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Blogs Notas del Espía Mayor por Javier Santamarta del Pozo

¡Al cole, al cole!

¡Al cole, al cole!
La ministra del ramo cual maestra ciruela, según Ricardo Sánchez «Risconegro Creatividad»
Javier Santamarta del Pozo el

¡Ayvá, la mascarilla! ¿Será esa la expresión de este curso escolar? Muchos ya no recordarán el popular anuncio en que un alumno yendo a clase, ora olvidaba los donuts, ora la cartera. Uno fue más de llevar bocata de chorizo con mantequilla (nada de margarinas pordiós) y para el guarreo, teníamos al barquillero saltándose todas las normas de salubridad de la Unión Europea, y que nos hizo a una generación inmune a tantas cosas a base de chupetear palulú y meterse en la boca una cosa líquida hecha para ser polo helado, llamado «Flash», del que te tragabas hasta las letras impresas. Infancia de rodillas llenas de costras y tiritas sin dibujos animados en ellas. Pero las cosas han cambiado. Y ahora ese compartir hasta los chicles, esos abrazos entrando al aula tras habernos dado la del pulpo en el patio, ese baby que parece más un cuadro de Jackson Pollock que otra cosa… puede ser la entrada de un maldito bicho que ya se ha llevado en España a 50.000 personas. O las que ustedes quieran creer según tantas publicaciones y estadísticas de parte.

¡Ayvá, la mascarilla!

Un puñetero bicho que nos dicen que nadie pudo prever, que era imposible el que los departamentos de alerta temprana sobre epidemias registraran (lo que hace pensar en la utilidad de tales departamentos), y que nos llevó a un confinamiento de meses. Al teletrabajo. Y a la clases no presenciales con los medios que buenamente se dispusieron para los alumni de institutos, colegios y universidades. Y llegó el día. El presidente del Gobierno (a.q.D.g.m.a.) anunció: «Hemos derrotado al virus» (sic). Y nos invitó a disfrutar de la nueva normalidad. Faltó un paseo en un haiga descapotable paseando triunfal por la Gran Vía madrileña mientras que millones de confetis y guirnaldas volaban entre el aplauso del gentío. La guerra, ha terminado. Y nos fuimos de vacaciones.

Y hemos vuelto… con más rebrotes que ningún otro país. Con unas restricciones, cada día tan cambiantes, que ya no sabe uno si es o no factible fumar con mascarilla dentro de 1,5m de distancia tomando una caña mientras que no seamos más de seis para una de bravas que no se pueden compartir. O algo así. Y hemos vuelto para empezar un nuevo año escolar. Ya saben. Los niños y eso. Porque lo de conciliar está muy bien si estamos todos confinados, pero si hay que volver al curro, no veo yo muchos hogares con la abuela Herminia en casa para hacerse caso de los menores mientras que, Merche, no me jodas, alguien tendrá que quedarse con los niños, los progenitores A y B van a sus quehaceres. Pero parece que la vuelta… no se ha preparado. ¡Para qué, si habíamos matado al malhadado bicho!

Felipe González y José María Aznar, tras transferir las competencias de Educación

Como durante el verano, por hacer caso al señor Presidente (nunca lo suficientemente bien alabado, bendita sea su persona y su bronceado), nos hemos «relajado» (más sic), pues claro, ¡a quién se le ocurre! Maldita ciudadanía irresponsable (sobre todo una tal Ayuso, que me han dicho que es una genocida potencial, como lo oyen), pues resulta que hay que volver a unas aulas preparadísimas con unas cintas de colores en el suelo, y mucho gel hidroalcohólico (que me recuerda al «agua milagrosa» que tenían aquellos utilleros para cuando a algún futbolista le habían metido los tacos hasta el peroné), y a que los profesores se la jueguen sin tener ni papa de qué hacer.

Porque ellos están ahí para instruir conocimientos. No para gestionar pandemias. Para eso debería de haber estado el Gobierno, cuya ausencia espectral es negada con el mismo desparpajo con que dijeron que esto era una gripe, que mascarillas sí, que no, que caiga un chaparrón, y que somos los más grandes, qué sanidad tenemos plas plas plas (aplausos a las 8 p.m.). Claro que, como las competencias de Educación (palabra absurda donde las haya), así como las de Sanidad, las hemos transferido para convertirlas en que si te pasas del monte Abantos, aunque vivas en su misma linde, ya infringes como madrileño lo que está permitido en Segovia (los que viven en Seseña, miren un mapa, tienen que andar de frenopático, como los del Condado de Treviño), pues para qué los farolillos. Mando único, mando transferido, mando que no mando y quien manda, no sabe mandar.

Duelo a coronavirus cual garrotes, en la versión de Ricardo Sánchez «RIsconegro»

En resumen, que maldita la hora en que se transfirieron competencias de un Estado creyendo que así la gestión iba a ser más viable, y que se ha convertido en que estamos como Almanzor tocando el tambor cada taifa, y echándose una Autonomía a otra los viruses a la cara de mala manera. Y como «los niños no pertenecen a los padres», como dijera la innecesaria ministra de un ministerio inútil, Isabel Celaá, espero que si algo les ocurre a alguno de ellos por la falta de previsión, de capacidad, de búsqueda de alternativas hasta el mismo día en que comenzaron las clases, sepan los que han parido, criado y educado a tales niños, a quién meter una demanda por lo criminal.

Porque me da que a quien hay que empezar a educar, va a ser a nuestros políticos.

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