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Diana Vreeland no necesita a Scorsese

Rosa Belmonte el

Estrena Canal + el documental sobre Diana Vreeland hecho por Lisa Inmmordino, la mujer de su nieto (el nieto que no es monje budista). ‘Vreeland. La mirada educada’ no deja de ser una hagiografía sobre la legendaria editora de ‘Harper’s Bazaar’ y ‘Vogue’ (bueno, aquí era redactora jefe). No es un documental con la fuerza de ‘El número de septiembre’. Ni siquiera tiene el empaque de ‘Valentino. El último emperador’, de Bill Cunningham. Pero en esta edad de oro de los documentales de moda, ‘Vreeland. La mirada educada’ sí tiene algo que supera a cualquier otra producción y es lógicamente la propia Diana Vreeland, su voz  y sus ademanes en viejas entrevistas con Dick Cavett, Jane Pauley (que se ríe mucho) y una jovencita Diane Sawyer. Aunque es verdad que cuando se leen las conversaciones de Vreeland y George Plinton, que le ayudó a escribir ‘DV’, sus memorias, la voz es de la actriz Annette Miller. Se nota la diferencia porque Diana Vreeland tenía un vozarrón y un acento inimitable (bueno, quizá Meryl Streep lo consiga algún día).

         Probablemente la única parte en que el documental la pone en entredicho, salvo por la inexistente vida familiar relatada por los hijos, es con sus historias. Diana Vreeland, como Elsa Schiaparelli (y en cierto modo Mademoiselle Chanel) se inventaba muchas cosas. “No cuentes una historia si es aburrida, aunque sea verdad. Inventa algo”. Y ella contaba, por ejemplo, que Charles Lingbergh había pasado sobre su cabeza en su casa de Brewster cuando en 1927 el aviador iba hacia París (pero ni siquiera era la ruta). También aseguraba que unos camisones de su negocio de lencería en Londres que Wallis había usado un fin de semana fueron la causa de que Eduardo VIII cayera a sus pies (en realidad fue a su entrepierna, que la dama americana había aprendido grandes técnicas en Hong Kong).

         El documental, Diana Vreeland aparte, también tiene el mérito de reunir extraordinaria gente, viva o muerta, que habla de ella (nadie habla mal, eso sí). Si acaso, Ali McCraw (antigua asistente), que cuenta escenas de abrigos lanzados que recuerdan ‘El diablo viste de Prada’. O la modelo China Machado, que la defiende de manera algo loca. La única manera en que se puede defender a Diana Vreeland. Richard Avedon o David Bailey son dos de los fotógrafos que hablan de Diana. También la grandísima Lillian Bassman. Eso además de desfilar Lauren Hutton, Penelope Tree, Diane von Furstenberg, Veruschka, Hubert de Givenchy o Manolo Blahnik, al que recomendó que hiciera zapatos. Tampoco faltan las reveladoras escenas de ‘Una cara con ángel’ o ‘Qui Etes-Vous, Polly Maggoo?’, donde ella aparece retratada. ‘Diana Vreeland. La mirada educada’ es un documental en el que se pueden echar en falta muchas cosas pero es un documental que se disfruta porque el personaje está por encima de cualquier adocenamiento. Vreeland no necesita a Scorsese. Aunque es verdad que Diana Vreeland, en nuestro mundo snob, es un poco ‘mainstream’. Queremos uno de Carmel Snow.

 

 

 

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