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La Argentina que ambiciona la normalidad

La Argentina que ambiciona la normalidad
Jorge Cachinero el

“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com


El presidente de Argentina, Mauricio Macri, fue elegido, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de noviembre del año pasado, como candidato de Cambiemos, una coalición electoral de carácter big-tent, que cobija desde el conservadurismo más tradicional hasta el centrismo socio-liberal.


De esta coalición formaron parte los principales partidos opositores al peronismo gobernante -la Propuesta Republicana, del propio Mauricio Macri, y la Unión Cívica Radical, de Ernesto Sanz-, amén de otros muchos grupos con o sin representación parlamentaria -exigua, en el mejor de los casos- en el Congreso y en el Senado de la nación argentina.


El gobierno del presidente Macri, surgido de aquel duelo electoral, podría ser calificado de “transición” por los desafíos a los que Argentina se enfrenta en estos momentos.


Por una parte, el presidente Macri parece querer transitar por la línea delgada del equilibro económico en un país acostumbrado a los procesos pendulares extremos entre el mercado-centrismo -propio de los años de la década de los 90 del siglo pasado- y el Estado-centrismo -definitorio de los doce años previos a la llegada de Macri al poder-.


Por otro lado, el gobierno del presidente Macri tiene ante sí el gran desafío de reconstruir un sistema político bipartidista -sustentado en torno al justicialismo y al radicalismo de la Unión Cívica Radical (UCR)- que saltó en pedazos en los primeros años del siglo XXI, por vía de la crisis de la UCR, y recuperar el equilibrio político que Cambiemos y el presidente Macri parecen querer devolver a la política argentina tras su victoria en noviembre de 2015.


Nada ilustra mejor esa quiebra del bipartidismo político en la Argentina que el hecho de que, en la última victoria justicialista en unas elecciones presidenciales -la de 2011-, el segundo partido en contienda quedara a casi cuarenta puntos porcentuales de la candidata triunfadora en representación del Frente para la Victoria, Cristina Fernández de Kirchner, y que el resto de los contendientes tuviera dificultades para superar el 10% de los votos escrutados.


En ese contexto es en el que hay que enmarcar las palabras pronunciadas por la presidenta de Argentina hasta 2015, Cristina Fernández de Kirchner, cuando, en un acto partidario para militantes del Frente para la Victoria, celebrado en Rosario casi un año después de su victoria electoral de 2011, afirmó -si bien, a micrófonos cerrados, aunque de forma fácilmente descifrable por todo el país, que leyó sus labios- aquello de “¡Vamos por todo!”.


Parece que aquél no fue un acto fallido de la presidenta sino, por el contrario, toda una declaración de intenciones de recrear, desde el poder, una suerte de Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano a la argentina.


Aunque sólo fuera por poner coto a esa ambición, manifestada de forma tan poco sutil, por otra parte, la victoria de la coalición Cambiemos y de su líder, Mauricio Macri, ha tenido, hasta el momento, el efecto de quebrar aquella tentación del justicialismo personificada por Cristina Fernández de Kirchner.


Tentación, que, en lo político, se manifestaba en la acumulación creciente de poder en manos de la presidenta y en detrimento del federalismo y del resto de opciones políticas y que, en lo económico, se hacía tangible por la vía de la reducción de la transparencia en el funcionamiento de los mercados, el estatismo creciente y la pérdida de la necesaria certidumbre para los inversores dados los cambios permanentes de las reglas del juego.


El desafío del nuevo gobierno -y, también, de todo el sistema político argentino- es recuperar la institucionalidad que se perdió en los años anteriores.


La institucionalidad con la que debe desarrollarse el ejercicio del poder por parte de un gobierno que fue capaz de aprobar su primer presupuesto en minoría, que debe fiscalizar la labor de los gobernadores y que, al mismo tiempo, debe someterse a un inexcusable control parlamentario.


La institucionalidad que supone permitir el que la justicia recupere su funcionamiento independiente de los poderes públicos.


La institucionalidad, finalmente, que permita a Argentina recuperar su lugar en el mundo, después de años de aislamiento de aquellos que deberían ser sus socios naturales – por razones de intereses y de valores compartidos- y de asociación con otros más vinculados a “ismos” altamente ideologizados, y, por qué no, ambicionar el protagonismo en la Región que su tamaño y su economía, legítimamente y de forma natural, le confieren.


El juicio que se deberá emitir sobre el éxito o el fracaso de la tarea emprendida por el Presidente Mauricio Macri, por su gobierno y por la coalición de partidos que le da respaldo se hará, con toda seguridad, en relación a su eficacia para saber devolver a la Argentina al territorio de la previsibilidad, de la institucionalidad y del equilibrio.


Existe hoy una Argentina que, además de la Copa Davis 2016, ya conquistada, por primera vez, y de la Copa del Mundo de la FIFA en Rusia 2018, que sería la tercera, también ambiciona la normalidad institucional.

 

 

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