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Mundial 2014: El hombre que llevó el fútbol a Brasil

J. F. Alonso el

Una playa y un balón valen una vida. Esa es la fotografía con la que nos gusta identificar a Brasil. Un niño descalzo que sueña con la gloria en Europa. Hay otros clichés: el sol y una caipirinha, los cuerpos bronceados semidesnudos, el desbordante Carnaval. En realidad, Brasil es un «continente» bastante más complejo que esa postal luminosa, tipo «eu quero ser feliz». Hay lluvia y frío, favelas, poblaciones indígenas cerca de Belem donde no verán el Mundial, calles peligrosas a las que conviene salir sin reloj ni móvil. Y también hay playa y fútbol, sí, por supuesto, «tranquilo, tudo bem».

Según un estudio de Instituto Brasileiro de Opinião Pública e Estatística (IBOPE), el 77 por ciento de la sociedad brasileña considera el fútbol como una de sus grandes pasiones. Basta ver las calles y los arenales, con un rectángulo imaginario, a menudo sin portería. Triunfó quizá porque es un deporte barato y con reglas sencillas, que no discrimina por clases sociales, creencias religiosas ni color de piel. Pero, ¿cómo llegó a Brasil?

Charles Miller en 1893, en el St. Mary (Southampton F.C.)

El mérito se le atribuye a Charles Miller, nacido en São Paulo, hijo de padre escocés y madre inglesa. En Inglaterra, donde cursó sus estudios, aprendió a jugar al fútbol. Se cuenta que sobresalía por sus movimientos y regates, alegres y vistosos, precursor del jogo bonito. Volvió a su país en 1894, y en la maleta parece que se llevó botas, uniformes, algún balón y el reglamento de fútbol, que introdujo en los clubes sociales de la élite paulista, donde solo los blancos podían entrar. Jugó (se dice que muy bien) en el São Paulo Athletic Club, en el recién nacido entonces Campeonato Paulista.

Ese fue el principio. Un fútbol blanco y rico en la alta sociedad de São Paulo. Pero, en los años 20 del siglo XX, el Vasco de Gama, un equipo de origen humilde, consiguió alzarse con un título nacional. La fuerza del balón pasó de barrio en barrio, hasta que caló en el asfalto, en las casas a la hora de comer, en los colegios. Llegó el mundial de 1950, y el terrible (para los brasileños) «maracanazo». Ocho años más tarde, el triunfo de la selección en Suecia 1958, con jugadores de origen muy humilde, como Pelé o Garrincha, alimentó un sentimiento de unidad nacional en torno a este deporte, como bien intuyó décadas antes Charles Miller, el hombre que llevó el fútbol a Brasil.

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