Algunos decían que el fichaje del general Rodríguez por Podemos ayudaría a acercar el Ejército a los ciudadanos de extrema izquierda. Algo que podría ser posible si el general en cuestión creyera en el Ejército y se integrara en Podemos para defenderlo. Pero resulta que el general no cree en el Ejército, impresionante, pero lo ha vuelto a ratificar, ni está para fortalecerlo sino para desmontarlo, y por eso precisamente se integró en Podemos.
Sus últimas declaraciones, la de ayer, son extraordinarias. Ahora se define como “pacifista y antimilitarista”, algo así como un policía contrario a las armas y al uso de la fuerza o un juez opuesto a los castigos legales y a la cárcel. Imaginemos que el policía de nuestro hipotético ejemplo fuera responsable de todos los cuerpos policiales, y el juez, presidente del Supremo, por ejemplo, y tendremos la estampa del disparate. Un disparate de tal envergadura que lleva a pensar en algún traumático cambio personal en el general pues cuesta creer que esas fueran sus ideas cuando fue nombrado JEMAD y que nadie se hubiera enterado.
Pacifista es el que se niega a utilizar la fuerza y antimilitarista quien cuestiona el papel del Ejército, el que desconfía tanto de los valores como de los objetivos de los militares y considera que o bien deben desaparecer o tener un papel completamente residual. La extrema izquierda, IU y Podemos, dicen defender ambas ideas, pacifismo y antimilitarismo, pero, por supuesto, sólo lo hacen en aplicación a los ejércitos de determinados países, el nuestro entre ellos, pero no cuando se refieren a los ejércitos de las dictaduras comunistas o al ejército del régimen chavista.
Es decir, que podrían enviar al general Rodríguez de embajador a Cuba o a Venezuela. Pero no, quieren nombrarle ministro de Defensa y estarán en posición de hacerlo si la suma con el PSOE supera la cifra de diciembre. La culminación del disparate es perfectamente posible.
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