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De Músorgski a Ajmátova: Cuadros de una exposición

De Músorgski a Ajmátova: Cuadros de una exposición
Marina Valcárcel el

Autor Colaborador: Marina Valcárcel
Licenciada en historia del Arte
 

 

 

 

 

  

 

Ilia Repin, Modest Músorgski, 1881.

 

Son 26 retratos y solo dos sonrisas. La exposición Rusia y las artes: La época de Tolstói y Chaikovski, en la National Portrait Gallery de Londres transmite una sensación de solidez. También de pesadumbre. Son retratos rusos de 1864 a 1914 que encierran lo que Rusia alumbró en esos años previos al terror bolchevique y a la Primera Guerra mundial. Ese caudal inagotable de un ingenio distinto: de la música a la literatura y de la poesía al teatro. De la mirada de Dostoyevski a la de Ajmátova y por sus vidas en contra de todo.

En la primavera de 1881 el compositor Modest Músorgski posa para un retrato delante de Ilia Repin. Tiene 42 años y está ingresado por alcoholismo en el hospital militar de San Petersburgo. Baja de su cuarto sin peinar, les rodean montañas de periódicos con la noticia, la víspera, del asesinato del zar Alejandro II. Repin pinta rápido, la banda cruzada de color fresa del cuello de su bata, el bordado alegre de la camisa de campesino ruso y una cabeza magistral. La mirada fija y perdida del enfermo, del loco, la nariz colorada, el pelo y la barba disparados. Y un único rizo sobre su frente.

Repin escribió esta escena: “A pesar de las órdenes estrictas que le prohibían el coñac… Una enfermera consiguió una botella entera para celebrar el día de su santo. La sesión para el posado próximo se había fijado para el día siguiente pero cuando llegué a la hora convenida ya no encontré a Músorgski entre el mundo de los vivos”.

El pintor rechazó el pago del cuadro y pidió que invirtieran aquella suma de dinero en el monumento conmemorativo a su amigo Músorgski. El encargo había sido realizado por Pavel Tretiakov (1832-1898), magnate textil y mecenas de las artes, quien, desde 1850 empieza a comprar retratos de las figuras sobresalientes de la cultura rusa creando una nueva manera de concebir una galería de retratos. Una suerte de museo dentro de otro museo. Es el nacimiento de la galería Tretiakov declarada en 1918 propiedad de la Unión Soviética.

La segunda parte del siglo XIX es el apogeo del retrato ruso, hasta entonces solo dedicado a representar a la nobleza. A partir de 1860 y 1870 se empieza a cuestionar la identidad del retratado, quién y por qué debía ser elegido en función de su peso y legado en la sociedad rusa. No es casual que en los años 1870 la psicología se considera una disciplina científica independiente. Así, el individuo se convertía en faro, en referente para la vida y la galería de retratos de Tretiakov en una suerte de iconostasio, aquel término de origen griego que significa “exposición de iconos” y que divide, en las iglesias ortodoxas, el altar de la nave: lo sagrado de lo humano. Tretiakov quería reunir en su galería de iconos a los intelectuales rusos: pensadores, escritores, músicos… Para definir a través de ellos un nuevo sentido de nación.

En el mismo año,1856, se inauguran dos grandes colecciones de retratos: la galería Tretiakov y la National Portrait Gallery de Londres. Ambas celebran ahora su 160 aniversario con el intercambio de sus colecciones. Hasta Rusia ha viajado el retrato de Shakespeare escoltado, entre otros, por el de Byron: serán las estrellas de la exposición, De Isabel a Victoria. Y hasta Londres han llegado algo más de dos decenas de retratos de los cuales 22 no habían salido nunca de Rusia.

La exposición de la National Portrait Gallery se inaugura y se clausura con el retrato de dos grandes coleccionistas moscovitas: Tretiakov y Morozov. En este país los círculos liberales e intelectuales eran muy influyentes, las grandes familias de comerciantes asignaban importantes cantidades de su fortuna al apoyo a las artes. A diferencia de Nueva York o París, el dinero no era suficiente para ser admitido en las élites culturales, en la Rusia de finales de siglo existía una ética que vinculaba la fortuna al patrocinio artístico. Ilia Repin pinta a su amigo Pavel Tretiakov en 1901. Es un hombre menudo, de perfil difuminado y mano frágil. Está de pie y su figura en negro parece solo una excusa para presentar a su alrededor los cientos de obras que ya entonces colgaban en su galería. Cuando, en 1892, Tretiakov cede su colección a Moscú ésta contaba con 1.276 cuadros.

 

 

 

Ilia Repin, Pavel Tretiakov, 1901.

 

El cierre de esta exposición es también, como en el caso de Tretiakov, un único cuadro sobre pared oscura, y un único hombre y su pasión por la pintura. El retrato de Ivan Morozov (1910) por Vasily Serov entra de golpe en las vanguardias. Lleno de colorido y fuerza, el magnate de las fábricas de Moscú, es un contrapunto entre el peso en negro de este hombre grande de mirada segura y vividora que enseña el oro de sus gemelos, de su sortija y de su reloj, frente a la fiesta de colores del Matisse que acaba de comprar y que Serov pinta detrás en un diálogo o, más bien, en una pelea por el protagonismo de ambos: el trazo negro, tan característico de Matisse, parece salirse del bodegón Frutas y bronce para formar la silueta del ruso. Morozov se dedicó a la compra de pintura moderna francesa. Su colección, con cinco Monet, cinco Van Gogh, seis Renoir, 11 Gaugin, 18 Cézanne y 11 Matisse entre otros, fue nacionalizada después de la Revolución y dividida entre el Hermitage y el museo Pushkin de Moscú.

