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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

Escuchar nuestra voz para poder pensar

Gema Lendoiro el

Al margen de todas las preguntas que nos hacemos cuando somos padres, creo que la que debería ser más importante es: ¿Qué clase de mundo queremos dejar a nuestros hijos? No comulgo con la idea de que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor. La humanidad no avanzaría siguiendo esa premisa. Lo interesante es qué tipo de avances nos hacen mejores y cuáles, peores.

Vivimos época de mucho ruido. Y ese ruido nos ensordece, a veces de tal manera que no deja que nos escuchemos. Y creo, honestamente, que todos tenemos una voz interior que algo nos dice. Poco o mucho, bueno o menos bueno. Pero algo siempre está latente en ese torrente que es el cerebro y su incesante actividad neuronal.

Ayer murió Eduardo Galeano, un escrito uruguayo que tenía muchas cosas interesantes qué decir y las dijo. La mayoría de las veces a través de sus libros, otras en entrevistas que ahí se han quedado en las hemerotecas para quién las quiera leer o escuchar. Pudiera parecer que es una lástima pensar que Galeano y otros tantos como él importan a poca gente. Y es verdad, una entrevista con él en un plató de televisión jamás alcanzará la audiencia que tiene una entrevista con la llamada princesa de no sé qué pueblo… pero no hay motivo para la desesperanza mientras haya gente que siga leyendo, escuchando y pensando aquellas cosas que de verdad importan: la lucha interna que cada uno debe tener consigo mismo para aprender a vivir y seguir los pasos de la vida que le hagan más feliz.

Lo que sí es un pena es que en esa búsqueda de entendimiento con la existencia, con uno mismo, la vida va transcurriendo y no poca gente confiesa, ya cuando tiene sesenta o setenta que, por fin, entiende de qué va todo esto. Justo cuando está disfrutando lo que quizás pueda ser su última o penúltima década de permanencia aquí en la tierra, las piezas encajan como en la mejor partida de tetris.

Me consta que cuando llegan a ese convencimiento tratan de avisar a las generaciones que vienen detrás. Pero tampoco con demasiada vehemencia porque una de las cosas que ya saben es que nadie escarmienta en cabeza ajena y a la comprensión casi total de la vida sólo se llega de una manera: viviéndola.

Aún así me siento nostálgica cuando gente como Eduardo se va. Siento una pena inmensa porque el hecho de la desaparición de una persona siempre supone volver a ser consciente de que tú también pasarás por ese trance. E inmediatamente cuando lo piensas te das cuenta de cuántas batallas absurdas libras cada día que traen tanto desgaste y tan poco aprendizaje.

Tengo 41 años, así que estoy lejana a esas décadas de final de la vida. Al menos en comprensión porque morirme puedo hacerlo mañana mismo. Pero estoy lejos, digo, de esa etapa de sabiduría de la que intuyo que se alcanza pasada la barrera de los setenta y siento algo parecido al desasosiego porque yo lo que quisiera es tener esa paz a la que parece que todos llegan… pero conservando la energía de los cuarenta. Sin embargo eso no es posible. A mí que me gusta tanto indagar en los porqués de la biología y todo nuestro cuasi perfecto sistema, no encuentro la razón a este desbarajuste. O quizás sí, pero me niego a aceptarlo. La energía física se ralentiza para que la mental profundice cada día más.

¿Qué enseñanzas puedo, podemos dejar a nuestros hijos además de las obvias? Si tuviera que escoger sólo una sería: enseñarles a pensar, a ser críticos pero sin ira y sin rabia. ¿Rabia por qué? El ímpetu de la juventud conlleva la prisa, la consumición de lo inmediato y los tiempos que vivimos son propensos a aquello que nos entretenga pero no nos haga pensar. 

Y eso da para reflexionar al menos un poquito. La generación que se está “educando” ahora mismo en España a través de una televisión que aporta entre poco y nada, ¿qué bases tendrá para llegar a esa década prodigiosa de los setenta donde todas las x se despejan?

Los que tenemos ahora hijos pequeños (menores de edad) estamos en plena fase de educación de la generación que sostendrá con sus impuestos nuestra vejez. Pero no sólo eso. Esos niños que tanta gracia nos hacen ahora serán los presidentes de las compañías mañana, los ministros y los presidentes del gobierno, los médicos, los abogados, los MAESTROS, los fontaneros, en definitiva, los adultos. ¿Les estamos aportando lo que de verdad necesitan para ser mujeres y hombres plenos? Nunca lo sabremos…hasta que pase el tiempo.

Ayer hablábamos en este blog de la importancia de preservar la diferencia que nos hace únicos. Únicas a las mujeres frente a los hombres, únicos a los hombres frente a las mujeres. En este blog hablo constantemente de la importancia de criar desde el amor desde el minuto cero del nacimiento porque estoy profundamente convencida de que el camino es ése. Los cimientos del edificio, si son fuertes, hacen mucho por evitar la caída en un terremoto. Tenemos una clase política que olvida lo esencial: el futuro. Y el futuro son, en cualquier sociedad, los niños. Quizás sea por eso, porque hacia los setenta se van sabiendo muy bien las pocas pero grandes verdades de la vida, quizás sea por ello que tan bien funcione el binomio niño-abuelo. Quizás en ambas edades, infancia y vejez, se separe con meridiana claridad el grano de la paja. Quizás en esas etapas la vida sea mucho más feliz y más divertida. O no. Quizás.

Lo importante que aportó Galeano a la humanidad fue su sentido honesto y pacífico de vivir la vida. Su mirada hacia los menos favorecidos y, sobre todo, una magnífica manera de relatar aquello que veía. Lo de menos era su tendencia política. Seguramente ninguno de nosotros coincidiría en ideas políticas con Quevedo. Lo que no quita que admiremos su obra. Galeano fue un humanista, un pensador y eso no nos sobra. Por eso se siente mucho la marcha de personas como él.

Eduardo Galeano, que tengas un largo y maravilloso viaje allá donde te hayas ido.

Habrá mucha gente que te seguirá leyendo…y escuchando. “No vale la pena vivir para ganar, vale la pena vivir para seguir tu conciencia”

Por supuesto, después de escribir esto no se me puede olvidar el famoso poema de Jaime Gil de Biedma

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

 

 

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