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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

La mano que mece la cuna

Gema Lendoiro el

Es un hecho evidente, al menos para mí, que la maternidad ha supuesto poner mi mundo patas arriba. Ser madre me ha hecho repasar muchas cosas que creía muy firmes y que, sin embargo, no lo eran tanto. Me ha hecho mirar la vida con otros ojos y, sinceramente, creo que me han hecho mejor. Mejor en el sentido de la generosidad, mejor en el sentido de aprender a reposar las cosas y mejor en el sentido de saber cuáles son las cosas que ahora verdaderamente me hacen feliz.

Es un proceso que no para. Estoy segura de que cuando cumpla los cincuenta veré que todavía sé mucho más. Ése es el objetivo. Cada día aprender un poco más. Creí durante mucho tiempo que realizarse con la maternidad era propio de mujeres débiles que se pasan el día haciendo purés, cup cakes y cosiendo bonitas cortinas. Creí, erróneamente, que ser madre era lo mismo que ser ama de casa. Hoy sé que me he realizado como madre y sigo sin saber poner la lavadora de mi casa. No son cosas incompatibles.

Abrir los ojos con la intención de ver en lugar de mirar, prestar atención con el propósito de escuchar en lugar de oír, son tareas que una mujer con déficit de atención como el mío, asume como titánica. Pero no sólo lo he he logrado si no que los resultados son bastante satisfactorios. No me importa pasarme tardes enteras leyendo blogs de mujeres que hablan de la maternidad en lugar de leer columnas de opinión política. Esto último me aburre, no me interesa en este momento de mi vida. Pero sí me conmueven porque me mueven por dentro escritos como este de Olga Carmona de Psicología Ceibe. O este de Ileana Medina Hernández. O cualquier de los que escribe desde Chile Leslie Power. Les recomiendo de corazón que lean a estas mujeres cuando sepan que van a poder disfrutar del silencio. Quizás puedo parecer (por declarar esto) una inconsciente con el mundo en el que vivo. Pero sólo quizás. Y lo digo sin pudor porque en este momento de mi existencia para mí las cosas que verdaderamente importan son aquellas que tienen que ver con el origen de todas las cosas. Y ésas son, ni más ni menos, que todo lo que tenga que ver con la crianza, con cómo los padres establecemos vínculos con los hijos (o no) y las consecuencias que esto traerá en el futuro. Cualquier ser humano que usted imagine en este preciso instante, por muy importante que sea a nivel político, literario, social…ha tenido un nacimiento, ha sido amamantado o no, ha sentido los brazos de una madre amorosa o no, ha sido educado en el amor o no, ha sido besado o maltratado, ha tenido padres o la ausencia de ellos. Pero todos los seres humanos, sin excepción, hemos vivido una infancia que ha marcado lo que después ha venido. Unos han terminado sus vidas sin ser conscientes de las heridas que tuvieron si las hubo. Otros, han tenido la suerte de saber que es posible mirar hacia dentro y, si hay algo herido, poder curarlo. O, al menos, intentarlo.

Conocí a Olga Carmona hace justo un año. Y acudí a su consulta porque sí, porque yo creo que es muy necesario mirar hacia tus zonas oscuras al menos una vez en la vida. No contaré cuáles son las cosas que me han hecho llorar porque pertenecen a mi intimidad y en eso tengo mucho pudor. Pero sí diré que la vida se abre de una manera increíble cuando entiendes que una maternidad es capaz de expandir tu cuerpo de una manera tan profunda que a veces tienes la sensación de que debes agacharte para recoger todo lo que se está cayendo. Duele pero cura. Lloras mucho pero es necesario.

