Por Jordi Paniagua
Desde la Asociación Libre de Economía queremos trasladar a la Comunidad Valenciana nuestro pesar y condolencias por los sucesos dramáticos y las pérdidas, humanas y materiales, derivadas de la DANA de la semana pasada. Queremos contribuir al análisis riguroso sobre las consecuencias económicas de la misma.
Hay pequeñas sutilezas en los modelos económicos que solo comprendemos plenamente después de muchos años. Cuando vivía en Estados Unidos, finalmente comprendí en el supermercado, rodeado de miles de variedades del mismo champú, por qué Paul Krugman subrayaba en 1980 la importancia del «love-for-variety», o el gusto por la variedad, en el cómputo de las ganancias del comercio internacional. Lo mismo ocurre con ciertas canciones, como cuando un día, sin darnos cuenta, te sientes “más triste que un torero al otro lado del telón de acero”.
Durante estos días trágicos en València, he terminado por comprender en carne propia el concepto que introdujo Frank Ramsey en 1928: el «planificador social benigno», o más bien su ausencia. Muchos modelos y contrafactuales en economía utilizan este concepto como referencia. Por ejemplo, podemos resolver un problema de congestión de manera descentralizada y luego compararlo con la solución que obtendría un planificador social benigno de forma centralizada.
Voy a resumir mi experiencia reciente para ilustrar mi epifanía. El sábado 2 de noviembre fue el primer día en el que se coordinó de manera centralizada las actuaciones de los voluntarios por la DANA en Valencia. Llegué al punto de encuentro en la Ciudad de las Artes y las Ciencias a las ocho de la mañana y me encontré con 10,000 personas haciendo una cola de más de tres horas para subir en los 50 autobuses habilitados. Como repito incansablemente a mis alumnos, las colas son un síntoma de un fallo de mercado, así que abandoné la línea. No fue mala decisión, ya que muchos autobuses terminaron, por error, en carreteras sin salida, en centros comerciales o en pueblos que no necesitaban ayuda. Tomé la bicicleta y pedaleé, escoba en mano, hasta Picanya, una de las zonas afectadas por la riada. Fui preguntando casa por casa si necesitaban ayuda, y los vecinos me indicaban la dirección de la zona más afectada, hasta que llegué a la casa de Pedro, un camionero jubilado, frente al barranco del Poio, que lo ha perdido todo. Junto con otros jóvenes desconocidos, nos pusimos a achicar el agua, que había subido más de dos metros.
Este tipo de situaciones pone en el centro del debate la diferencia entre una respuesta privada y una pública ante necesidades sociales. En teoría, la descentralización, como el mercado, tiene la capacidad de asignar recursos de manera eficiente cuando no ocurren fallos. Sin embargo, en contextos como el de servicios públicos esenciales o situaciones de emergencia, estos fallos son frecuentes, llevando a una ineficaz provisión si se deja únicamente a soluciones descentralizadas o al mercado. La intervención pública, en estos casos, se justifica para corregir dichas ineficiencias y garantizar que las necesidades básicas se cubran adecuadamente. Este debate cobra especial relevancia en España, donde la distribución de competencias entre el Estado central y las comunidades autónomas es de por sí descentralizada. Con frecuencia, esta organización resulta ineficiente, creando vacíos o zonas no solapadas en las que no se cubren las necesidades adecuadamente, y complicando la respuesta rápida y efectiva ante crisis.
Pero ante un planificador benigno ausente, mis escasos recursos (mis manos y una escoba) se asignaron de manera más eficiente de forma descentralizada que con una planificación central fallida. Sin embargo, aun así, hubo pérdidas de eficiencia en la asignación. Yo tengo una ventaja absoluta (la cercanía a la zona cero), pero no una ventaja comparativa, ya que soy peor bombero que profesor. No obstante, la ventaja comparativa también depende del contexto, en la Universidad de Notre Dame era un economista mediocre, pero un cocinero de paellas decente y en la Universitat de València puede que al revés.
En situaciones de emergencia, una actuación descentralizada por parte de quienes tienen una ventaja absoluta puede resultar más eficiente que una coordinación fallida, dado el alcance de la catástrofe. Sin embargo, una respuesta coordinada de quienes poseen tanto una ventaja absoluta (cercanía) como una ventaja comparativa (mejores medios) habría sido, seguramente, mucho más eficiente. Frente a las catástrofes, la intervención pública bien organizada puede marcar la diferencia en la asignación óptima de recursos, sobre todo los humanos.
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