Cuando se estrenó ‘American Horror Story’ celebramos el despiporre de Ryan Murphy. Esa batidora de tópicos de películas de miedo que el tío había colado en un drama familiar. Y, sobre todo, agradecimos el regalo de una tardía Jessica Lange televisiva. Había merecido la pena tanta espera. En la segunda temporada, ambientada en un manicomio en los años 60, la trama se hacía más oscura pero también más chula. Utilizaría el término ‘cool’ pero es que creo que ha sido verdaderamente chula. Y sin querer desvelar nada del capítulo final (Fox todavía la está emitiendo), ha sido hasta preciosa. Nos hemos estremecido, hemos dado saltos, hemos disfrutado y hemos llorado.
Murphy no ha abandonado la batidora en ‘American Horror Story Asylum’. De hecho, ha utilizado una poderosa Thermomix de cultura popular cinematográfica, con homenajes al cine de serie B de los 60, a ‘La matanza de Texas’, a Tod Browning y a ‘Encuentros en la tercera fase’. Extraterrestres, sádicos médicos nazis, angelicales monjas poseídas, una maravillosa Lange cantando ‘The Name Game’, Ian McShane como el más terrorífico Santa Claus, Sarah Paulson haciendo guiños a Barbara Walters y una microcefálica muy ‘Freaks’ que no lo es (de lo más impresionante de la serie es la transformación de Naomi Grossman).
Una combinación tan atractiva que es difícil no estar pendiente de lo que a Murphy (un genio, según dijo Lange en ‘The View’, donde solo Whoopi Goldberg sabía de qué estaban hablando) se le vaya a ocurrir para la tercera temporada. Ha avanzado algo así como “horror romance”. Con Lange, Paulson y Ewan Peters repitiendo, una ya ve AHS como ‘Amanece que no es poco’. A ver a quien le toca al año que viene hacer de cura, maestro, marimacho, puta o adúltera. En fin, que viendo AHS a una le dan hasta ganas de morirse. Pero solo si viene Frances Conroy con el vestido de los domingos y las alas. Vamos a cambiar el ‘mátame camión’ por ‘llévame, Frances’.
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