 

 

Valentín Serov, Iván Morozov, 1910.

 

La exposición de Londres está organizada en tres salas, divididas en paredes temáticas, teatro, música, mecenazgo… Una de ellas responde al título: Tres grandes novelistas. Es un estudio de tres miradas, tres actitudes: Dostoyevski, Tolstói y Turguénev. El retrato de Fiódor Dostoyevski (1872) por Vasily Perov es el único realizado en vida del escritor y es un retrato terrible: un reflejo demasiado real del pueblo ruso, sufriente y oprimido. Tiene una carga excesiva en ese abrigo grande y demasiado pesado para los hombros encorvados del escritor de perfil, una mirada tan vacía y perdida en el último rincón del cuadro que preferimos dirigirnos hasta sus manos, las únicas iluminadas junto a su frente. Descubrimos entonces que la tensión entre la destrucción y la creación en el escritor se condensa en esos dedos que parecen ser muchos más que diez y que están apretados de miedo por una cabeza que acaba de escribir Crimen y Castigo y El Idiota. Dostoyevski fue víctima de la crueldad del reinado de Nicolás I. A los 28 años fue arrestado y condenado a muerte. Ya en el paredón una orden del zar conmutó la pena.

Esta falsa ejecución oscureció para siempre una parte de la cabeza del escritor que fue deportado durante los cuatro años siguientes a trabajos forzados en Siberia.

 

 

 

Vasily Perov, Fiódor Dostoyevski, 1872.

 

A su lado, Nikolai Ge pinta en 1884 a León Tolstói que trabaja concentrado en su escritorio de Moscú, con su pisapapeles dorado y su mano derecha gigantesca que corre por cientos de folios en los que está volcando su Confesión. Es el final de su vida y parece necesitar desordenarlo todo para encontrar la verdad: “Todo se volvió claro para mí, y yo estaba contento y en paz. Entonces fue como si alguien me dijera: “Atención, acuérdate”. Y me desperté”. Sin embargo, el retrato de Iván Tuguénev por Repin, que ya en 1874 defraudó a Tretiakov, desconcierta por su frialdad despectiva y desafiante.

 

 

 

 

Nikolai Ge, León Tolstói, 1884.

 

Habría, sin duda, otras miradas de esta exposición. Como el estudio de las fisionomías: desde el retrato de Alexander Ostrovsky, ese robusto eslavo de cara ancha, a la imagen espectral de Vladimir Dal. También el estudio de los trajes: desde los paños densos, color de lodo de los abrigos rusos, al elegante retrato de la Baronesa Varvara Iksul von Hildenbandt cuyo sombrero cónico y sofisticadísimo parece haberse escapado de Vogue, la otra exposición, estos días, en este mismo museo.

 

 

 

Ilia Repin, Baronesa Varvara Ikskul von Hildenbant, 1889.

 

Merecería un capítulo aparte el repaso de los grandes pintores rusos tan desaparecidos de nuestros manuales de arte. También el de las colecciones de arte privadas diseminadas misteriosamente en la historia de Rusia después de 1917: ¿Por qué sabemos tan poco de pintores como Repin, Serov o el neurasténico Mikhail Vrubel cuyos lienzos fracturados daban muestra de ese mundo que él veía a través un prisma distinto? ¿Por qué, sin embargo, se hace de nuevo la luz con las vanguardias y conocemos más de cerca a Malevich o Kandisnky?

Elegimos cerrar con una pareja de retratos: Nikolai Gumilev (1909) y Anna Ajmátova (1914) ambos pintados por Olga Della-Vos-Kardovskaia. Es un cierre brutal. Este matrimonio resume detrás de su belleza y juventud, el horror de las vidas en Rusia. Gumilev recuerda al conde de Montesquiou en el cuadro de Boldini: el dandismo de su figura esbelta, la ralla perfecta del pelo, el sombrero de Panamá y una mano delgada que ajusta una margarita en el ojal de su solapa. El poeta y marido de Ajmátova fue fusilado en 1921. Lev, hijo de ambos, paso largos periodos en la cárcel y años en campos de trabajo. Su amigo Mandelstam muere también en los campos. El retrato de Ajmátova, a sus 26 años, “esa reina trágica” como la definiría Isaiah Berlin conserva toda la elegancia en ese perfil dibujado hasta 16 veces por Modigliani. Ajmátova, la gran poeta rusa del siglo XX, empeñada en poner voz al terror estalinista tardará aún 29 años en escribir Réquiem, cuyo En vez de prólogo lo explica todo: “Diecisiete años pasé haciendo cola a las puertas de la cárcel en Leningrado… Un día alguien me reconoció. Detrás de mí, una mujer -los labios morados de frío- que nunca había oído mi nombre salió del acorchamiento en que todos estábamos y me preguntó al oído:

-¿Y usted puede dar cuenta de esto?
Yo le dije:
-Puedo.
Y entonces algo como una sonrisa asomó a lo que había sido su rostro”.

Como en esta misa de difuntos de Ajmátova, nosotros también hemos podido vislumbrar algo de la historia de Rusia, tan cerrada, a través de los cuadros de esta exposición.

 

 

Rusia y las Artes: La época de Tolstói y ChaikovskiNational Portrait Gallery Londres, St. Martin’s Pl Comisaria: Rosalind P. Blakesley Hasta el 26 de Junio.

 

 

Olga Della-Vos-Kardovskaia, Anna Ajmátova, 1914.  

 

 

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