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El vértigo que genera la ignorancia sobre el futuro del yihadismo

Jorge Cachineroel

“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com

La ignorancia sobre la evolución futura del terrorismo yihadista provoca un vértigo aún mayor que el efecto devastador de su actuación reciente y presente.

En el verano de 2016, las incógnitas sobre dicha evolución se concentraban en torno a tres asuntos: la capacidad del Estado Islámico de Irak y del Levante (ISIL, por sus siglas en inglés) por mantener el territorio conquistado en Siria y en Iraq y en el que había proclamado su llamado Califato, la evolución de la situación sobre el terreno, en lo político y en lo militar, en el Próximo Oriente y el desarrollo del terrorismo yihadista fuera de la región y, muy especialmente, en Europa.

Lo primero parece seriamente cuestionado desde que, en octubre de 2016 y en junio de 2017, respectivamente, se pusieron en marcha las ofensivas para recuperar Mosul, en Irak, y Raqqa, en Siria, ambas consideradas como las capitales del Califato de ISIL.

Pese a la lentitud con las que se están ejecutando estas dos operaciones, en las próximas semanas, ISIL se habrá visto despojado del territorio que tan valioso le estaba siendo como icono para la recluta de nuevos combatientes en todo el mundo, como espacio físico para la organización, para la burocratización y para el entrenamiento de sus seguidores y como símbolo tangible del reto que plantea al resto del mundo.

En segundo lugar, la evolución política y militar futuras en el Próximo Oriente se hace, cada día que pasa, más difícil de imaginar.

Por una parte, Obama no quiso intervenir más en la guerra civil siria porque quería evitar -aunque, realmente, siempre hubo “boots on the ground”-, a cualquier precio, un segundo Irak para los EE.UU. A pesar, incluso, del sobre esfuerzo que su Secretario de Estado, John Kerry, hizo para involucrar, sin éxito, al gobierno estadounidense de forma más directa en Siria, aún a sabiendas de que su presidente no iba a permitirlo.

Hay en el partido demócrata quien piensa, correcta o incorrectamente, que aquella decisión del ex presidente Obama fue un error político grave, incluso, de política interna estadounidense, porque ven en algunas de las consecuencias de la prolongación de la guerra civil siria -en concreto, el volumen del flujo de migrantes huyendo del conflicto hacia Europa y hacia Norteamérica- parte de los orígenes del surgimiento del populismo y, por extensión, de la elección del presidente Trump.

Por otra parte, la posterior intervención de Rusia en la guerra civil de Siria, con el apoyo de Irán y, a continuación, de Turquía, y el control obtenido sobre parte del espacio aéreo sirio para evitar la caída del régimen del presidente Bashar al-Ásad estuvieron precedidos y fueron simultaneados por un esfuerzo diplomático discreto de Rusia hacia muchos países árabes para evitar reacciones no deseadas de algunas de las facciones religiosas islamistas que son protagonistas de este conflicto. En cualquier caso, en Siria, Rusia se ha autoimpuesto evitar un segundo Afganistán.

Además, algunas de las reverberaciones que se están produciendo en el Próximo Oriente tras la visita del presidente Trump a Rihad del pasado mes de mayo -atentados en Teherán y aislamiento de Qatar-, intencionadas o no, alentadas, sobreentendidas o presupuestas, están añadiendo complejidades a la evolución política en la región.

Por último, la evolución del terrorismo yihadista, una vez que pierda el control físico del territorio de su autoproclamado Califato -simbolizado por derrotas militares en Mosul, ya producida en el centro de esta ciudad, y en Raqqa-, es la gran incógnita del momento.

No parece que con éstas vaya a desaparecer este terrorismo yihadista de nuevo cuño. La mutación del mismo, incluyendo nombres y formas de organización y de agrupamiento, será el marco dentro del cual haya que considerar su evolución futura.

Bien pudiera ser que la próxima mutación de éste sea el intentar buscar otros espacios y otros territorios -mejor gestionados y mejor protegidos- para evitar caer en el formato apátrida – con las excepciones conocidas en el norte de Afganistán- de Al Qaeda.

Otra opción podría ser una mutación, en este caso, sí, hacia una organización virtual, sin territorio físico, basado en internet y con algunas bases geográficas más pequeñas, por ejemplo, en Asia, o en otros continentes, que el Califato utilizaría como lugares de escondite, de entrenamiento o de planificación.

En cualquier caso, los conflictos provocados por el terrorismo yihadista en el futuro serán más parecidos a los recientes y menos, a los de Afganistán y de Irak del pasado.

Las intervenciones de la comunidad internacional y de potencias exteriores a los mismos seguirán, seguramente, el formato de la proyección de pequeñas y flexibles unidades militares que ayudarían a entrenar a las formaciones militares locales.

Además, habrá que acostumbrarse a aceptar situaciones y lugares, como, quizás, sea el caso de Libia, por mucho que ésta sea de mucho interés para España, en particular, o para Europa, en los que los problemas creados por el yihadismo no podrán ser resueltos. Y, otros, como Arabia Saudí, sobre los que habrá que pensar con cuidado y con profundidad cómo se quiere actuar en el futuro, más allá de danzar con sables.

Finalmente, queda por afrontar el tabú de una solución -si fuera realmente posible y si fuera tal solución- del problema del terrorismo yihadista a través de la negociación con ISIL. Como dice Jonathan Powell -“Terrorists at the Table”-, “you can negotiate with everybody, if you do it right”.

 

 

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