Por José María Mella Márquez, profesor emérito de la Universidad Autónoma de Madrid
Se me preguntó hace poco, por parte de alguna Organización No Gubernamental involucrada en la cooperación con África, sobre el papel de las mujeres en las universidades africanas. Una respuesta cabal a esta pregunta resulta difícil, pues a fecha de hoy no contamos todavía con datos suficientes, basados en encuestas y estudios centrados en la materia. Por tanto, nos limitaremos aquí a presentar unas cuantas líneas de análisis, con carácter provisional, a sabiendas de que habrá que profundizar más y disponer de un mayor acervo de información para lograr un conocimiento riguroso de la cuestión que siente las bases de una política de género coherente y científicamente sólida.
Sabemos que la edad media de la población africana es de 19 años y que la mitad aproximadamente son mujeres jóvenes. Existe un enorme volumen de población femenina joven con bajos niveles educativos, reducida productividad laboral, sometida a problemas de discriminación en el acceso a los estudios primarios, secundarios y sobre todo superior. Esta población sufre al mismo tiempo, ante eventos graves tipo pandemias (Covid-19), problemas de abandono escolar por cierre de los centros superiores (en países como Malawi y Uganda, las universidades han cerrado durante dos años, lo que hace muy difícil su regreso a las aulas), aumento de violencia de género, acoso sexual, embarazos precoces no deseados y necesidad de atender a los recién nacidos.
Otro tanto acontece en condiciones extremas de cambio climático, con sus devastadores efectos en términos de inundaciones, sequías, pobreza y hambrunas, que afectan gravemente no sólo al rendimiento escolar, sino también a la asistencia regular a los centros universitarios y a la continuidad de los estudios.
En el África subsahariana, la matriculación de jóvenes en la enseñanza superior está creciendo con rapidez, pero las mujeres siguen mostrando niveles de acceso a la universidad desproporcionadamente bajos, con menos de la mitad que el número de hombres en países como Burundi, Benín y Togo.
Fuente: Pixabay
A pesar de los avances, las universidades africanas permanecen en posiciones atrasadas en las ordenaciones internacionales de producción de conocimiento debido, básicamente, a una financiación limitada, al colapso de las infraestructuras, a la fuga masiva de cerebros y a la falta de atención de los gobiernos, afectando en gran medida a las mujeres jóvenes. Adviértase, además, que las autoridades africanas, inducidas por una premisa errónea de los organismos financieros internacionales, se han dejado arrastrar por la idea de que lo importante era la educación primaria y no tanto la educación superior. Esta situación ha llevado al abandono, hasta fechas recientes, de la universidad como instrumento de desarrollo y de la ciencia, la técnica y la investigación como fuerzas productivas de primer orden.
Por otra parte, el limitado papel de las mujeres en las universidades africanas puede observarse también por su débil presencia en posiciones de liderazgo, su relativa falta de incorporación a los estudios STEM (acrónimo inglés de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) y su escaso acceso al ecosistema emprendedor.
La presencia de las mujeres académicas en posiciones de rectorado, vicerrectorados, decanatos, vicedecanatos y direcciones de departamento es ciertamente escasa. Los académicos varones atribuyen este hecho a la falta de cualificación de sus colegas femeninas y a que no aspiran a puestos de liderazgo. Por su parte, las mujeres señalan como factores de su subrepresentación a las barreras institucionales y culturales, y como factores de éxito a su competencia y a su propia experiencia, lo que evidencia la confianza en sus propias habilidades y su autoestima.
La pobre incorporación a estudios STEM se explica por ser campos dominados tradicionalmente por hombres, al machismo y sus estereotipos que aparta a las niñas de este tipo de carreras y a la inercia derivada de una mentalidad conservadora. La superación de estas discriminaciones pasa por el fomento del interés de las niñas en las materias STEM desde edades tempranas, las iniciativas de “aprender haciendo” en tecnologías digitales (los casos de Ruanda, Tanzania y Uganda son de interés) y por la innovación, para hacer uso de tecnologías de vanguardia en los campos de la robótica, la inteligencia artificial y la impresión 3D.
La reducida presencia de las mujeres universitarias en el ecosistema emprendedor se explica por los obstáculos de acceso al capital, las dificultades que han de superar durante la educación formal y los prejuicios que las considera incapaces de iniciar sus propias actividades empresariales. De ahí que -según recientes investigaciones- alguna experiencia previa, cierto nivel de capital inicial, formación profesional y acceso al crédito pueden ser factores de éxito empresarial para las mujeres.
Puede concluirse, por tanto, que la inversión en las universidades no sólo es un motor de desarrollo, sino también una vía para la liberación de las mujeres jóvenes, el fomento de su capacidad de liderazgo y la ampliación de su presencia en los campos científicos y en la actividad emprendedora.
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