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Un presidente con más penas que glorias

Luis Ayllón el

En los últimos de la presidencia española de la Unión Europea, no se puede decir que el semestre haya sido un éxito. Sobre todo, si se compara con las expectativas que tenía el Gobierno, que confiaba en esto seis meses para paliar un poco la deteriorada imagen de Zapatero. Si acaso, la crisis económica lo que ha hecho es poner de relieve la falta de capacidad del jefe del Ejecutivo para hacer frente a la situación.

 

Es cierto que la presidencia no llegó en un buen momento y que España se encontró, además de con el problema general que supone la crisis, con el hecho de que la Comisión Europea empezó su actividad con varios meses de retraso y con la necesidad de ponen en marcha el nuevo entramado institucional derivado del Tratado de Lisboa.

 

Al haber un presidente estable del Consejo Europeo, el belga Hermann Van Rompuy, y una Alta Representante para la Política Exterior, la británica Catherine Ashton, las competencias del presidente de turno quedaron muy limitadas. Al final se decidió que, como situación excepcional de transición, Zapatero estuviera presente en las cumbres que se hicieran en España, pero no en las que tuvieran lugar fuera.

 

A Zapatero el arreglo no le pareció mal, porque confiaba en que Obama vendría a España en mayo, pero la conjunción planetaria se frustró porque el presidente de Estados Unidos decidió que era mejor posponer la cumbre con la Unión Europea. Así que Zapatero tuvo que conformarse con ir a un Desayuno de Oración a Washington para ver a Obama.

 

Por si fuera poco, otra de las grandes citas previstas, la de la Unión por el Mediterráneo a comienzo de junio en Barcelona, tampoco se celebró. Pese a los denodados esfuerzos españoles, el Gobierno tuvo que capitular ante la opinión de Francia y Egipto, que no veían un ambiente propicio para la celebración, dados los escasos avances que había en el conflicto palestino-israelí, y dejar la cumbre para noviembre, con la esperanza de que pueda seguir siendo en Barcelona, si hay un clima mejor.

 

De las tres grandes citas, dos no se cumplieron y la tercera, con América Latina y Caribe, estuvo en el aire, por la presencia del nuevo presidente de Honduras, Porfirio Lobo. Encabezados por Lula y secundados por el bloque bolivariano de Chávez, una decena de países amenazó con no acudir a Madrid si lo hacía Lobo, a quien no reconocen porque consideran su presidencia fruto del golpe de Estado que derrocó a Zelaya. A España le sentó muy mal la actitud de Lula, pero Lobo facilitó las cosas y salvó la cumbre, al renunciar a estar en la reunión y limitarse a participar en la reunión UE-Centroamérica, en la que se dio uno de los pocos éxitos de la presidencia, el acuerdo de asociación entre ambos bloques. Además se lograron los acuerdos con Perú y Colombia y se decidió relanzar las negociaciones con Mercosur, pese a que al menos la mitad de los Veintisiete se oponían a ello para no perjudicar a las agriculturas europeas.

 

Hubo también una cumbre en Madrid entre la Unión Europea y Marruecos, la primera que se celebraba, lo cual, sin embargo, no fue suficiente para que Mohamed VI acudiera a Granada, lugar de la cita. Se limitó a enviar un mensaje y ese mismo día, mientras la UE pedía más respeto de los Derechos Humanos, expulsaba de Marruecos a un nutrido grupo de cristianos.

 

 

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