Sobran las palabras cuando se miran las fotografias de Tita Cervera de estos últimos tiempos y se comprueba cómo la baronesa ha retocado su físico de forma clara y puede que rotunda con el úncio fin de lucir más tersa. Tiene gracia por eso cuando uno se acerca a los corrillos que suele protagonizar en los actos a los que acude y manifiesta su no al bótox argumentando que lo suyo no es pura genética pero sí fruto del láser, rayo al que debe estar enganchada por la manera en la que defiende y habla de sus excelencias.
Según Tita su "buena cara" se debe a la asiduidad con la que visita al doctor láser y no al abuso del botox que tantos daños está haciendo en las frentes de mujeres antes naturales y hoy casi congeladas de sonrisas imposibles y cejas puntiagudas. Tita no se inyecta botox -según cuenta- y tampoco acude a las peluquerías -ésto no lo confiesa- ya que asegura el biógrafo de su difunto marido, el escritor británico David R.L. Litchfield, que cree totalmente en los mal de ojo y otro tipo de magias y se niega a que alguien pueda acceder a sus cabellos no sea que luego le hagan algún "encantamiento".
Ni ella ni el desaparecido barón al que era normal verle en el jardín de su residencia de San Feliú (normal para el citado escritor) mientras la baronesa le lavaba personalmente su fina cabellera y así tampoco nadie podía robarle ni un pelo de la cabeza. Menuda es Tita.