No se arredra ante nada. Puesto a transgredir las normas inspiradas por la ética, el decoro y el sentido común, esenciales para cohabitar civilizadamente en una sociedad de gentes libres, Pedro Sánchez Pérez-Castejón transgrede. Sin miramientos ni rubor alguno; al revés, le excita.
Durante su regreso del viaje de orquídeas y bengalas que plugo con Begoña, vio la luz entre los avisos de la hecatombe valenciana y sintió expedita la tortuosa legislatura siguiente: habría presupuestos.
Dos centenares largos de cadáveres, millares de ciudadanos sin casa, trabajo, comida, ni más agua que la de sus propias lágrimas, acabarían siendo los rehenes de su carrera de los mil días.
Fuera preocupaciones por los siete votos del golpista prófugo, el de quien fue su número dos durante años y demás menudencias, soñó allá en las alturas. ¿Acaso Feijóo va a oponerse a aumentar los fondos para socorrer a Valencia, la primera Comunidad que me arrebató en las elecciones últimas?
Y sobre la tragedia comenzó a levantarse el túmulo de la desvergüenza sobre un barro convertido en lodo por cretinos insolventes instalados en ministerios, direcciones, asesorías y mamandurrias de diversos pelajes cuyo buen vivir nuestros impuestos atienden.
Una de las cosas extraordinarias que el sistema norteamericano conserva desde su fundación es la parálisis de la administración pública cuando el presupuesto no se aprueba a tiempo. No es ninguna broma; más de millón y medio de funcionarios se quedan en paro técnico, las cámaras en parálisis legislativa, etc. hasta conseguir el acuerdo.
¿Se imaginan ese cuadro aquí? Trump no lo sufrirá porque se ha hecho con las dos cámaras. No tendrá contrapesos, pero tampoco necesita hacer chantaje para ver aprobado su presupuesto.
Aquí tampoco andamos sobrados de contrapoderes, el primer ministro ha ido clausurándolos de uno en uno, desde el Constitucional y la fiscalía hasta la radio televisión pública que tuvo el cuajo de asaltar mientras las aguas engullían vidas y enseres como si en Levante fuera el último día del mundo. Pero de momento hay jueces y periodistas dispuestos a defender las libertades de los ciudadanos y denunciar la desvergüenza y malas artes, como el chantaje.
“Si necesitan ayuda, que la pidan”
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