¿Qué más necesita la burguesía catalana para tomar las riendas de su gobierno, hoy ocupado por una banda incompetente que arruina su futuro?
No resulta fácil hacerse cargo de lo que está pasando en Cataluña, o mejor de lo que no está pasando. Asombra ver cómo una sociedad madura, ocho millones de europeos, sigue de forma ovejuna los pasos hacia el vacío que una extraña cobla política lleva años marcando.
¿No están hartos de oír siempre el mismo sonsonete desafinado? ¿Alguien atiende sus necesidades, ven resolver sus problemas cotidianos? ¿Se sienten cómodos ante el viaje que les han prometido a sólo Dios sabe dónde?
Están navegando sobre una gran mentira que va descubriéndose a medida que se acerca el 1º de octubre. La secesión es la tapadera que sus hasta ahora representantes desplegaron para zafarse de las consecuencias de haber vivido del 3% durante tantos años. ¿Realmente toda la burguesía catalana ha estado implicada en los cohechos que vaciaron las arcas de su administración, rellenadas por el Estado para atender necesidades tan ineludibles como las sanitarias?
Como eso no será así, no se comprende qué señales espera el grueso de la sociedad catalana para poner las cosas en su sitio; para romper el contrato de mandato que viene suscribiendo elección tras elección con partidos hoy comprometidos en un delito de sedición.
La ensoñación de la patria, la independencia, la gloria se ha trocado en una dura realidad: el ridículo. Gobernantes que no se atreven a poner su firma al pie de lo que prometen porque saltarse la ley en un Estado de Derecho cuesta caro, policía que no atiende alertas y ayuntamientos que desoyen consejos de seguridad, y el más difícil todavía: su presidente abriendo anteayer en Copenhague una llamada embajada ante los países nórdicos sin que ninguna autoridad de los gobiernos de Dinamarca, Finlandia, Islandia, Suecia y Noruega se dignara asistir, como es natural.
¿Qué más necesitan para independizarse, ahora sí, de la panda que les mantiene secuestrados?
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