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La electricidad y las pirámides: ¿Usaron los egipcios bombillas para construir sus templos?

La electricidad y las pirámides: ¿Usaron los egipcios bombillas para construir sus templos?
Templo Hathor de Dendera con la supuesta bombilla
Muñoz Gómez Fernando el

Los egipcios siguen siendo un verdadero misterio. El desarrollo que tuvieron en la antigüedad en disciplinas como la medicina o la agricultura es todavía hoy objeto de asombro. Sus técnicas, muchas veces olvidadas con el paso de los siglos, permitió a sus ciudades convertirse en la vanguardia de la época. Sin embargo hoy se siguen generando intensos debates sobre los métodos de construcción de sus pirámides. Un hecho –demostrable, empírico, real al fin y al cabo– sobre el que todavía se desarrollan muchas teorías que a veces rozan lo absurdo. Más allá de la genérica «las pirámides las construyeron los extraterrestres», existen otras menos conocidas pero igual de curiosas. Una de ellas es esa que dice que los antiguos egipcios conocían la electricidad. Y sí, ponemos «Antiguo Egipto» de manera genérica, ya que los que aseveran que las bombillas brillaban a orillas del Nilo no concretan fechas dentro de los 3000 años que duró ese periodo.

Analicemos lo que dicen los defensores del uso de bombillas en la construcción de monumentos. Navegando por algunos de los lugares que defienden esta teoría encontramos un patrón: el principal pilar sobre el que se apoyan es una pregunta ¿Cómo pudieron trabajar en el interior de las pirámides a oscuras? Es decir: cómo hicieron esas obras de arte bajo toneladas de piedra si no tenían formas de iluminación. El lector más escéptico habrá encontrado rápidamente la solución: antorchas, velas, etc… Bien, pero la lógica a veces escapa de lo conspiranoico. Así, los defensores de esta teoría la desmontan arguyendo que no hay restos de hollín, humo o demás muestras de que alguna vez hubo fuego dentro. La solución a este misterio podría ser sencilla: lo último que pintaban era el techo, ocultando los restos. Además, eso de que no hay marcas de humo es poco demostrable, porque otros investigadores hablan textualmente de «grandes cantidades de hollín».

Pero saliendo de las elucubraciones vayamos a los datos. En numerosos trabajos se apunta a lo detallistas que eran los capataces a la hora de llevar las cuentas del material y «obreros» que empleaban en las construcciones de las pirámides entre el 2700 a.C y el 2500 a.C. Se han hallado papiros donde se refleja al detalle el número de lámparas y demás elementos que usaban los trabajadores. El libro «Un viaje iniciático por los templos sagrados del antiguo egipto», de Nacho Ares, define estas lámparas como «objetos preciosos» para los egipcios. Objetos de cuyo uso dejaron constancia.

En este sentido, haciendo evidente el uso de antorchas, cabe preguntarse qué tipo utilizaban para no acabar «ahumados».  El secreto estaría en el fuego. Mejor dicho, en cómo lo preparaban. Al fin y al cabo no es echar algo inflamable en un trapo y atarlo a un palo; no si se quiere trabajar en un lugar cerrado. Por ello prendían las antorchas con un preparado de aceites y sal. Así sale el menor humo posible, tal como describe John Romer, un veterano egiptólogo británico.

Sucede un curioso fenómeno con quienes defienden la teoría de las lámparas «eléctricas». Para dotarse de credibilidad, buscan una hipótesis «lógica» con la que desacreditar a los escépticos y hacerse valer de supuestas razones irrefutables. En este caso utilizan los espejos. Aseguran que hay egiptólogos que defienden que las cuevas estaban iluminadas gracias a un increíble juego de espejos que conducía la luz desde el exterior hasta el interior del monumento. Después, lo desmontan con un argumento lógico: los espejos que se sabe se empleaban en la antigüedad estaban realizados de cobre u otros tipos de metal alisado y pulido con mucha menos capacidad de reflejar la luz que los actuales.  Además, varios documentales televisivos han tratado  de comprobar empíricamente la teoría de los espejos con materiales actuales. El resultado es que no es posible. De esta manera, mostrando que los espejos no iluminan  y agarrándose a que no hay hollín, «refuerzan» la idea de que el «único método posible son las bombillas». Sin embargo ocurre una cosa: la teoría de los espejos lleva décadas descartada, por lo que sólo siguen utilizando esta teoría para «reforzar» la idea de que efectivamente la única opción posible era la solución menos lógica.

Por fin la prueba definitiva para los defensores del uso de bombillas en el antiguo Egipto. Todo comienza con un grabado en el templo de Hathor de Dendera, 70 kilómetros al norte de Luxor, en donde, en apariencia, hay un grabado en el que se puede ver claramente una bombilla. En concreto, se trata de un tubo de Crookes que aparece en un bajorrelieve. Buscando un poco encontramos la explicación en Egiptología.org: se trata del dios Harsomtus, definido en esta web como «un dios creador en forma de niño o serpiente alzada sobre su cola, que apareció sobre un loto; lleva la doble corona». Es decir, la presumible bombilla de Crookes con las que tantos han soñado ver otro misterio insondable de las pirámides de Egipto no es más que la descripción del dios Harsomtus trasladada a las dos dimensiones del bajorrelieve. [La bombilla de Crookes consiste en un tubo de vidrio vacío, por el cual circulan una serie de gases, que al aplicarles electricidad adquieren fluorescencia, de ahí que sean llamados fluorescentes, según define Wikipedia. A partir de este experimento (1895) Crookes dedujo que dicha fluorescencia se debe a rayos catódicos, que consisten en electrones en movimiento, y, por tanto, también descubrió la presencia de electrones en los átomos.]

El problema son los ojos que miran. Las formas alegóricas que nuestros antepasados podían entender –la escultura y la pintura religiosa a lo largo de los siglos buscan llevar a dios a todos los rincones, sepan leer o no– no son más que dibujos descontextualizados para nosotros. Vemos una bombilla donde hay un loto floreciendo. No somos capaces de desentrañar lo que no conocemos. Y la única solución que damos a lo desconocido es analizarlo desde nuestro momento histórico, despreciando las habilidades de la gente del pasado, y creyendo que lo que conocemos es «misterioso» o «mágico».

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