Un grupo de amigos debatía este mediodía acerca de una cuestión que les preocupa, como a tantas otras personas. ¿Está la democracia en peligro, y si así es, cuáles son las causas?
¡Casi nada! incluso para españoles de muy alto nivel, cual era el caso. Las tres horas que duró el cónclave dieron para poner sobre la mesa demasiados juicios y razones sobre el estado de nuestra democracia, comenzando por un principio general: la cuestión sobrepasa nuestras fronteras.
La crisis de la democracia representativa se ha hecho viral con la aparición de movimientos populistas, a uno y otro extremo del universo político, aquí y en democracias tan consolidadas como la alemana, francesa o las anglosajonas. Este fenómeno, unido a la carencia de valores éticos, o simplemente cívicos, gangrena, corroe los tejidos de la convivencia en libertad.
Bajando a otro nivel, la supervivencia de una ley electoral provisional, elaborada en los años setenta del pasado siglo para acoger en las elecciones constituyentes a todo el espectro político, para alguno de los presentes fue uno de los fundamentos de la crisis.
El sistema funcionó razonablemente bien conducido por el bipartidismo que abrió la senda de nuestra democracia, pero los dos grandes partidos en que debería verse representada la inmensa mayoría de la sociedad cayeron pronto en las tentaciones de la partitocracia. Las listas cerradas que la Ley electoral determinó para aquellas primeras elecciones con unos partidos nacientes en los que nadie conocía a nadie, han pervertido la democracia interna que la Constitución les reclama para servir de cauce de expresión a la sociedad.
Pero sobre esos factores estructurales, y algún otro no menos relevante como el pésimo desarrollo del sistema autonómico, gravitan otras cuestiones que amenazan el normal funcionamiento de la democracia española. Comenzando por el frágil sentido de pertenencia a una nación de hondas raíces históricas, determinante en la configuración del mundo occidental y dotada de un idioma universal y una singular riqueza artística.
La autoflagelación ha sido una tentación recurrente en los españoles. Si comenzó con las pérdidas del 98 o, como la leyenda negra, se remonta a los siglos del imperio, fue tema de breve discusión antes de entrar en profundidades sobre el nivel y otras características de los actuales mandatarios.
Cuando el quicio de la actividad política se circunscribe al disfrute del poder; cuando en los mandatarios no hay otros planos, ideológicos o simplemente de excelencia profesional, los cimientos de la democracia se cuartean y por el horizonte amenaza la autocracia. La división de poderes se ve constreñida, la libertad acosada y la igualdad quebrantada.
Sin principios sólidos la democracia perece y con ella la concordia que allana la convivencia entre ciudadanos diversos, plurales.
Fue un encuentro fértil, enriquecedor.
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