Me habría gustado estar en la gran manifestación en defensa de la tauromaquia. Y no sólo por mi afición taurina, por mi pasión por una expresión artística y cultural que debemos preservar los españoles. También, por esta reivindicación valiente de la libertad que ha estallado en la afición taurina de nuestro país.
En el debate sobre la Fiesta nos jugamos muchas cosas, las primeras, relacionadas con la propia supervivencia de este gran bien cultural, con el peso económico del sector y con el futuro del propio toro bravo. Pero, además, en este debate nos jugamos también la libertad frente a las imposiciones de una extrema izquierda y de un nacionalismo que por motivos ideológicos a veces diferentes y a veces coincidentes quieren reprimir y prohibir la tauromaquia.
Lo inquietante es que esas minorías radicales han conseguido en los últimos años extender su capacidad de coerción mucho más allá de sus propias filas. Ecologistas radicales y mal informados y nacionalistas anti-españoles habían logrado que el amor a la tauromaquia pareciera una incorrección política.
La manifestación de Valencia ha demostrado que el tiempo de la resignación acabó y que cualquier ataque a la libertad será respondido con contundencia a partir de ahora. En la calle y en los tribunales. Y viviendo la emoción y el arte, en las plazas de toros (abajo, en Illescas, unas horas antes de la manifestación de Valencia, viendo a tres grandes, Enrique Ponce, Cayetano Rivera y Alberto López Simón)
