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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

Quitarles la magia y la ilusión a los niños porque hay que decirles la verdad. La última moda

Gema Lendoiro el

Todos queremos hacer las cosas mejores por año nuevo. Entre esas cosas está la de tomarse las cosas con más calma. Pero hay cosas que son tan llamativamente  absurdas que da miedo pensar que la gente las pueda decir en serio. En el anterior post hablaba de los modernos en navidad y su afán por querer parecer siempre lo más apegados a las costumbres que se pueda. En realidad cada uno puede ser como quiera si eso no atañe al resto de la sociedad. Pero cuando hablamos de niños, la cosa cambia. Y mucho.

En los foros que se establecen en las redes sociales estos días he asistido atónita y no una, ni dos ni tres veces, a un debate que confieso me ha dejado más que K.O. He leído en varias lugares a madres hacer una encendida defensa porque no se les debe mentir a los niños ergo hay que decirles que los Reyes Magos son los padres desde el comienzo. 

Voy a ir por partes porque la cosa tiene mucha más enjundia de la que parece:

En primer lugar todas las personas que he leído, al menos en mi caso y que defienden esta verdad no son creyentes. O por lo menos no son creyentes de la religión cristiana lo que hace que para ellos el sentido de la navidad sea poco más o menos que algo consumista de lo que ellos, obviamente, se escapan como ratas. Ojo, pero no porque detesten el consumismo, si no porque detestan que el consumismo sea marcado por una creencia religiosa que probablemente detestan. Si odiaran el consumismo jamás comprarían nada que fuese ocioso y me temo que no es el caso. Lo hacen. Sí, lo hacen. Por lo tanto ya hay ahí una incoherencia que no alcanzo a entender.

Luego están los que que siendo ateos sí celebran la navidad que esto tiene bastante sentido en una sociedad como la española de profundas raíces y tradiciones religiosas. Estos suelen aceptar los Reyes Magos y aceptar la magia de los mismos como parte del proceso de la infancia. Reconocen que lo hacen por sus niños y le otorgan un carácter, digamos laico, a la navidad (esto es un contrasentido pero vamos a aceptar pulpo como animal de compañía) Digamos que su postura me parece bastante normal teniendo en cuenta que es bastante difícil abstraer a unos niños del hecho de los regalos de navidad. Si viviésemos en Dubai o Teherán la cosa se antojaría menos complicado. Pero aquí, no.

Volviendo a los del primer párrafo. Su pensamiento pasa un poco por algo así como “no soy creyente y, además, detesto profundamente toda esta parafernalia consumista, ordenada por los curas en consonancia con El Corte Inglés e Inditex (lo sé, la imaginación no tiene límites) y basándome en unas teorías de psicólogo guay que a sus hijos jamás les miente, voy y les casco la verdad con una tierna edad de 5 años“. Es más, he leído que una madre se lo ha confesado a su hija de 5 porque llevaba años preguntándose si serían o no serían los padres. ¿Años? ¿Estaba gateando y a la vez se preguntaba esas cosas? ¡Pero qué prodigio de la naturaleza! ¿Y no descubrió, de paso, la teoría del big bang?

Una de las cosas que más caracteriza a la infancia es la mezcla de la magia con la realidad. A Doña Tecla le cuento que estamos rodeadas de hadas que hacen todo lo que nos rodea. Las del sol levantan al astro rey y lo suben al cielo, las de la luna hacen lo propio. Está el hada de la sonrisa que devuelve la risa a quienes la pierden, la de las estrellas que dejan estrellitas en las almohadas de los niños y que sólo las ven quienes tienen imaginación. Están las hadas de los bosques que cuidan a los animales…hay hadas de todo tipo. Obviamente todo esto que le cuento es mentira. ¿Y qué? Es que tiene 4 años, no 16. 

