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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

Yo tuve un hermano autista

Gema Lendoiro el

Fui la hija mayor. Deseada. Estas cosas importan mucho a la hora de crecer. Vaya sí importan. Cuando yo tenía dos años y medio nació Pablo, mi hermano. También igualmente deseado. Cuando Pablo tenía catorce meses la abuela sentenció:

-Este niño tiene algo, no es normal.

Y acertó.

Comenzó entonces una larga travesía por el desierto porque en el año 77 la medicina no era como hoy. Los médicos hablaban, se miraban entre sí, hacían pruebas, remitieron a mis padres al Hospital Ramón y Cajal (entonces vivíamos en La Coruña) Allí hicieron más pruebas. No escuchaba pero tampoco era sordo. Atendía al cariño pero se asustaba con la gente extraña. Iba a su su bola y, además, era obsesivo.

Enseguida llegó el diagnóstico: Autismo.

Y entonces entendimos que nuestra vida nunca iba a ser igual. Pero no nos pusimos tristes. Bueno, un poco sí.

Mi infancia está llena de recuerdos con Pablo. Le gustaba jugar conmigo. Al principio sin hablar porque hasta los seis años no dijo esta boca es mía. Miento, a veces se pegaba las manos y decía: “No coques” Pero sin hablar se hacía entender. Si estábamos jugando y yo me levantaba él lo hacía como un resorte para seguirme. Si le tocaba algo suyo se pillaba un cabreo descomunal.

Él tenía su habitación pero muchas noches se colaba en mi cama. Yo creo que tenía miedo. Digo creo porque no hablaba.

Pronto comenzó una larga etapa de clases especiales. Y Pablo comenzó a hablar. A relacionarse pero sólo un poco. Los progresos fueron lo suficientemente grandes como para que con seis años lo admitieran en un colegio normal. De niños normales. Y no fue fácil, obtuvo diez negativas. Entró en primero de infantil. Con seis años. Y a mediados de curso la directora decidió que podía pasar al siguiente curso. En ese colegio se volcaron con él. Sabían que era especial y lo admitieron como algo positivo. Empezó a dar clases de guitarra y de ajedrez. Y entonces descubrimos que teníamos un genio en casa. Tanto que llegó a ser el campeón de Galicia en su categoría.

Recuerdo lo que me daba la brasa para que jugara con él al ajedrez. Yo me dejaba perder en el primer ataque porque, como ya sabía el resultado final y no me apetecía estar dos horas sentada, me provocaba el jaque mate a los dos minutos. Y él se pillaba unos rebotes tremendos. Muchas tardes nos poníamos a jugar con los clicks de famóbil y me mandaba hacer la comida (la madre que lo trajo) Algunos fines de semana se venía a dormir nuestro primo Nacho y se lo pasaban en grande (¡cómo se querían!)

Fueron unos años muy felices. Pero de pronto, un 25 de junio, cuando él tenía 11 años se fue al cielo. Así, de forma inesperada en un accidente (en una piscina) No estábamos con él, estaba en un campamento del colegio. Nos sumimos en una profunda tristeza. Siempre habíamos sabido que teníamos un ángel en casa pero no de esas características. La vida ya nunca más volvió a ser como antes.

Yo me quedé sin hermanos. No tengo más. Mi madre se quedó sin un hijo. Mi padre, también.

Hoy es el día internacional del autismo y quería aportar mi grano de arena a fomentar que esta forma de vida existe y hay que darle visibilidad. No sé cómo son los demás autistas. Yo sólo sé que mi hermano era maravilloso. Ya no estoy enfadada. Ya he entendido que las cosas suceden por algo y este no era su lugar ni su momento. Aunque eso no impide que no lo eche terriblemente de menos.

Mi recuerdo y mi amor inmenso a mi hermano Pablo. Nos veremos algún día en el cielo (eso espero) Mi afecto a todas las familias con algún miembro autista. Mi apoyo a que se siga investigando esta “manera de ser”

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