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Un paseo de invierno por el Jardín Botánico

Un paseo de invierno por el Jardín Botánico
Marina Valcárcel el

Son varios los sueños que han estimulado al hombre a viajar lejos: la búsqueda de oro y materiales preciosos, las especias o las medicinas. A estas ambiciones se remonta el origen de los jardines botánicos.

En un primer tiempo los jardines eran lugares que reconstruían el paraíso terrestre, en ellos se trataba de reunir “todas las plantas y flores dispersas en el momento del pecado original”. La forma y disposición de los jardines hacía referencia a símbolos religiosos. Más tarde llegarían los auténticos jardines botánicos, aquellos dotados de vocación científica.

La palabra “paraíso” viene del griego paradeisos, que tiene su origen en la palabra pairidaeza, que significa “espacio cerrado”, “parque” en el iranio anterior a la lengua persa.

Autor Colaborador: Marina Valcárcel
Licenciada en historia del Arte
 

 

 

 

 

 

 

Inauguración del Jardín Botánico por Carlos III. Paret y Alcázar. Museo Lázaro Galiano. Madrid.

 

Son varios los sueños que han estimulado al hombre a viajar lejos: la búsqueda de oro y materiales preciosos, las especias o las medicinas. A estas ambiciones se remonta el origen de los jardines botánicos.

En un primer tiempo los jardines eran lugares que reconstruían el paraíso terrestre, en ellos se trataba de reunir “todas las plantas y flores dispersas en el momento del pecado original”. La forma y disposición de los jardines hacía referencia a símbolos religiosos. Más tarde llegarían los auténticos jardines botánicos, aquellos dotados de vocación científica.

La palabra “paraíso” viene del griego paradeisos, que tiene su origen en la palabra pairidaeza, que significa “espacio cerrado”, “parque” en el iranio anterior a la lengua persa. La estructura del jardín paradisiaco es simple. Se reproduce bajo una forma idealizad: el Chahar Bagh es un jardín dividido en cuatro partes representantes del agua, el fuego, la tierra y el aire. En el centro, una fuente de la que corre el agua, simboliza el orden.

 

 

 

Chahar Bargh del Taj Mahal. Smithsonian Institution Museum. Washington

 

Un microedén

En su libro, Jardinosofía, (Turner) Santiago Beruete define la necesidad del ser humano de convertir un pequeño trozo de tierra en un microedén: “Es nuestra necesidad de paz, serenidad y equilibrio, sometidos como estamos a la permanente contradicción entre nuestro destino mortal y nuestra vocación de permanencia”.

Hay una corriente subterránea que une la felicidad con el jardín desde el comienzo de la civilización. Hace unos 5.500 años surgieron en los valles del Tigris y el Éufrates las primeras ciudades. Paralelamente al proceso de sedentarización nacieron el estado, la escritura y también los jardines. El proceso tuvo lugar de manera independiente en seis zonas distintas del planeta: Mesopotamia, el valle del Nilo, del Indo, el del río Amarillo y la zona andina del Perú, con una diferencia a veces de cientos de miles de años. Herodoto atribuye el origen de la geometría en Egipto a la necesidad periódica de recuperar las lindes de los campos tras cada crecida del Nilo. Podría decirse que el jardín hizo su aparición en el Creciente Fértil de las tierras de aluvión de los grandes ríos creadores de las civilizaciones.

Fealdad y atraso

Posteriormente, el valor de las especies condujo a la fundación de jardines botánicos en las regiones tropicales, mientras que la instauración de los jardines botánicos en Europa debería atribuirse a la necesidad de medicinas extraídas de las plantas. El primer jardín botánico del mundo occidental fue, probablemente el de Salerno en el siglo XIV. En España seguimos celebrando aún el tercer aniversario de Carlos III (1716-1788), monarca fundador del madrileño Jardín Botánico.

Carlos III llegaba a Madrid el 19 de diciembre de 1759 en medio de una comitiva de colaboradores. Entre los que estaba el arquitecto Francesco Sabatini, operarios de la fábrica de porcelana de Capodimonte, a los que pronto se unirían pintores: Mengs,Tiepolo… El rey quedó atónito ante la fealdad, suciedad y atraso de Madrid. Con los años, empedraría sus calles, ordenaría una red de alcantarillado, la recogida de desperdicios en carromatos mientras ponía en marcha la iluminación de la ciudad.