Pero volviendo al tema de los Reyes Magos. No me cabe en la cabeza semejante crueldad. Sí, es una crueldad de tomo y lomo. “Es un acto de amor”, decía ayer una. ¿Amor? Los niños, especialmente en la etapa que transcurre de los 4 a los 9 o 10 años, viven en comunidad, establecen unas relaciones de amistad que son tremendamente importantes. Y viviendo en una sociedad como la española, de fuertes raíces cristianas, lo quieran ver o no, se hace prácticamente imposible sustraerse a esa realidad. Por lo tanto evitarles esa magia porque ellos no creen o porque consideran que es producto del consumismo, me parece una manera ¡tan retorcida de rizar el rizo! Es una fórmula tan ridículamente absurda de querer ser el más moderno, el más guay, el más “yo no me atengo a ninguna convención social y soy lo más avanzado que ha parido madre” que suena hasta insultante porque, insisto, hablamos de una parte de la vida que no vuelve jamás. Bueno, sí vuelve, cuando proyectamos en nuestros hijos los recuerdos de nuestra infancia.

 ¿Qué sería de los niños sin el mundo mágico de las crónicas de Narnia? ¿O acaso Narnia sí mola porque no hay rastro de Dios y su “terrorífica” iglesia? ¿Y qué hacemos con los cuentos de Michael Ende y su historia interminable? ¿Acaso no es maravilloso pensar que detrás de un gran libro se encuentra un mundo repleto de fantasía? El propio autor defendía que la novela expresa el deseo de encontrar la realidad que nos rodea a través de recorrer el camino inverso, es decir, la parte interna de cada uno que reside en su imaginación. Y si vamos hacia atrás en el tiempo, ¿qué es la Divina Comedia de Dante más que una fantasía? ¿Y de los poemas de Gloria Fuertes? ¿Nos cargamos la ilusión de los niños diciéndoles que todo lo que ella recita es mentira? ¿Qué son los cuadros de Dalí más que la plasmación de lo onírico que está tan limítrofe con la imaginación?

Yo me emocioné con mis hijas viendo a los reyes el otro día en una cabalgata. Sus caras de ilusión poniendo los platos debajo del árbol para que repusieran fuerzas a base de colacao y galletas (de sus preferidas, ojo) La historia que Doña Tecla se inventó por la mañana diciendo que se había levantado para hablar con Baltasar y la seriedad con la que nos lo contaba…¿en serio eso no es increíblemente fascinante? Y porque no tenemos nada que imite las huellas de los camellos que, de tenerlo, las hubiéramos hecho en el jardín de la casa para hacer muchísimo más creíble la historia.

La sinceridad está sobrevalorada. Uno no contesta a la pregunta del vecino en el ascensor ante un ¿qué tal estás? Con un: “pues ando jodida porque tengo las almorranas hinchadísimas otra vez por los excesos de la navidad” Para vivir en sociedad es preciso decir algunas medias verdades. No se trata de mentir, se trata de no decir todo lo que uno piensa. Con los niños es muy parecido. Cada etapa en la vida tiene sus cosas. Desde luego no soy partidaria de decirle a mis hijas que las trajo la cigüeña pero no creo que con 4 y 2 años estén preparadas todavía para que les narre con detalle cómo se hace un coito. Sí más adelante. Y no se trata de prejuicios, quién me conoce sabe que no soy así, se trata de no adelantar cosas cuando no tocan.

Luego otra cosa que me ha dejado bastante alucinada es dar por hecho que los niños que hacen esas preguntas es porque son muy listos y muy despiertos. ¡Vaya por Dios, entonces la mía debe de ser mema perdida porque su imaginación no conoce límites y ella asegura que los animales le hablan.Y, oiga, ¡yo me lo creo! Ahora que lo pienso no soportaría tener a la típica niña redicha que todo lo sabe con 5 años. ¡Qué pereza por Dios!

No soy experta en psicología pero algo me dice ( y ese algo es el sentido común) que los niños que son capaces de vivir en un mundo de imaginación (¿acaso hacer hablar a un animal o a un muñeco de playmobil no es tener imaginación?) son niños que están desarrollando su cerebro de una manera óptima, adecuada pero, sobre todo, que están teniendo una infancia como debe ser. Adecuada a sus cerebros y circunstancias.

Lo dicho, el megamodernismo puede campar a sus anchas pero cuando se encuentra con niños de por medio, entonces la cosa cambia y se convierte en una crueldad que no entiendo. Tener 5 años y saber que los Reyes Magos son tus padres porque ellos mismos te lo han contado me parece de una crueldad impresionante. Por mucho que lo disfracen de teorías psicológicas para no dormir.

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