y pensé entonces que seguro que le quedaba grande y se le hacían arrugas de rodillas para abajo, porque el Ratón era un hombre muy pequeño y no se hacían trajes tan pequeños, así que me lo imaginaba arremangándose todo el rato para cortar los racimos con el tranchete.

Dos años antes del día de su boda la Rebeca y el Ratón habían tenido a la Coraima, que era la niña más bonita del mundo y que se llamaba así por un personaje de una telenovela que veían mi abuela y la Toñi. La Coraima iba siempre muy repeinada y oliendo mucho a Nenuco y casi nunca lloraba y cuando me enteré de que la Rebeca y el Ratón se iban a casar me dio mucha envidia que pudiera ir a la boda de sus padres, porque una de mis cintas favoritas era la de la boda de los míos…”

Y con todo, más allá de las historias familiares, lo que más me ha gustado han sido algunas reflexiones lúcidas de la autora sobre la vida y esta sociedad jodida que nos ha tocado vivir. Me hace gracia porque mi hija, que fue quien me pasó el libro, justo tenía subrayadas todas esas reflexiones. Algunos ejemplos:

“[Comparándose con sus padres que, a su edad, ya tenían casa, crío y coche] Nosotros, sin embargo, ni tenemos hijos ni casa ni coche. En propiedad no tenemos nada más que un iPhone y una estantería del Ikea de treinta euros porque no podemos tener más y ese es nuestro imperativo y es material. Pero nos autoconvencemos pensando que la libertad era prescindir de críos y casa y coche porque “quién sabe dónde estaré mañana”. Nos han hecho creer que saber dónde estaremos mañana es una imposición con la que menos mal que hemos roto, que la emigración y la inmigración son oportunidades para aprender nuevas culturas y para convertir el mundo en un crisol de lenguas y colores en lugar de una putada, y que compartir piso es una experiencia de vida en lugar de, llegada una edad, un detalle denigrante que da vergüenza confesar.”

Otro ejemplo:

“Acabamos, como siempre, yéndonos por las ramas y despotricando contra el Satisfyer porque no es sino una manera de abrazar la precariedad también en lo sexual y de desvincularnos en nombre de nuestra libertad y de empoderarnos en nombre del sexo vacío y del bonobo-capitalismo, que es un término que ha inventado mi amigo Gonzalo…”

Y otro más:

“… el liberalismo no es solo una cosa económica, es también un señor cantándole a que “estar soltera está de moda/ por eso ella no se enamora” porque se conoce que amar es una cosa antiquísima y que la revolución será perreando hasta abajo o no será, y me gustaría a mí saber cuántos banqueros han sido guillotinados con la técnica de romper el piso moviendo el culo hasta abajo o de fingir follisquear unos con otros sin orden ni concierto…

La otra cara de la clase media aspiracional, de esos pobretones que nos pensamos menos pobretones por vivir en los centros de las ciudades y vestir del COS y tener plantas tropicales en vez de geranios para parecer menos provincianos es la lumpen burguesía, los hijos de las clases medias y altas que habiendo pasado los veranos en Irlanda y teniendo dos másteres y un doctorado sin acabar con treinta y tres y habiendo visto un gitano de cerca por primera vez a los veintiseis cuando fueron a Casa Patas porque les empezó a gustar el flamenco con Los Ángeles de Rosalía, le dicen al que ha crecido en bloques de VPO que menudo clasista por no escuchar reguetón y seguir diciendo que es machista o le baila el agua al liberalismo que si no le gusta Camela es porque es un elitista o que no tiene ni puta idea por no ver en el Sálvame y en Jorge Javier el katejón antifascista. Nada nuevo bajo el sol: señoritos diciéndole al pueblo lo que el pueblo es.”

Leo estas reflexiones y pienso que me gustaría leer la siguiente novela de Ana Iris Simón y ver que ha hecho con ellas un libro aún mejor, aún más personal. Porque con ella llega un momento en que lo personal se vuelve universal y uno se siente como si le estuviera hablando de su propia vida.

 

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