La arquitectura fue la asignatura privilegiada del rey. Una de las obras en las que concentró mayor entusiasmo fue el proyecto del Salón del Prado. Desde que un incendio, en 1734, destruyera el Alcázar, Felipe V e Isabel de Farnesio se habían trasladado al palacio del Buen Retiro. La aristocracia buscó entonces solares en el paseo del Prado para construir sus palacios frente al Buen Retiro, al tiempo que terminaban las obras del Palacio Real y del Hospital General (hoy Museo Reina Sofía).

 

 

 

 

Carlos III niño. Jean Ranc. Museo del Prado. Madrid

 

 

Álamos negros

Desde el Consejo de Castilla, presidido por el conde de Aranda, se promovió la creación del Salón Del Prado que consistía en ensanchar el paseo entre Cibeles y Atocha plantando una arboleda de álamos negros y acacias, embelleciéndolo con fuentes y edificios nuevos. El encargado del trazado y desmonte del terreno fue José de Hermosilla quien había estudiado en Roma y recordaba el diseño de Bernini para la Piazza Navona, con sus tres fuentes mitológicas y su planta con forma de hipódromo. Ventura Rodríguez tuvo aquí la oportunidad de diseñar las fuentes de Cibeles, Apolo y Neptuno.

La Puerta de Alcalá se concibió como una magnífica entrada a la ciudad pero también como una pieza insertada en el proyecto del Prado. Sabatini se inspiró en los arcos triunfales efímeros hechos en Nápoles y Roma para recibir a Carlos III. Aquellas arquitecturas temporales sirvieron de campo de experimentación en el lento proceso de evolución del barroco a la aparente sencillez del Neoclásico en el que se enmarca la arquitectura del urbanismo de este nuevo barrio de Madrid.

 

 

 

Vista de la carrera de San Jerónimo y del Paseo Del Prado con cortejo de carrozas. (1680). Atribuido a Jan van Kessel III.

 

Carlos III pensó en crear en el Salón del Prado un gran conjunto dedicado al estudio de la Naturaleza. El Jardín Botánico fue su proyecto clave. El rey se ocupó minuciosamente de los detalles del Jardín, ordenando, rectificando, aprobando todo cuanto tuviera relación con su obra. El 25 de julio de 1774 ordenó trasladar a esta zona el antiguo vivero del Soto de Migas Calientes, creado por Fernando VI, a la vera del Manzanares. Para ello fue necesario comprar las huertas situadas en el olivar de Atocha perteneciente a los Jerónimos. También incluyó una gran avenida como homenaje a la razón, con su espina dorsal construida por edificios destinados al ejercicio científico: el Gabinete de Historia Natural (futuro Museo del Prado) o el Observatorio Astronómico.

Barroco tardío

Sabatini se encargó del primer dibujo del Botánico, de gran belleza pero que evidenciaba todos los defectos de un barroco tardío. Sin embargo el plano actual, de 1781, responde al trazado de Villanueva con una concepción geométrica, definida y una sensación inequívoca de orden. En 1785, cuando Villanueva comenzó las obras del museo del Prado, se planteó la necesidad de crear una nueva entrada que estableciera la relación entre ambos proyectos. Es la actual Puerta de Murillo.

Lo más ambicioso de la política científica del reinado de Carlos III, en relación con la botánica, es el proyecto de inventariado de la flora nacional y ultramarina. Las plantas, semillas y bulbos procedían de Perú, Chile, Nueva Granada, Nueva España… y eran enviadas por expedicionarios encargados de buscar nuevos ejemplares botánicos que tuvieran alguna utilidad para la medicina, la industria o destacaran simplemente por su belleza. Así, llegaron de América, nardos, dalias, orquídeas y heliotropos. También ejemplares del árbol de la canela o de la quina, la planta de la cochinilla con su precioso tinte rojo o los cedros, los ébanos del Perú y los palisandros.

 

 

 

La puerta del Jardín Botánico desde el museo Del Prado. F.D. Marqués (1780). Museo de Historia.

 

En estos días de heladas en el Botánico, las copas de los olmos negros parecen brazos danzantes. Algunos árboles deben tener vidas secretas entre sus raíces. Ayer, aparecían los primeros despuntes de los lirios bajo el bicentenario ciprés que, según la leyenda, plantó Carlos III al borde de la “Terraza del plano de la flor”. Uno de los carteles responde a un lirio que en primavera se viste de azul, blanco y color ciruela, se llama “Stairway to Heaven”: podría ser un nombre de la antigua Persia, pero hoy, esa escalera celestial nos hace tararear la canción de Led Zeppelin: “Hay una dama que cree que todo lo que brilla es oro. Y compra una escalera hasta el cielo”.

 

 

 

Lirios en el Jardín Botánico de Madrid.

 

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