Hablaba ayer, algo enojado, acerca de los elevados precios de las entradas de la final de la Copa del Rey: de 50 a… ¡275 euros! Una derrapada de las buenas. Un socio del Madrid o del Atlético que quiera ir con su hijo a ver el partido más bonito del año puede tener que llegar a invertir más de 500 euros en ese par de tickets. Según el INE (Instituto Nacional de Estadística), en nuestro país un tercio de los asalariados son mileuristas o perciben una nómina más baja de esa cantidad. Si ese socio que quiere ir al Bernabéu con su hijo a ver la final forma parte de ese 33% de la sociedad igual tiene que llegar a invertir más de la mitad de su soldada en el partido. Escalofriante, ¿no? Pues ahí no queda el asunto…
Las semifinales de la Champions League son otra escandalosa muestra del producto de lujo en el que se ha convertido el fútbol en nuestro país. Ver el Borussia-Real Madrid y el Bayern-Barcelona será infinitamente más caro en España que en Alemania. Una entrada para el partido entre los del Klopp y Mourinho en Dortmund costará entre 35 y 170 euros; en el Bernabéu, el choque de vuelta, el precio oscilará entre 70 y… ¡325 euros! Pero no se quiten el cinturón que vienen curvas peores. Para el encuentro entre los de Heynckes y Tito en Múnich, una entrada costará entre los 40 y 150 euros. En el Camp Nou, un billete para ver a muniqueses o culés meterse en la final tendrá un precio entre 91 y… ¡359 euros! Vamos, 60.000 de las antiguas pesetas, que se dice pronto.
Insisto. Cuando el fútbol en España diga basta, que está más cerca de lo que pensamos, será tarde, muy tarde. Nos señalaremos con el dedo y soltaremos improperios al vecino por toneladas. Reconocer un error, eso, nunca. Y entonces, en mitad de reproches e inacabables “y tú más”, muy propio de este país, tendremos que mentalizarnos que no esperará una larga travesía en el desierto en este bendito deporte que, entre todos, aunque unos más que otros, estamos maltratando.
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