Con desplantes como el del nacionalista Mas en la cámara catalana incitando a sus congéneres a rebelarse frente a los dictados del Gobierno y la respuesta que habían adelantado los socialistas vasco y andaluz, López y Griñán, el canario irredento y algún popular más atento a lo suyo que a lo de todos ¿necesitarán más los veedores, analistas, acreedores, prestamistas y demás interesados en nuestra ruina para mandarnos a paseo definitivamente?
Los gobiernos regionales nacidos de la Constitución, alimentados por las arcas generales del Estado y crecidos a golpes de complejos identitarios están poniendo el sistema en berlina. No resulta fácil de aventurar cuánto tardarán en intervenir nuestros asuntos internos las panzerdivisionen comunitarias como antes lo hicieron los Cien mil hijos de San Luis.
Parecería que eso es lo que están buscando, una muerte heroica a manos del invasor/inversor extranjero. O tal vez, los más aguerridos, alzarse desde cada esquina frente a los hombres de negro como las Juntas lo hicieron contra las tropas de Napoleón; hagamos la guerrilla por nuestra cuenta, que Agustinas, Palafoxes y curas Merino tampoco habrían hoy de escasear.
¿Echarán en falta la voz de mando de alguien que, como aquellos dos alcaldes en Móstoles, avisaron el 4 de mayo del peligro que la nación corría y pidieron movilizaciones pues “no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y valiente como los españoles lo son”?
Nada es ya como era. Aquel pueblo a la salida de la capital hacia Extremadura apenas tenía unos centenares de habitantes en 1808; hoy, integrado en el Área Metropolitana madrileña, cuenta más de doscientos mil. No muy lejos, el palacio de La Moncloa era entonces una finca rústica que acababa de comprar Carlos IV a una duquesa de Alba para ensanchar el llamado Real Sitio de la Florida; hoy alberga la presidencia de un gobierno que no reclama la asistencia de los españoles si no es para sacar de sus bolsillos lo preciso para seguir alimentando una obsoleta maquinaria estatal; la añosa del Estado y la manirrota de los diecisiete enanitos.
La tradición ha adornado aquel bando de la Independencia con algo que nadie escribió ni dijo desde Móstoles, aquello de que “la Patria está en peligro, acudamos a salvarla”. Ese era el sentido del mensaje que las postas difundieron por toda España, y su cumplimiento devolvió la independencia a la nación entonces intervenida por las armas. Lástima no oír un toque a rebato semejante en las presentes circunstancias. Tal vez acortara la distancia que aleja de los intereses generales de la nación el irresponsable proceder de los rectores de algunas comunidades.
Política Federico Ysartel