No tiene gracia alguna sentir a los ministros sanchistas haciendo de palmeros de un vicepresidente en jefe que va repartiendo por el complejo presidencial tantos virus como golletazos a la economía nacional y sus agentes.
A Iglesias le ha venido el coronavirus como morrión, lanza y adarga para lanzarse pertrechado al asalto de los cielos como la emprendió contra molinos y cueros de vino aquel de La Mancha de seso derretido por tantas lecturas.
Como las desgracias acostumbran a no venir solas, la broma china nos ha cogido con el peor gobierno posible, el peor de la democracia española; sí, el peor.
Montado por un ambicioso sinsorgo para satisfacción de su estampa, sin reparar en medios ni saber por dónde empezar, los palos del sombrajo se le han venido abajo.
Momento en el que entra el marido de la ministra Montero para rearmar el tinglado desde el que “empoderar a la gente”, frase que a estos fachas bolivarianos no se les cae de la boca, aunque nadie sepa hasta dónde llegan tales poderes.
Aunque quisieran, la situación no da para llegar a aquel “exprópiense” del padrecito Chávez, pero sí para hacer pagar a autónomos y sociedades, es decir al mundo productivo, el peso de su incompetencia. De momento se abanica con la Constitución diciendo que claro que pueden ocupar lo que precisen. Y con cara de carnero degollado pide perdón por los errores que comete… su presidente.
Los decretos que publican dos o tres días después de anunciados, y siempre en el último minuto del plazo legal, dicen que acaban siendo escritos con sangre.
Sangre o vergüenza resultado de la confrontación entre la minoría socialdemócrata del gabinete y el comando podemita, más minoritario aún, pero bragado en las peleas de la facu y en algún que otro ridículo asalto a los altares.
Sánchez dijo hace un par de días, en un Congreso vaciado y sin mirar a nadie, que cuando esto acabe se defenderá. ¿De quién? Tal vez pensaba en el líder del PP, pero Casado ha apoyado reales decretos como no lo hicieron sus socios, hasta llegar, naturalmente, a este asalto a la España que trabaja y produce dictado por la agenda podemita.
Lo dicho quizá fuera una advertencia a su vicepresidente en jefe, harto de pelear contra el compañero de aventura que le está sacando la hijuela.
Aunque lo más probable es que se refiriera a él mismo. Sería lo propio de quien tiene en tan alto aprecio su propia persona que comienza a considerar esto del COVID-19 como algo irreal, una mera pesadilla que le está impidiendo lucir su estrella como siempre soñó.
Ningún remedio se alcanza, pues me matan la esperanza, desdenes, celos y ausencias. Pero él no es el de la triste figura. Desde que salió de aquel examen doctoral con un cum laude se sintió ciñendo los laureles de los césares. O César o nada.
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