Leyendo el escrito de Olga,  La maternidad que nos cura, veo el amor y la sensatez que sólo las mujeres que merecen de verdad la pena pueden sentir, pensar o escribir. Memorizo esas palabras, así como las de Ileana y otras, para sentir que no estoy tan sola, que muchas de las cosas que escojo en esta nueva etapa vital, que es la de ser madre desde una perspectiva muy consciente, no son una locura propia que una mujer inmadura y loca como tantos años he sido. Me miro al espejo y asoman ya arrugas y canas pero también asoma una incipiente sabiduría que antes no tenía ni visos de aparecer. Y me siento cálidamente acogida en un simple rato en la cama por la mañana mientras leo cosas que realmente me importan. Y me doy cuenta de que la maternidad no es, ni de lejos, discutir sobre la teta o el biberón, ni saber de memoria cuándo se introduce el puré de verdura. Ni siquiera es saberte muchas canciones. Ni tener una agenda estricta de actividades extraescolares, ni siquiera ser la mamá más activa del cole. Es algo muchísimo más profundo y valioso y es ser capaz de mirar a tus hijos y expresarles con amor y verdad que ellos están en este mundo porque tú los buscaste. O no los buscaste pero sí lo aceptaste y que vas a ser su sustento emocional para siempre. Que pase lo que pase, ese vínculo no se irá nunca y que, aunque dolorosamente algún día llegue la separación definitiva, seguirás presente en sus vidas porque dejaste la huella. Preferiblemente la buena. 

No sé si todas las mujeres pasan por esto alguna vez en sus vidas. No sé si son o no conscientes o, si son conscientes, son capaces de expresarlo. Pero sí sé que es una de las experiencias más revolucionarias a nivel interno que un ser humano puede vivir. Yo supe cuando vi a mi hija mayor por primera vez que se abría un bosque delante de mí. Y vi con suma claridad que ese bosque era muy profundo y con pocos claros. Pero ella me dio la fuerza para ir haciendo caminos y despejando oscuridades. Con la segunda maternidad todo se puso patas arriba definitivamente. Y ahí tuve que remangarme la camisa y ponerme manos a la obra para trabajar lo que se venía gestando, muy probablemente, desde que estaba en el útero de mi madre. Y empecé a entender muchas cosas. Y en ese entendimiento, créanme si les digo que hubo muchas lágrimas, mucha rabia que salió y después, mucha paz. Pero sobre todo pude entender, por ejemplo, algo tan (en principio) insignificante como es la imperiosa necesidad de dormir con mis hijas. Algo que ni mucha entiende ni me molesto tampoco en explicar. Son cosas que pueden parecer chorradas o sin importancia pero que encierran muchas cosas buenas de este recorrido.

No sé ni siquiera por qué he escrito esto. Venía rumiándolo desde hacía días pero no me salía. Es más, creo ser incapaz de contar esto de viva voz. Lo mío es escribirlo. Gracias a todas estas mujeres valientes que se atreven a decir sin pudor que lo que nos estaba siguiendo de guía no sirve. Que muchas cosas deben cambiar en la maternidad si de verdad queremos que el mundo cambie. Recuerden, los políticos también fueron mecidos un día por una mano. Adivinen quién es verdaderamente la mano que mece la cuna en el mundo. Y cuando lo sepan, fijen su mirada en ella. Y procuren que ésta sea, de verdad, cálida y amorosa.

Me despido con este escrito de Olga Carmona. Piénselo clara y detenidamente.

 

Ama a tus hijos y házselo saber,

con la palabra, con el cuerpo y con los hechos. 

Amálos como un mantra,

como una oración, como una urgencia, como una prioridad,

Si no lo hicieras, los estarías condenando al peor de los destinos. 

A buscar obsesiva y erróneamente llenar un hueco, 

un vacío innombrable, una falta de sentido a su vida.

No importa lo exitosos que puedan llegar a ser en lo profesional

o en la apariencia de lo personal:

Serán infelices.

Los habremos condenado a no poder amar y a no ser amados.

El vacío que deja en el alma la falta de amor, 

es una herida primaria que nadie podrá curar ni compensar.

 

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