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Autismo: detección temprana con resonancia magnética

Autismo: detección temprana con resonancia magnética
Annette Estes juega con un niño de 2 años en el Centro de Autismo de la Universidad de Washingto. Foto: Kathryn Sauber
Cátedra en Neurociencia el
Por primera vez, una resonancia magnética ha permitido detectar, con una precisión del 80%, qué bebés con antecedentes familiares desarrollarán autismo a los dos años. El trabajo publicado en la revista “Nature“, lo ha llevado a cabo un equipo de investigadores de la Universidad de Carolina del Norte, que ha utilizado imágenes de resonancia magnética (MRI) para buscar diferencias en el desarrollo temprano del cerebro de bebés que tienen hermanos mayores con autismo, considerados de alto riesgo.
Según los investigadores, el mayor crecimiento en el volumen cerebral de los bebés de alto riesgo que desarrollarán autismo, en comparación con el desarrollo típico del resto de los bebés durante el primer año de vida, predice con bastante exactitud la aparición del trastorno mucho antes de que aparezcan los primeros síntomas.
Annette Estes juega con un niño de 2 años en el Centro de Autismo de la Universidad de Washington. Foto: Kathryn Sauber

“Esto significa que podemos identificar a los niños que más tarde van a desarrollar autismo, antes de que los síntomas visibles permitan hacer un diagnóstico”, explica el autor principal, Joseph Piven. Y lo que es más importante, este biomarcador temprano, abre la posibilidad trabajar con ellos para prevenir los déficits en sus habilidades sociales y de comunicación”, explica Piven: “Ahora el autismo se diagnostica entre los dos y tres años, cuando empiezan a aparecer diferencias en su comportamiento. Y en algunos casos el diagnóstico se retrasa hasta los cuatro años. Pero como ocurre en las enfermedades neurodegenerativas, cuando estos síntomas son visibles, el cerebro ya ha comenzado a cambiar sustancialmente”, y las secuelas son más difíciles de corregir.

Después del nacimiento de un niño con autismo en una familia, los siguientes hijos podrían someterse a una prueba no invasiva, como la resonacia, que podría ser clínicamente útil en la identificación de los bebés en mayor riesgo de desarrollar esta condición. La idea sería entonces intervenir antes de la aparición de los síntomas que definen el autismo.
Además, se podría monitorizar el efecto de las intervenciones sobre los niños durante un período antes de que el trastorno se haga patente, cuando el cerebro es más maleable. Estas intervenciones pueden tener una mayor posibilidad de mejorar los resultados de los tratamientos que se inician después del diagnóstico.
Este descubrimiento se ha llevado a cabo mediante un estudio prospectivo con 106 niños que tenían un hermano mayor con un diagnóstico clínico del autismo (de alto riesgo) y 42 recién nacidos sin historia familiar inmediata de autismo (bajo riesgo). El análisis de los datos de neuroimagen obtenidos entre los 6 y 24 meses de edad muestran una mayor tasa de crecimiento de la superficie cortical en los recién nacidos de alto riesgo que más tarde fueron diagnosticados con autismo en comparación con los lactantes de bajo riesgo y los recién nacidos de alto riesgo no diagnosticados de autismo en el primer año de vida.
 El aumento de la superficie cortical está relacionado con el crecimiento excesivo de todo el cerebro observado en el segundo año de vida los bebés de alto riesgo. Y relacionan estos cambios en el volumen del cerebro con los déficits sociales que aparecen en el segundo año de vida. Por último, los autores emplean un algoritmo de aprendizaje que puede predecir, con una buena precisión, qué niños en el grupo de alto riesgo serán diagnosticados con autismo a los 24 meses de edad.
Los autores señalan que aún se desconoce si estos cambios en el cerebro son específicos de autismo o pueden solaparse con otros trastornos del neurodesarrollo.  Además, advierten que tendrá que repetirse el estudio en muestras mayores y replicarse los resultados antes de que pueda utilizarse este biomarcador cerebral para la detección temprana.
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