Casillas persiguiendo a la carrera a varios de sus compañeros, entre ellos a Cristiano Ronaldo, para exigirle que se dirigiera al centro del campo junto al resto del equipo y aguantara una pitada (acompañada de algunos pañuelos) histórica. El luso, a regañadientes, hizo caso a Íker, pero a medias: a la hora de agradecer al público su presencia, brazos en jarra y nada de aplausos, antes de marcharse al vestuario cabizbajo, con cara de muy pocos amigos y desafiando con la mirada a un cámara de televisión. Ya en la celebración de su primer tanto, el luso se mostró muy enrabietado con la hinchada, que pitó al portugués cuando su nombre sonó por megafonía al inicio del encuentro. La imagen hablaba por sí sola. El jugador franquicia y el capitán del Real Madrid tomando caminos totalmente opuestos en el peor momento del conjunto blanco de toda la era Ancelotti. Ya no es solo un problema de fútbol, también es de actitud.
A Cristiano no se le puede reprochar absolutamente nada en lo deportivo. Incluso en su momento más bajo, como ahora, salvó ayer al equipo de una eliminación de octavos de final de Champions que hubiera puesto patas arriba a la entidad. Es el mejor del Madrid, de largo. Pero aunque (injustamente) le silben, lo que no puede hacer es comportarse con sus compañeros y con el público de ese modo tan rebelde. Desde el minuto uno, aspavientos constantes por lo que veía en el campo. No parece el mejor modo de ponerle freno a la grave crisis del Madrid señalando a los jugadores de tu equipo jugada sí, jugada también. Y tampoco gana nada ignorando a su afición al final del partido y declarando en zona mixta que no piensa hablar hasta el final de temporada. El que quiere escuchar a su ídolo es el madridismo. La prensa es solo el conductor del mensaje. Los culpables del mal juego del Madrid no están la grada, ni en los medios. Allá él.
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