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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

Sin fitness no hay paraíso

Gema Lendoiro el
Servidora (la de atrás) con mi entrenadora que, por supuesto, se puede permitir el lujo de lucir pierna

Ya lo decían las sátiras de Juvenal, mens sana in corpore sano. O, en román paladino, que te muevas, carajo. Es verdad. O te mueves o la esperanza de vida se reduce. Al menos eso es lo que dicen los expertos en la cosa del bienestar. Pero no solo eso, es que moviéndote la vida fluye de otra manera. Sí, ya lo sé, he caído en la trampa y de aquí a la cursilería del yoga y fluir con la tierra me queda un pispás. Pero es que soy yo bastante facilona. Al menos para caer las primeras veces. Otra cosa es que sea constante.

El caso es que servidora se ha hecho con una entrenadora personal o, como dirían las instagramers, it girls e influencers, un personal trainer, que mira que nos gusta en España un anglicismo aunque luego ni el 10% sea perfectamente bilingüe. El caso es que conocí a Celia Fisiofit que durante 8 semanas tendrá el reto de sacarme de los pelos de mi casa para que mueva el cu-cu. Después de unos 42 años sin hacer jamás deporte (ir al gimnasio no cuenta), he empezado. Llevamos ya dos y la cosa funciona. Por supuesto me siento muchísimo mejor después de sesiones que incluyen 45 minutos de cardio (en el parque me hace subir las escaleras como Rocky) y sesiones de estiramiento y abdominales hipopresivos para recuperar esa barriga plana por Dios. ¡Qué ilusa después de dos embarazos con sus cesáreas y un largo historial de cañas y boquerones!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pero no les voy a mentir. Detesto hacer deporte. ¿Me gusta cómo me siento después? Sí, claro. Pero cuando estamos en el parque a 30 grados y son solo las 10 y 30 de la mañana y me envía de nuevo a subir trotando la maldita cuesta y así cinco veces, quiero matarla. Sobre todo cuando me quedo sin aire. Además de ser fumadora social, no tengo fondo, lo cual dificulta enormemente el rendimiento. Y aquí entramos en otro debate, el de dejar el tabaco que, aunque sea solo de vez en cuando, está ahí y no debería. Pero poco a poco.

Los entrenamientos son así: ella me recoge en la puerta de mi casa y de ahí nos vamos caminando a paso rápido con la aplicación de Nike hasta llegar al parque. En eso tardamos unos 7 minutos, el suficiente como para calentar y empezar ya a subir las pulsaciones. ¿Cómo? Con una preciosa y odiosa cuesta que recibe mis pasos rápidos y sin parar en una serie de cinco veces. Para cuando termino esa serie ya tengo el corazón a mil por hora.

-Genial, ahora que te están subiendo tanto las pulsaciones es cuando empieza tu cuerpo a quemar. Genial, yo siento que me voy a morir pero si tú lo dices…

Empiezo ya a sudar. A mares, oiga, y no llevamos ni 17 minutos. Seguimos caminando a una velocidad que es casi correr. Y aparecen las escaleras.

-Venga, tres veces.

Y yo, como Jordan Belfort en el lobo de Wall Street pero bajo ningún efecto psicotrópico, donde hay 45 escalones veo el Empire State.

-Venga, corriendo y no te pares, ¡vaaaaaaaamos!

Cuando llevo la tercera sesión los muslos empiezan como a arder. No hay dolor. Parezco Rocky pero en versión torpe y XXL.

Lo mejor viene cuando llegamos a casa y en el gimnasio me tumba y me estira. ¡Eso es placer y todo lo demás son tonterías!

Bueno, y tampoco es tontería que me hayan vuelto a servir los vaqueros de antes de antes de dar a luz (¡por fin!)

Me quedan unas cuantas semanas. ¿Aguantaré? Yo es que ya me siento una it-girl-fitness. De aquí a la maratón de NY no me queda ná

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