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La cuestión catalana, II

Federico Ysart el
Modernismo catalán

Haber desenterrado el hacha secesionista en plena crisis constituyó poco menos que  una traición. Parece como si los felones hubieran buscado el momento más inoportuno para que los responsables del país se ocuparan de su dislate. El gobierno nacional –no hay más que uno- estaba en salvar al país de la quiebra a la que tanto contribuyeron, y siguen haciéndolo, los gobiernos de la Generalitat. En ese contexto, meter en la agenda política un asunto de gran calado constitucional son ganas de pegarse un tiro en el pie.

Las autoridades catalanas han tratado de revestir la cuestión como la maduración imparable  de un sentimiento represado durante siglos; es decir, un movimiento heroico en tono mayor. Cuando la realidad es más pedestre: la incapacidad parlamentaria para aprobar sus presupuestos. Esa fue la razón por la que los representantes de la burguesía nacionalista entregaron su iniciativa a la izquierda republicana independentista. Y la consecuencia no podía ser distinta de lo que ha sucedido: suscitar un problema de estabilidad y confianza en la nación precisamente en el momento en que ha revertido el grueso de la crisis. Y también, lo que no es menor, producir en el electorado el sorpasso de ERC sobre CiU.

Todo ello plantea en la esfera catalana dos tipos de cuestiones. De un lado, revela la insensatez de una clase política –porque de eso se trata, de una clase- capaz de vender su patrimonio –valores e intereses- a cambio del triunfo de sus adversarios de ideología y clase. Bonito negocio. Pensamos que nada podría ir peor que con aquellos tripartitos anteriores de socialistas, republicanos de izquierda y comunistas; nos equivocamos. Lo de Convergencia y su rémora democristiana, Unió, ha superado los límites de aquéllos.

Y de otro, la ceguera de la sociedad catalana. Más allá del tópico de que cada país tiene los políticos que se merece, resulta estruendoso el silencio cómplice del millón largo de catalanes que votó CiU; por ejemplo. O la mayoría del medio millón, largo también, que votó socialista. ¿Acaso ven viable la independencia, la segregación del resto de España, y encuentran honorable su salida por la puerta de servicio de la UE?

Extraña complicidad la de una clase empresarial crecida a las ubres de la nación española, como las tres mil oficinas de farmacia que han de ser rescatadas una y otra vez por el ministerio de Hacienda nacional, o la de los trabajadores de grandes empresas, españolas o multinacionales, en las que vuelve a invertirse a pesar de tener Cataluña cerrado su acceso a los mercados.

El mito romántico del nacionalismo que brilló en manifestaciones artísticas como el modernismo, produjo a la par un debilitamiento de la sociedad; antes emprendedora y responsable, ahora ensimismada y cada vez más provinciana. Los estragos de ésser de la ceba.

Política

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