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En la muerte de Pepe Colchero

En la muerte de Pepe Colchero
Luis Ayllón el

Siento enormemente que la muerte de Pepe Colchero haya pasado desapercibida. Pepe se nos fue el pasado mes de noviembre, en silencio, después de una enfermedad con la que había comenzado a luchar cuando todavía se encontraba en activo. Luego llegó la jubilación, se apartó por completo del periodismo y, junto con su inseparable Evelyn, volvió a recorrer algunos de los países que había visitado en sus años de ejercicio profesional.

Comencé a saber de José V. Colchero –así firmaba, con esa inicial de Virgilio– cuando, en mis primeros años en esta profesión, descubrí sus crónicas para el diario Ya y la agencia Logos, en las que tan pronto firmaba en Nueva Delhi como lo hacía en Moscú o en Tokio. No estaban las comunicaciones tan desarrolladas como ahora y me asombraba su capacidad para moverse por el mundo y enviar, casi a diario, informaciones llenas de rigor y contenido.

Sentía una gran admiración por su trabajo y, por eso, cuando las circunstancias me llevaron a cubrir los viajes del Rey y de los presidentes del Gobierno por el extranjero, primero en Europa Press y después en ABC, una de mis mayores satisfacciones fue coincidir con Pepe Colchero.

Persona entrañable; gran compañero, como pueden atestiguar todos los que viajaron con él; dispuesto siempre a compartir sus conocimientos con los recién llegados; era un infatigable conversador, ya fuera paseando por el Malecón de La Habana, cruzando la Plaza Tienanmen de Pekín, tomando algo en un hotel de Managua o, simplemente, volando en un avión camino de Kuwait. Son imágenes que tengo grabadas con ocasión de tantos viajes con Pepe -a veces compartiendo habitación cuando los hoteles estaban a tope-, de tantas reuniones internacionales, de tantos centros de prensa aún con teletipos, aquellas maquinas mastodónticas en los que él era  capaz de escribir y, si hacía falta, ayudarte a ti a hacerlo.

Los viaje, el contacto con los gobernantes, a lo que entonces aún se podía acceder, le servían –decía- “para cargar pilas”. Pepe no concebía al periodista como un mero transmisor de los que querían decir los políticos. Analizaba lo que afirmaban en las ruedas de prensa en las que, después de tomar unas cuantas notas en los márgenes del New York Times, del Frankfurter Algemeine Zeitung o del Financial Times, que solía llevar bajo el brazo,  hacía esa pregunta acertada que sólo podía formular quien –como él- conocía espléndidamente la realidad internacional.

Pepe Colchero, que fue también corresponsal en Alemania,  cubrió la política exterior española de los años de la transición y posteriores y muchos de los acontecimientos internacionales del siglo XX, reflejados con acierto en las crónicas que escribió. En 1987, Pepe recibió el Premio Cirilo Rodríguez, con el que se reconocía su trabajo, un trabajo que, por desgracia, nunca quiso recordar en un libro, que hubiera sido, sin duda, delicioso.

Descansa en paz, querido Pepe.

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