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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

España y las islas de las Especias. Historia de una frustración (2)

Emilio de Miguel Calabiael

(Un ejemplar de la revista militar “Desperta Ferro”, dedicada a los españoles en Asia)

No obstante el Tratado, las islas de las Especias siguieron atrayendo la codicia de muchos. En 1542 la expedición de López de Villalobos buscando nuevas tierras en Asia en las que asentarse, acabó recalando en las Molucas, donde fue bien acogida por el sultán de Gilolo. La presión portuguesa les forzó a marcharse. Los portugueses tomaron represalias contra el sultán de Gilolo por la ayuda prestada a los españoles; destruyeron su residencia y degradaron su estatus, sometiéndole a la tutela del sultán de Ternate. El equilibrio geopolítico que había existido en el archipiélago durante los dos siglos precedentes se rompió en beneficio de Ternate.

Había españoles que seguían soñando con las islas de las Especias. Para éstos era imprescindible conseguir una base próxima, que además sirviera también de trampolín hacia el continente asiático. El lugar más prometedor parecían las Filipinas. La expedición de Miguel de Legazpi en 1565 y, sobre todo, el descubrimiento de la ruta del tornaviaje por Andrés de Urdaneta cambiaron los datos del problema. A esto se añadió que los portugueses fueron expulsados de Ternate en 1575 por varias torpezas diplomáticas. Aunque se trasladaron a Ambón y construyeron un fuerte en Tidore con permiso del sultán, su posición había quedado socavada. Finalmente, en 1580 se produjo la unión de las coronas de España y Portugal. Felipe II dio instrucciones a Manila para que ayudara a los portugueses a restablecer su posición en Ternate.

Nuevamente la situación geopolítica había cambiado. El sultán Babu de Ternate, al expulsar a los portugueses, había adquirido un gran prestigio en la región y había comenzado a expandirse fuera del archipiélago. A ello se añadía que el Islam, que había llegado a las islas poco antes de la llegada de los portugueses, se estaba afianzando y se había convertido en un factor adicional para oponerse a los ibéricos. A este respecto, cabe mencionar que, cuando los españoles se instalaron en la isla de Luzón y fundaron la ciudad de Manila, el Islam ya había hecho acto de presencia en la isla, pero no había penetrado las sociedades de la isla tanto como para impedir la conversión al cristianismo.

De las expediciones que los españoles mandaron en los años siguientes, la más notable por sus dimensiones y por la magnitud de su fracaso fue la que encabezó el gobernador de Manila Gómez Pérez Dasmariñas en 1593. La expedición estaba compuesta por 1.400 españoles, 1.000 aliados bisayos y 400 auxiliares chinos montados en cuatro galeras. La expedición se frustró cuando los remeros chinos de la nao capitana se rebelaron y mataron al gobernador. España tardaría diez años en mandar otra expedición y para entonces, nuevamente, la situación geopolítica había vuelto a cambiar.

En 1599 dos naves holandesas llegaron a Ternate. La posibilidad de una alianza entre los holandeses y los ternates se convirtió en un riesgo real. Era preciso conquistar Ternate con la mayor premura. En 1603 se montó una expedición contra Ternate, que se frustró por la buena defensa local y la falta de artillería de los hispano-lusos.

En 1605 una escuadra holandesa de 12 barcos llegó a las aguas molucas y conquistó los fuertes portugueses de Ambón y Tidore. Los preparativos en marcha para enviar una expedición a las Molucas se aceleraron. En 1606 zarpó de Manila al mando del gobernador Pedro Bravo de Acuña la mayor flota europea que nunca se hubiera reclutado en aguas asiáticas hasta entonces: 37 navíos, que transportaban 3.095 personas, de los que 1.420 eran soldados españoles. Ternate cayó rápidamente en manos españolas: el 1 de abril de 1606.

La conquista de Ternate causó tal alborozo en la Corte de Felipe III, que el conde de Lemos, presidente del Consejo de Indias, encargó al literato Bartolomé Leonardo de Argensola que escribiese la historia de la conquista de las Molucas. El libro se publicó en 1609 con ese mismo título: “Conquista de las islas Malucas” (entonces se las llamaba así). Para cuando se publicó el libro, los españoles ya habían descubierto que era más fácil conquistar las islas que instalarse en ellas.

La conquista de las Molucas abrió un debate sobre si se debían devolver las islas a Portugal para que fuesen gobernadas desde Goa o desde Malaca, o si debían incorporarse a la gobernaduría española de Filipinas. En 1607 se optó por lo segundo, pero salomónicamente se dejó que el comercio del clavo siguiera en manos portuguesas. O sea, que España correría con los gastos de la defensa del nuevo dominio, pero los beneficios serían para Portugal. ¡Anda que los españoles somos unos negociadores excelentes!

En todo caso, no hubo mucho tiempo ni para regocijarse con la conquista, ni para lamentarse de lo acordado con los portugueses. En 1607 una flota holandesa al mando del almirante Cornelius Matelieff llegó a las Molucas con ánimo de instalarse. Estableció el Fuerte Malayo y comenzó una política agresiva para hacerse con el control de las regiones con mayor producción de clavo.

España no supo reaccionar adecuadamente y, además, no tenía los medios. El poco clavo que se conseguía recolectar iba a Goa, en virtud de lo decidido en 1607. Hubo intentos de transplantar árboles de clavo a Filipinas, pero no funcionaron; los árboles no arraigaron. España mantenía regularmente unos 500 soldados en la isla, que representaban aproximadamente la tercera parte de todos los efectivos que España tenía en Asia. El acoso de los locales y la dificultad en ocasiones para conseguir alimentos, hacía que fuera necesario mandar refuerzos regularmente para sustituir las bajas que se producían. La mayor parte de las tropas se concentraba en el fuerte del Rosario en Ternate, estando el resto dispersos en distintos fuertes que España había construido en las islas.

Para mantener su presencia en las Molucas, los españoles enviaban con carácter anual el denominado “socorro del Maluco”, una flota que partía entre octubre y enero con dinero, soldados, armas y municiones y demás avíos para los fuertes en Ternate y Tidore, cuya supervivencia dependía de la misma. El envío de esta flota representaba una sangría continua de recursos para el gobierno de Filipinas, que siempre estaba escaso de hombres y de dineros. No obstante, para España tener una presencia en las Molucas resultaba clave por tres motivos: 1) Tratar de hacerse con el beneficio del comercio de las especias; 2) Privar a los holandeses de una sustanciosa fuente de ingresos; 3) Tener una defensa avanzada al sur de Filipinas, que las protegiera de las incursiones holandesas.

 

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