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Blogs Cosas del cerebro por Pilar Quijada

El cerebro enamorado

Las moléculas implicadas en el enamoramiento son las mismas que en cualquier adicción

El cerebro enamorado
Pilar Quijada el

Ansiedad, obsesión, distorsión de la realidad, pérdida del autocontrol, dependencia emocional y física son algunos de los síntomas de una “adicción” que nos ha afectado o nos afectará a todos a lo largo de nuestra vida. Una adicción imposible de prevenir y contra la que no sirven de nada las advertencias, porque todos suspiramos por tenerla y la añoramos si nos falta. Se trata, como algunos ya habrán adivinado, del amor, que opera a través del sistema de recompensa del cerebro, el mismo que activan las drogas.

El flechazo: no hago otra cosa que pensar en ti…

Lo canta Serrat, y casi todos hemos tenido esa experiencia. La responsable de que no hagamos otra cosa que pensar en la persona amada es la serotonina, un neurotransmisor que cuando nos enamoramos cae en picado y nos vuelve obsesivos. Niveles bajos de serotonina se dan también en el trastorno obsesivo compulsivo, la depresión y la ansiedad. Por eso algunos expertos piensan que el enamoramiento es una forma transitoria de comportamiento obsesivo. Afortunadamente, esta obsesión tiene fecha de caducidad. Al parecer decae a los 12-18 meses.

Esta primera etapa, caracterizada por la euforia, excitación, estrés, insomnio, además del pensamiento en la persona amada, está marcada por los altibajos anímicos y la incertidumbre: en ella nos dedicamos a deshojar la margarita: me quiere, no me quiere

Otros dos neuropéptidos entran en juego: la oxitocina, que se libera con las caricias y durante el orgasmo, y la vasopresina, que se relaciona con la preferencia por una pareja concreta. Ambos inducen la liberación de dopamina, haciendo del amor una experiencia placentera. La oxitocina, además, se conoce como la molécula de la confianza, y facilita el acercamiento a la otra persona. Contribuye también a que tengamos la sensación de conocerla de toda la vida, aunque hasta ese momento fuera desconocida.

La dopamina, por su parte, es la responsable de que durante esta fase sólo tengamos ojos para nuestra pareja. Su liberación en el núcleo accumbens, una estructura que forma parte del sistema de recompensa del cerebro, estrecha los lazos entre la pareja y limita el interés por otras personas.

Los niveles de cortisol, la hormona del estrés, también están elevados por la incertidumbre. El estrés, a su vez, eleva los niveles de vasopresina y aumenta la probabilidad de que surja un enamoramiento. Hay quien sostiene, que para conquistar a alguien, las actividades que suponen un mayor nivel de estrés, son más efectivas que una cena romántica.

Te quiero y eres el centro de mi corazón

Lo que proclamaba José Luis Perales, podría verificarse con un análisis de sangre. Se ha comprobado que los niveles sanguíneos del factor de crecimiento nervioso (NGF) aumentan en las personas que están enamoradas. Es más, se correlacionan con la fuerza de los sentimientos de amor romántico medidos con la escala del amor pasional.

El amor pasional

La primera fase casi agotadora de enamoramiento, caracterizada por la agitación y la incertidumbre sobre el futuro de la relación, afortunadamente no suele durar más de seis meses. Si todo va bien, da paso a otra más tranquila, en la que se ha logrado conquistar a la persona amada. Es la fase del amor pasional. Los niveles de serotonina y dopamina alterados en la fase anterior vuelven a la normalidad. También los de NGF. La oxitocina y la vasopresina toman el mando. La pasión es alta esta fase. La intimidad y el compromiso van aumentando a medida que avanza la relación.

Amor compañero, amor eterno.

Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo y en la calle codo a codo, somos mucho más que dos. Esta vez es Benedetti quien lo escribe y suena tan bien que le han puesto música. La antropóloga Helen Fisher sostiene que hay un punto de inflexión en el amor, que tiene lugar entre los cuatro y los siete años, con alta probabilidad de ruptura entre las relaciones. De una relación pasional se pasa a otra más duradera, en la que priman la intimidad y el compromiso. Se trataría, según el psicólogo estadounidense Robert Sternberg y su teoría triangular del amor (intimidad, pasión y compromiso), del amor compañero, que tan bien describe Benedetti.

