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Sindicatos y desigualdad

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Por José Villaverde Castro. Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico. Universidad de Cantabria

 

Con una larga vida a sus espaldas, los sindicatos siguen siendo, hoy día, una institución laboral controvertida. Cuentan, por un lado, con defensores a ultranza; por otro, es preciso reconocer que sus detractores no son menos numerosos, ni menos vigorosos, que los defensores. La inmensa mayoría de los ciudadanos, sin embargo, se sitúa en un término medio y valora a los sindicatos dependiendo de actuaciones muy concretas: se les apoya cuando se considera que, directa o indirectamente, defienden los puntos de vista o intereses de la ciudadanía (como, por ejemplo, en el caso de la negociación colectiva o en su lucha por preservar derechos de los trabajadores), y se les ataca cuando piensan que sucede lo contrario (como, por ejemplo, cuando convocan huelgas que distorsionan nuestra rutina diaria).

 

Si los sindicatos son controvertidos, no lo es menos el tema de la desigualdad. Con independencia de disquisiciones filosóficas, lo cierto es que la desigualdad (aquí me refiero a la económica) existe y que, probablemente, existirá siempre. Considero que la existencia de un cierto grado de desigualdad en la distribución de la renta no es malo, y que incluso puede ser bueno. El problema se plantea, naturalmente, cuando la desigualdad es extrema y/o creciente, como sucede, según un criterio ampliamente compartido, en el momento actual.

 

Dicho esto, ¿cuál es la conexión entre sindicatos y desigualdad? Pues según algunos trabajos muy recientes, publicados por instituciones internacionales tan poco sospechosas de apoyar la acción sindical como el FMI o la OCDE, una muy relevante: que los sindicatos juegan un papel positivo en la reducción de la desigualdad. Más en concreto, lo que estos estudios ponen de relieve es que el tremendo aumento de la desigualdad que se ha vivido durante los años de crisis económica está relacionado, directamente, con el debilitamiento de las instituciones laborales, y muy en particular con la pérdida de fuerza de los sindicatos. Dicho de otra forma, que la existencia de organizaciones sindicales fuertes –y, por lo tanto, la existencia de una negociación colectiva potente- tiende a reducir la desigualdad en la distribución de la renta.

 

Pese a ser cierto, al menos en líneas generales, que los sindicatos prestan más atención a los trabajadores que están dentro del sistema (los que cuentan con un empleo) que a los que están fuera del mismo (los parados), y que funcionan, como la mayoría de las organizaciones, con un cierto nivel de clientelismo, los estudios mencionados demuestran que su contribución a la reducción de la desigualdad es muy importante.

 

En la búsqueda de explicaciones a este fenómeno, los analistas hacen referencia, sobre todo, a tres que están íntimamente relacionadas entre sí: por un lado a que, en la negociación colectiva, los sindicatos presionan al alza los ingresos de los trabajadores con niveles salariales bajos y medios; por otro, a que en esa misma negociación tienden a limitar la renta que es capturada por los que perciben los ingresos más elevados; y, por otro, a que los sindicatos actúan como contrabalanza de otros poderes (las llamadas “fuerzas del mercado”), por lo que tienden a afectar al sistema impositivo y a configurar el “estado del bienestar” de una forma tal que se contraigan las diferencias de rentas entre, pongamos por caso, el 10% de los que las tienen más altas y el 10% de los que las tienen más bajas.

 

En este sentido, los diferentes valores que, dentro de los países de la OCDE, alcanza esta ratio constituyen indicadores indirectos de la fuerza sindical en cada uno de ellos. Los países con ratios inferiores al 10% suelen contar con unos sindicatos potentes; los países con ratios superiores al 20% suelen ser, por el contrario, países con movimientos sindicales más débiles. Los casos de los países nórdicos y centro-europeos son claros ejemplos de lo primero, mientras que algunos países americanos (México, Chile, Estados Unidos) lo son de los segundos. España, con una ratio en torno al 20%, sería ilustrativo de un caso en el que las desigualdades de renta son muy importantes, quizás porque el movimiento sindical no lo es tanto.

 

La conclusión que se deriva de todo esto parece obvia. Si pensamos que la reducción de las desigualdades es buena, deberíamos pensar en contar con unos sindicatos fuertes y, para que esto suceda, sería interesante activar algún mecanismo que fomente la afiliación sindical. De esta manera no sólo se reduciría la desigualdad sino que, tal y como hemos manifestado en otras ocasiones, se favorecería el crecimiento económico: directamente,  por una mejor aplicación del principio de “igualdad de oportunidades”, e indirectamente porque unos sindicatos potentes contribuirían, casi con seguridad, a conformar un, muy necesario, clima de estabilidad económica y social.

 

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