Teresa Zafra el 16 abr, 2013 Tengo que confesaros que empecé a llevar bolso muy tarde, al final de mi etapa universitaria. Cuando era adolescente lo evitaba a toda costa, por entonces llevar bolso me parecía un engorro. Siempre me guardaba las llaves de casa, el bonobús y el dinero en el bolsillo del pantalón y con eso me apañaba. Sin embargo, también tengo que confesaros que cuando descubrí el tema bolsos, la cosa se convirtió en un no parar. Al principio los usaba de tela, algo más tarde de pseudo piel y en los últimos años he cogido la costumbre de no comprar bolsos que no sean de piel piel. Son, de lejos, mi complemento preferido, y, a pesar de que en los últimos años he logrado reducir casi a la mitad el número de ellos que guardo en mi armario, sigo siendo la orgullosa propietaria de una pequeña y coqueta colección. Con la llegada de Martín a mi vida, era evidente que iban a venir en el lote un montón de cambios que repercutirían en mi vida diaria, pero poco podía imaginar que con el nacimiento de mi primer hijo, mi relación con los bolsos cambiaría de nuevo. Si me lo llegan a decir antes de dar a luz, os prometo que habría dicho: “No, eso no va a pasar”, pero ha pasado. Cuando salgo de paseo con la sillita de Martín he dejado de llevar bolso. Y no sólo eso, observando en mis paseos (que es mi forma actual de comprobar si una cosa es normal o no y de hacer mis “estudios sociológicos” particulares) he llegado a la conclusión de que no soy, ni mucho menos, la única. Desde este humilde blog puedo afirmar y afirmo que muchas de las madres que pasean a sus bebés lo hacen sin bolso. ¿El motivo? Eso ya no puedo averiguarlo mediante la simple observación, pero os diré una cosa: En mi caso, lo hice una vez sin pensarlo mucho y me dí cuenta de que iba tan cómoda que le cogí el gustillo. En mi nueva faceta de madre, podría decirse que en el “tema bolso” he vuelto casi a mi época adolescente: solo necesito las llaves, un monedero pequeñito con un par de tarjetas de crédito, bonobús y DNI, y el teléfono móvil. Además, estas pocas cosas y todas las que conyunturalmente decida añadir al pack, pueden ir cómodamente guardadas en la bolsa de pañales o en la cesta de debajo del asiento del cochecito, o si no, en el bolsillo de mi abrigo durante los meses de invierno. Al final, en ambos casos la sensación es la misma: hombros libres y espalda descargada. En definitiva, como dirían en un anuncio de higiene íntima femenina, sensación de libertad. No sé si mis bolsos estarán contentos con la nueva rutina. La verdad es que algunas veces pienso en ellos y me los imagino como los juguetes de Toy Story: cobrando vida cuando me voy de casa y urdiendo planes con los que encontrar la fórmula con la que vuelva a fijarme en ellos. Os confieso que yo también los echo de menos a mi manera y que a veces uso alguno aún sabiendo que lo hago solo por postureo, pero al final, no me queda más remedio que asumir la realidad e interpretar mi papel, y es que las madres de bebés, señores, no llevamos bolso. maternidad Comentarios Teresa Zafra el 16 abr, 2013