Un cambio en la química cerebral se relaciona con esta transición, que no todo el mundo sabe hacer adecuadamente, si nos atenemos al dato de que casi el 50% de los matrimonios acaban en divorcio. En este momento crucial, saber pasar del amor pasional al amor compañero, mucho más basado en afinidades, es todo un arte. Si no hay aficiones o intereses comunes, acabada la pasión, es difícil que la relación siga adelante. Superado este punto de inflexión, la dopamina de la etapa pasional, queda ahora en segundo plano y la relación se vuelve más tranquila y confiada.

Pero incluso en esta fase, la neuroquímica sigue siendo protagonista. Entran en juego otras moléculas, como la oxitocina, que además de facilitar el parto y la lactancia, juega un papel fundamental en el establecimiento de lazos afectivos en la pareja. Y nuestro cerebro la produce en las situaciones íntimas para mantener la llama que encendió la dopamina.

La fuente del amor

“Nació como un lamento en el rincón que el hombre destina al sentimiento, y rompiendo toda previsión, se hizo grande como el universo en expansión…” Así describe el amor Nacho Cano en La fuente del amor. En el cerebro está fuente se encuentra en el sistema de recompensa, que activan también drogas como la cocaína o los opiáceos. De ahí que se pueda encontrar un paralelismo entre la adicción y el amor, ya que este último provoca los tres síntomas clásicos de toda adicción: tolerancia, abstinencia y recaída.

Una forma nada romántica de explicar las ansias crecientes de ver a la persona amada y pasar cada vez más tiempo con ella que caracterizan al inicio de una relación amorosa -necesidad de aumentar la dosis, o tolerancia-; la irritabilidad, insomnio y pérdida de apetito cuando se produce una ruptura -síndrome de abstinencia-, y la tentación provocar encuentros “casuales” o frecuentar los lugares comunes -recaída-.

Y es que, según algunos expertos, podría decirse que somos adictos al amor porque las moléculas implicadas en el enamoramiento son las mismas que en cualquier otra adicción. Algunos aseguran incluso, que tras una ruptura nuestro pesar no es tanto por la persona que ya no está sino por las sustancias que dejan de producirse en nuestro cerebro cuando se marcha. Nosotros lo vivimos como la pérdida de la persona amada, pero la tristeza, depresión o irritabilidad que nos aquejan son producto de las moléculas que dejan de producirse. Una visión tal vez un tanto reduccionista.

De especial importancia dentro del sistema de recompensa del cerebro es el núcleo accumbens, donde la liberación de dopamina podría favorecer el comportamiento monógamo. Tanto el sistema de recompensa como otras estructuras cerebrales a las que inerva tienen una alta densidad de receptores de vasopresina y oxitocina, que modulan la acción de la dopamina.

Al tiempo que el sistema de recompensa se activa, otras zonas del cerebro disminuyen su actividad, como la amígdala, relacionada con el miedo y la agresividad, y la corteza prefrontal, donde se llevan a cabo los juicios y se evalúan los sentimientos de los demás Así durante el enamoramiento, cuando la dopamina está elevada, nos volvemos menos críticos hacia nuestra pareja, haciendo cierta la frase de que el amor es ciego.

¿En tu casa o en la mía?

Al parecer, el amor romántico ha evolucionado a partir del amor materno-filial. Pero a diferencia de éste, en el amor romántico se activa el hipotálamo, responsable de la activación sexual. Y es esa estructura la que parece mandar cuando se llega a la fase “en tu casa o en la mía”. Amor y deseo sexual activan dos estructuras: la ínsula, una zona de la corteza plegada entre el lóbulo temporal y lóbulo frontal, y el núcleo estriado, que forma parte del sistema recompensa y se localiza cerca de la ínsula.

El núcleo estriado está implicado en la formación de hábitos, por lo que el neurocientífico Jim Pfaus considera que el amor realmente es un hábito que se forma con el deseo sexual y que recompensa a ese deseo.

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