Antes de iniciar la campaña Rubalcaba ya se ha metido en problemas. Salir a competir con el handicap de saberse perdedor acarrea efectos perversos, como el de la irresponsabilidad. Suele ocurrir con las formaciones minoritarias, repletas de más ambiciones personales que de Gobierno. Sus proclamas tienen el atractivo de las verdades del barquero, tan irreprochables aparentemente como huecas de sentido real. Pues en esas anda el auto encumbrado líder del PSOE.
Dice a través del periódico amigo que su programa político incluirá las reformas necesarias para que los ciudadanos puedan hacer llegar sus propuestas directamente al Congreso, creando una comisión de participación ciudadana. Brillante idea para tratar de conectar con los indignados, que ya son ganas de renunciar a alcanzar la mayoría. Lástima que suponga una vuelta más de tornillo para desmantelar el principio representativo en que se basa toda democracia parlamentaria, que es nuestro caso. Deben de ser cosas de los asesores enviados por Obama, a quien podríamos devolver el favor remitiéndole al propio Zapatero.
Como esa otra de que los grupos socialistas de las circunscripciones grandes, o sea Cataluña y País Vasco de momento, cambien su funcionamiento para estar más próximos a los votantes. Una de dos, o se trata de un brindis al sol o de convertir el Partido Socialista Obrero Español en un remedo de los reinos de Taifas. Lo primero sería una frívola estupidez; lo segundo, muy grave. No tanto para los socialistas, que también, como para el futuro de la Nación.
Nuestro sistema constitucional, el Estado de las Autonomías, basa su funcionalidad en la existencia de al menos dos partidos de ámbito y vocación nacionales. Ellos fueron visionados por los padres constitucionales como las lañas necesarias para mantener unida la vieja piel de toro sometida a las tensiones de los nacionalismos. Cuando ese esquema se ha puesto en cuestión, caso de los socialistas catalanes en el Estatut, las consecuencias han sido… las que han sido.
Antes de ZP también hubo socialismo. Y uno de los grandes logros de Felipe González, auxiliado por Alfonso Guerra, fue la integración en el PSOE de diversos movimientos y partidos afines, y sobre todo la unificación de los grupos parlamentarios vasco y catalán socialistas. Ello permitió la estabilidad del partido y de la Nación durante sus mandatos.
¿Aún habiendo vivido aquellos otros Gobiernos, tan profundas serán las rodaduras dejadas en estos siete últimos años por Zapatero que su líder actual no es capaz de evitarlas?
Quizá sólo se trate de la irresponsable levedad del perdedor.
Política Federico Ysartel