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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El escritor más narcisista del mundo (y 2)

Emilio de Miguel Calabiael

 

(Umbral y de fondo una foto de su hijo Pincho)

Una cuestión interesante es la de las mujeres. Umbral estuvo toda su vida casado con María España Suárez Garrido y conjugó un matrimonio duradero de casi cinco décadas con las infidelidades hacia las que su mujer hizo la vista gorda. Umbral alardeaba de muchas conquistas amorosas; “las mujeres me han comido de la mano”, presumía. Tengo la impresión de que se le podría aplicar la regla del parchís, “come una y cuenta diez”; me parece que Anna Caballé tiene la misma impresión. En cambio, suena completamente sincero cuando afirma que “quizá nunca he sido capaz de amar largamente a una mujer, pero he cultivado siempre, necesariamente, algo mejor: la devoción/obsesión por lo femenino.”

Caballé referencia algunas amantes. La primera era una dama de la alta sociedad a la que le encantaba ir con hombres mucho más jóvenes que ella. La segunda fue una poetisa a la que retrató en “La bestia rosa” bajo el nombre de Rimbaud de una manera no muy halagüeña: “efeboandrógina, efebo acrática, efeboanarco”, fumadora, bronquítica, sin pechos, que mea a altas horas de la noche en el Paseo de Recoletos y pronuncia máximas profundas del tipo: “Necesito anfeta para flipar y ovoplex para menstruar.” No es de extrañar que cuando la biógrafa se le acercó para hablar de Umbral, la poetisa le amenazase con los tribunales si la relacionaba con Umbral y le colgase el teléfono.

La mujer que aparece en “Los amores diurnos” bajo el nombre de Leticia o Lutecia es demasiado detallada como para no corresponderse con una mujer real y más si sabemos que Umbral echaba mucha mano de lo autobiográfico, más o menos fantaseado, en sus novelas. Leticia/Lutecia es pirómana, masoquista, asmática y cocainómana. De ella dice lindezas de poeta romántico como: “El recto de Leticia/Lutecia, debidamente lubrificado por los licores vaginales que previamente le han resbalado hasta allí, es navegable hasta Sevilla merced al canal Fernandino.”

La impresión que uno obtiene es la de un hombre profundamente misógino, que mezcla perversión y refinamiento en el sexo, con su puntita de sádico y que en el fondo desprecia a su amante. Lo único que importa en la relación es el falo de Francisco Umbral. Y cuando uno cree que le ha tomado la medida, se encuentra con el recuerdo emocionado de su viuda, que dice: “Pocos conocían al Francisco Umbral íntimo. Era familiar, atento y cariñoso. Nos entendíamos muy bien. Nunca tuvimos esos disgustos o discusiones tan frecuentes en muchas parejas. (…) Era un hombre muy sensible y dulce.” Leyendo estas declaraciones, entiendo que su trauma infantil le llevó a crearse un personaje chulesco y rompedor del que sólo era capaz de desprenderse cuando se encontraba en la intimidad más cerrada.

Si Umbral arrastró toda su vida el trauma de su nacimiento ilegítimo, más duro fue el golpe que le vino a los 41 años: la muerte de su hijo “Pincho” poco antes de cumplir los seis años por una leucemia, que convirtió a Umbral en “un hijo sin padre y un padre sin hijo”, según excelente definición que no sé de quién es.

La paternidad le había dado la ocasión de explorar su faceta más sensible, la oportunidad de revivir la infancia que no tuvo. Una frase muy bonita de Umbral sobre su hijo es: “Es como un ser de otro planeta, le dejas que te coja de la mano y te lleva a mundos que no descubrirías nunca.” La muerte de “Pincho” le rompió y tal vez impidiera su tránsito hacia un personaje más humano y más tierno.

Su viuda cuenta que siempre vio “que su dolor era inmenso y que se derrumbó (…) su dolor por la muerte del niño nunca se atenuó.” De ese dolor salió “Mortal y rosa”, la novela que los críticos convienen en que es la mejor de las suyas. Es un libro que habla de la vida, de la infancia y de la muerte del hijo.

El niño aparece alegre como todos los niños. “El niño y la risa. La risa del niño. Su risa triunfa de la muerte. Cuando el niño ríe, el mundo se espuma, la vida se aligera y el sol se enciende”. Y el padre orgulloso y tierno que ve cómo crece, cómo juega, cómo va descubriendo la vida. “El niño y los colores. El otro día se sentó a pintar, con un papel sujeto a una pizarra, y estuve mirando la naturalidad, la frescura, la novedad con que el niño obtiene los colores.” Pero ese niño se convertirá en el niño doliente, el niño que sufre. “El niño en la prisión blanca de la clínica, en manos del dolor, manipulado, pinchado, dolorido, el niño entre los niños que sufren.” Y finalmente llegará un momento en el que el niño ya no estará. ·Aquí, tu madre y yo, hijo, entre biombos, entre cocinas apagadas, entre anuncios, letra menuda y medicinas, qué solos, qué sin juntura, y el universo, hijo, el universo, que organizaba sus mayúsculas en torno de ti, y ahora es como el resto disperso de un naufragio.” Hay una frase breve, que resume el dolor de un mundo en el que ya no está su hijo: “sillas de paja infantil, graves mecedoras, caballos de crin celeste me preguntan por ti, se preguntan por ti.”

El personaje que era Umbral está tan imbricado con su literatura, que ahora me cuesta hablar del Umbral escritor.

La gran fortaleza de Umbral era su prosa rica, multifacética, innovadora. Estaba muy dotado para la descripción y la adjetivación. Como novelista sus grandes defectos eran su incapacidad para construir una arquitectura narrativa y para crear una verdadera historia. En esto se parece mucho a su gran amigo Camilo José Cela; ambos son grandes prosistas y novelistas mediocres.

Caballé que tiene en alta estima al Umbral literato, le echa en cara que produjera tanto. Por poner un ejemplo, aparte de artículos y columnas, en 1970 publicó dos novelas, “El Giocondo” y “Las europeas”, más un ensayo sobre Miguel Delibes. Alguien que produce tanto, es imposible que haga muchas obras de calidad. La calidad literaria requiere tiempo y poso, que Umbral no se concedía a sí mismo.

Me parece que Umbral es como Terenci Moix. Autores que tuvieron mucho éxito en su momento gracias a los personajes que se habían creado y a lo buenos que eran haciendo autopromoción. Sin embargo, resulta dudoso que sus obras se vayan a leer dentro de 20 años. Es más, ahora mismo ya se leen poco. A diferencia de Moix, Umbral tiene al menos una novela que estoy seguro de que le sobrevivirá por mucho tiempo, “Mortal y rosa”.

 

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