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La ruta es despiadada y cruel

Tchan Zan Bi (Costa de Marfil)

La ruta es despiadada y cruel
Ignacio Gil el

Cuando Tchan fue padre, tomó una decisión. “Perdonar no puedo. Pero tengo que seguir viviendo por el bien de mi hija y por mío también. En España me he sentido bien acogido y, sobre todo, seguro. He vuelto a confiar, y por eso ahora ya puedo contar mi historia. Los recuerdos me duelen. Hubo un tiempo que no era capaz de hablar de esto”.

Tchan Zan Bi recuerda con todo detalle la última conversación telefónica con su padre. Costa de Marfil, tras años de convulsa guerra civil, estaba dividido de facto entre norte y sur. La presencia de milicias y grupos paramilitares que nunca llegaron a desarmarse propició que en 2011 estallase el conflicto de nuevo.  “Dos días antes un grupo rebelde había matado a mi hermano. Nos dijeron que había sido un accidente, una bala perdida. Mi padre me alertó que tenía el presentimiento de que su vida también corría peligro. Me dijo esa noche qué si a la mañana siguiente no me llamaba, que corriera, que huyera. Que significaría que a él también le habían asesinado y que yo sería el próximo”.

Su padre era un hombre bueno, pero su pecado era ser familia del anterior presidente. “En África no se puede ser neutral. Siempre tienes que ser de un bando, aunque no te importe la política, la gente te etiqueta. Por eso sabía que a mi padre le iban a acosar, pero nunca pensé que llegarían tan lejos, que le fueran a asesinar”.  El certificado de defunción decía que la causa fue muerte natural. “¿Muerte natural… por bala? ¡Eso no existe!”

Escondido en el maletero de un coche salió rumbo a Ghana, lo que normalmente era un día de viaje, se convirtió en tres. Así es la clandestinidad.  Salió con todo el dinero en efectivo que pudo juntar, sin documentación y usando un nombre falso. Su apellido era una sentencia de muerte. Su huida serpenteó por seis países: Ghana, Burkina Faso, Malí, Níger y Mauritania, hasta, por fin, llegar a Marruecos. Fueron más de cuatro años de incertidumbre, dolor y miedo.

“Es trata de personas, en el camino hay toda una estructura montada. Se tarda años en recorrerlo porque interesa que te quedes tiempo en los países del camino. Somos mano de obra barata y víctimas de secuestros y extorsiones. No se hacen amigos, porque hay intereses opuestos. Es una competencia, o te salvas tu o me salvo yo. Aunque está lleno de gente, reina la soledad. Los mafiosos no tienen alma. Por eso, en la ruta es mejor hablar poco y no contarle tus problemas a nadie”, explica Tchan. “Hay muchos tramos que se hacen a pie y muchos de noche. En el interminable desierto desde Malí hasta Marruecos se encuentra el mayor cementerio de la ruta. Yo logré cruzarlo, tuve suerte”.

Creyó que su viaje terminaría en Marruecos donde podría esperar hasta poder regresar a su país cuando ya hubiera más seguridad. Era el momento de solicitar documentación de nuevo, de caminar hacia una cierta normalidad. Al decir su nombre, la funcionaria que le registraba le alertó: “Aquí no estás seguro tampoco. Hermano, ¿qué vas a hacer con este papel? Créeme. Márchate de aquí”. Había puesto kilómetros y años de por medio, pero no era suficiente. No había retorno entonces, tenía que cruzar el mar y solicitar asilo en Europa.

El tramo final le llevó hasta Tenerife, de polizón en un barco pesquero. “El barco estaba fondeado lejos y a oscuras. Íbamos cinco agarrados precariamente a un flotador, sin chalecos, muertos de frio y de miedo. Yo no sé nadar, pero no tenía elección. Tenía hambre, ya no tenía dinero, era mi último cartucho, porque si no tienes dinero en el camino estás perdido. No sé describir que sensación tenía, pero era más allá del pánico. Al subir a bordo, recuerdo la sensación increíble de alivio. Fue un tramo corto pero durísimo”. Era diciembre del 2016. En España recibió el apoyo de Cruz Roja y unos meses más tarde le trasladaron a Madrid donde solicitó protección internacional. Ahora sigue luchando por ser feliz y emprender nuevos proyectos entre los que está contar su historia en un libro. “He comprendido que tengo que enfrentarme a mis miedos y mis recuerdos. Solo así voy a encontrar la paz interior”.

Rocío Gayarre

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